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Al Assad y sus partidarios luchan por su supervivencia

Sabado, 31 de agosto de 2013 03:53

Desde marzo de 2011, desde el inicio de la primavera árabe, mucha gente percibe a Bashar al Assad como un tirano sanguinario, cuya eliminación permitiría a Siria salir de una tragedia que ya ha causado más de 100.000 muertos, que ha sumido en la miseria o en el exilio a millones de sirios y que ha destruido un patrimonio cultural excepcional.

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Desde marzo de 2011, desde el inicio de la primavera árabe, mucha gente percibe a Bashar al Assad como un tirano sanguinario, cuya eliminación permitiría a Siria salir de una tragedia que ya ha causado más de 100.000 muertos, que ha sumido en la miseria o en el exilio a millones de sirios y que ha destruido un patrimonio cultural excepcional.

La realidad es más compleja. El régimen sirio no es, en realidad, una dictadura de un solo hombre, y ni siquiera de una sola familia, como era el caso en Egipto, en Túnez o en Libia. Por muy cruel que pueda ser, Bashar el Assad no es más que la parte visible de un conjunto complejo, y su marginación no cambiaría gran cosa en las relaciones de fuerza en el país. Detrás de él, encontramos a la gran mayoría de los dos millones de miembros de la comunidad alauí, que luchan por su supervivencia.

Siglos de trato degradante

No podemos entender la situación actual si no tenemos en cuenta el trato degradante que el islam suní reservó a esta comunidad surgida en el siglo X del chiísmo. Los alauíes, considerados unos apóstatas -un crimen terrible en el islam- fueron objeto en el siglo XIV de una fetua (pronunciamiento legal) del famoso jurisconsulto Ibn Taymiyya que ordenaba su persecución y su muerte. Tras siglos de humillación, debieron su salvación, curiosamente, al colonialismo francés, que de 1920 a 1941 se apoyó en ellos y en las otras minorías (cristiana, drusa y otras) para contrarrestar el peso de los sunitas.

Así, los alauíes, que estaban excesivamente representados en el Ejército, se hicieron progresivamente con el poder en las décadas de 1960 y 1970, bajo la autoridad de Hafez al Assad. Este último, tan despiadado como revanchista, se aseguró metódicamente el control de todos los resortes políticos, económicos y sociales del país, usando sin miramientos cualquier tipo de arma: la violencia, la corrupción o la seducción.

Un país heredado

Este era el país que heredó Bashar en junio de 2000 tras la muerte de su padre. Los sirios esperaban que este médico de 34 años, que se había especializado en Inglaterra en oftalmología, emprendiera reformas profundas. Pero fueron tímidas y no duraron ante las presiones de los duros del régimen, completamente decididos a mantener el statu quo.

Al igual que la gran mayoría de los habitantes de un país que solo ha conocido la ocupación otomana, el colonialismo francés, y luego la de antiguos nazis y de expertos del KGB o de los servicios secretos iraníes como asesores, Bashar no tiene ninguna cultura de los derechos humanos o de la democracia.

Su falta de legitimidad -el clan en el poder siempre ha echado de menos a su hermano Basel, fallecido en 1995 en un accidente- le lleva a excederse y a pasarse de la raya, como las palabras más que amenazantes que dirigió a Rafic Hariri, el ex primer ministro libanés, poco antes de su asesinato en febrero de 2005. Así, cuando la primavera árabe llega a Siria en marzo de 2011, Bashar deja que el aparato represivo inicie su labor mortal. Heredero de la dolorosa historia alauí, está convencido, como su entorno, de que no se puede hablar con unos “terroristas” detrás de los cuales ve la mano de todo tipo de islamistas.

De hecho, como sus amigos rusos e iraníes, considera que el islamismo suní radical, Al Qaeda, los Hermanos Musulmanes y los salafistas, son la principal amenaza que se cierne sobre su régimen, sobre su comunidad y sobre toda la región.

No hay lugar para las concesiones

Los horribles actos perpetrados por los grupos yihadistas en Siria refuerzan sus convicciones. En la guerra sin piedad que se libra desde hace numerosos años entre chiíta y sunita, y que la intervención estadounidense en Irak no ha hecho más que agravar, Bashar al Assad está en primera línea. El hecho de hacer concesiones ahora -algo que el régimen no ha hecho nunca en el interior en sus 42 años en el poder- equivaldría a dar una señal muy mala. Y no es la “respuesta limitada” anunciada por Washington y sus aliados la que modificará el comportamiento de un hombre y de un clan que se juegan su supervivencia.
 

 

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