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16 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Sobran las necesidades, pero piden la Bandera Argentina para festejar el 9 de Julio

Sabado, 07 de julio de 2012 20:31

Un mástil sin bandera delata que la precaria construcción que parece custodiar es algo más que un rancho. El piso es de tierra y el techo de chapa, aunque hay algunos claros por donde se adivina el cielo azul del chaco salteño. La entrada es por el espacio que deja vacante la pared de adobe que le falta a ese rectángulo imperfecto. No hay ningún cuadro colgado, solo el pizarrón donde se imparten las lecciones para los 120 chicos aborígenes de todos los grados. En la escuela rancho de Pozo La Yegua III, en Santa Victoria Este, saben de necesidades. Pero antes que cualquier otra cosa preferirían que este 9 de Julio no falten en lo alto las banderas de Salta y la Argentina.
 

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Un mástil sin bandera delata que la precaria construcción que parece custodiar es algo más que un rancho. El piso es de tierra y el techo de chapa, aunque hay algunos claros por donde se adivina el cielo azul del chaco salteño. La entrada es por el espacio que deja vacante la pared de adobe que le falta a ese rectángulo imperfecto. No hay ningún cuadro colgado, solo el pizarrón donde se imparten las lecciones para los 120 chicos aborígenes de todos los grados. En la escuela rancho de Pozo La Yegua III, en Santa Victoria Este, saben de necesidades. Pero antes que cualquier otra cosa preferirían que este 9 de Julio no falten en lo alto las banderas de Salta y la Argentina.
 

“Quiero que el Gobierno, que es nuestro compañero, nos escuche. Necesitamos una Bandera Argentina y otra de Salta, nuestra provincia. Cuando vienen los días importantes, como el Día de la Bandera, no tenemos para poner. Va a venir el 9 de Julio y no puedo levantar una bandera, porque no tengo. Yo soy argentino. Todos esos días que son feriados queremos demostrar que nosotros, como aborígenes originarios, somos argentinos”, reclamó Juan Nicasio Miranda, el cacique y fundador de la comunidad aborigen de más de 100 familias.
 

Hace poco más de un año los alumnos tenían que ir a la escuela primaria de Santa María, la población más cercana, a seis kilómetros de la misión. Todavía no hay baños, pero más les preocupa conseguir chapas para techar el armazón de palos que algún día albergará la cocina sin paredes, sin agua y sin gas. Por el momento usan un mueble escolar de mesada y el fuego se hace junto a un algarrobo con buena sombra.
 

Un cucharón artesanal y un cuchillo casero, que supo tener el doble de tamaño, son las únicas herramientas culinarias. Pero el obstáculo más grande para los que trabajan con la comida es dar con la fórmula para preparar, con un kilo de yerba mate por día, el desayuno y la merienda de 120 chicos de entre 5 y 13 años.
 

“Cuando llueve, la cocina queda en el medio del agua, pero hay que cocinar igual, con frío o con viento. Tenemos armados los postes, pero en la comunidad, por más que se quiere, a veces podemos hacer y otras veces no tenemos cómo responder y los trabajos se atrasan. Por eso no tiene chapas y están solo los palos. Pero nuestra cocina, como ve, tampoco tiene mesa”, opinó Guillermo Ciriaco, dirigente de la comunidad.
 

“No sabemos si nos van a ayudar a terminar la escuela. La directora y el maestro tienen mucho trabajo. Cuando empezó había 80 alumnos, pero ya son 120”, agregó, por su parte, el cacique Miranda.
 

“No importa que tengamos un solo pizarrón, con tal de que los chicos vengan todos los días y estudien. Es complicado, pero igual seguimos trabajando así. Todo lo que tenemos es lo que fuimos logrando desde el año pasado. Lo que falta dependerá de la gente del Gobierno. Hasta el día de hoy solo podemos esperar y seguir trabajando como siempre, todos tranquilos”, dijo el maestro bilingüe Rafael Miranda, quien se reparte con la directora la noble tarea de enseñar.
 

“Ahora está lindo para que los chicos estudien. Acá no se cobra nada. No es como cuando yo sabía ir a la escuela, que teníamos que comprar todas las cosas. Es diferente. Los chicos tienen lo que se necesita. Por eso está lindo para que aprovechen. Es una oportunidad grande para que puedan estudiar”, dijo, optimista, el docente de 29 años, que a veces tiene que cocinar o hacer de lo que haga falta. “Si tengo que hacer algo, lo hago. No es mi trabajo, pero es por los chicos”, comentó, sin queja, el maestro.
 

Sobre las raciones de alimento, el docente explicó que desde que abrieron la escuela, hace poco más de un año, fueron descubriendo las mañanas de la administración pública y los secretos de sus engorrosos trámites. “Fuimos logrando más cosas a medida que aprendíamos cómo se hace. Creo que vamos a seguir conociendo más, para estar cada vez mejor. Tenemos que seguir metiéndole duro, para que no falte nada”, dijo Rafael, hijo de la comunidad y orgullo de su gente que lo vio crecer. “Estoy cumpliendo un sueño, que es poder trabajar donde nací”, dijo.


Poca agua, comida y zapatillas


“Cuando se jode la bomba en Santa María nos quedamos sin agua acá también. Como tenemos tanque de reserva llegan vecinos para que les demos hasta que se arregle. Hay veces que no alcanza ni para nosotros, somos muchos. Ahora que hay escuela sería bueno tener pozo propio”, dijo el cacique, que necesita ropa para los chicos de su comunidad, muchos de los cuales nunca usaron zapatillas. Los planes sociales que todos los meses cobran sus padres a más de 20 kilómetros, en Santa Victoria, solo cubren los gastos de la comida, explicó la autoridad indígena. Además, hace dos años que no obtienen ingresos por la venta del pescado, como acostumbraban históricamente. La actividad ancestral quedó afectada por el desvío del Pilcomayo en la frontera de Paraguay con Formosa, producto del llamado proyecto Pantalón.
 

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