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Alcohol en los jóvenes: límite entre la euforia y el bajón

Viernes, 05 de julio de 2013 22:31
  • Los jóvenes necesitan adultos que  los ayuden a hacer frente a  modos de vivir rígidos, donde “lo  único válido” es emborracharse.

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  • Los jóvenes necesitan adultos que  los ayuden a hacer frente a  modos de vivir rígidos, donde “lo  único válido” es emborracharse.

  • Si “todos lo hacen”, se necesita un yo fuerte que pueda decidir cómo vivir la diversión, según lo que se cree, piensa y valora.

Seguramente no sea necesaria una encuesta para corroborar la evidencia de tal dato. Basta con salir a recorrer las calles un viernes o sábado por la madrugada, y ver el lamentable estado en que se encuentran chicos que, a juzgar por las apariencias, no llegan a los dieciocho.

¿Será qué el actual objetivo de la mayoría de las salidas es emborracharse? Resulta muy esclarecedor el estudio de profesionales de Sedronar titulado “Imaginarios sobre el consumo de alcohol”. Allí se habla sobre un escenario macro y micro, que incluye al Estado, la sociedad y la familia.

Me interesa en este caso explorar el ámbito micro, que tiene que ver con la familia y el modo como se configuran las relaciones personales. Frente a un ambiente de presiones que conduce a nuestros hijos a tener conductas de riesgo, los padres, ¿podemos hacer algo? ¿Debemos colaborar para separar el insalubre binomio alcohol-diversión? ¿Cuál puede ser nuestro aporte?

Las responsabilidades

El mencionado informe clasifica las actitudes sociales respecto al consumo abusivo de alcohol en cuatro: comodidad, complicidad, resignación y simulación. Aprovecho esta clasificación para situarla en la realidad intrafamiliar y le pregunto, ¿cuál es su actitud frente al consumo de alcohol de los adolescentes?, ¿se regula el consumo de alcohol en su casa?, ¿de qué manera?

La mayoría de los chicos toma por “presión de sus pares”, para “hacerse grandes”, “ser valientes”, por curiosidad o probar. Ninguno de sus testimonios habla sobre el gusto o el placer que puede experimentarse cuando se bebe de manera adecuada, a la edad que corresponde.

A veces los padres se convierten en cómplices del consumo abusivo de alcohol, dejando que sus hijos hagan “la previa” en sus propias casas. Asumen que es algo dañino, pero prefieren el descontrol casero, al caos en la calle. Irse a dormir o salir de programa mientras el hogar se convierte en un arsenal de bebidas alcohólicas pareciera ser la huida más fácil.

Otras veces, la realidad se presenta tan dura y difícil de afrontar, que optan por una actitud de resignación que raya en la omisión. “Los chicos son así, es lo que hay”. “No se puede solo contra la corriente”, son algunas de las expresiones que escucho de esos padres abatidos.

“Nuestros padres saben que tomamos, pero simulan no saberlo”. Los adolescentes, entonces, sacan doble partido de este juego de negación y simulación. A la facilidad con que acceden a las bebidas alcohólicas por la falta de una seria política de Estado, se suma la percepción de que los padres miran para otro lado. Al desconcierto propio de la edad, se suma la inseguridad de no tener un referente firme en sus convicciones.

Me sorprende que algunas de las consultas que efectúan los padres tengan que ver con la disyuntiva de organizar la fiesta de quince con alcohol o sin él. Por un lado, quieren ejercer su autoridad con firmeza, diciéndole no al consumo a los quince años, pero por otro les da pena que “su hija sea la única” o que “nadie vaya a la fiesta” organizada con tanta ilusión y esfuerzo.

¿Dónde queda la posibilidad de educar un hijo fuerte, que resista a las presiones que quieran llevarlo a tomar decisiones equivocadas? Los padres tenemos la tarea de desarrollar la capacidad de que los hijos elijan a favor de sí mismos y de los demás.

La alegría, el disfrute, son caracteres distintivos de la fiesta, del encuentro entre amigos. Naturalmente, las personas nos distendemos cuando celebramos algo. Hay quienes piensan que necesitan estar “entonados” para pasarla bien. Está en nosotros el desafío de intentar mostrarles lo contrario, comenzando por evaluar nuestra propia manera de consumir alcohol.

 

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