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Acerca de la vuelta de los pirpintos y el cambio del mundo

Martes, 15 de diciembre de 2015 16:06
Mi abuela, que era dada a la metáfora, los nombraba como "nieve de verano". Su presencia múltiple -siempre en el calor, después de las grandes lluvias- hacía explotar la imaginación de nuestra infancia. Aparecían solamente, venidos de vaya a saber dónde, y en un momento cubrían los cielos, los patios, los árboles, sorprendiéndonos en nuestros actos íntimos y dejándonos las primeras ideas que teníamos del infinito. Nunca llegué a saber con certeza si la gente los llamaba "pilpintos" o "pirpintos", a esas tenues mariposas blancas que lo cubrían todo, como una verdadera nieve de verano que la lengua de mi abuela fijó para siempre en mi memoria.
Ayer, después de ¿20? ¿30? años, los volví a ver en el norte de la ciudad de Salta. Ya no son tan multitudinarios, pero estaban ahí, flotando como copos albinos sobre el día ardiente. Y los recibí con el mismo grito de júbilo con el que se recibe la visita inesperada de un ser querido al que no se ve desde hace tiempo.
A decir verdad, los creí perdidos para siempre, como a las ranas y los sapos cantores, los maravillosos tucu-tucu, las perdices que asustaban con su grito repentino, los grillos marrones, los zorritos de colas señoriales, en fin, toda esa fauna de fábula que hasta no hace mucho rodeaba la ciudad.
La mano humana y los ciclos del planeta, de pronto, se los llevaron a todos. Y cuando les cuento nuestra antigua convivencia con otros seres vivos a mis hijos y a mis sobrinos, siento que me miran como si narrara hechos de un planeta lejano y tan diferente al de todos los días que hasta a mí me suena a leyenda.
Hace unos días se firmaron acuerdos en París para, como objetivo a largo plazo, garantizar que el calentamiento global se mantenga "muy por debajo" de los 2° Celsius y "emprender acciones" que limiten el aumento de la temperatura a 1,5° Celsius. Como se lee, sin especificar nada las definiciones se vuelven vagas. Lo que sí se especificó es que no habrá sanciones contra los países industrializados que no cumplan el compromiso firmado y que las naciones ricas deben mantener su asistencia financiera a las pobres para que éstas reduzcan sus emisiones, "alentándolas" a que se adapten al cambio climático. La idea es "frenar cuanto antes" el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero que retienen el calor. Y que en alguna fecha después de 2050, las emisiones causadas por el hombre se reduzcan a niveles que los bosques y océanos puedan absorber.
Pocos saben que el océano Pacífico subió dos grados el calor de sus aguas, provocando modificaciones del clima global que podemos ver en los cambios intempestivos de temperatura de este extraño verano.
Un amigo reflexionaba sobre que alguna vez, así como les contamos de los pirpintos a nuestros hijos, a nuestros nietos los sorprenderemos narrándoles de un mundo que tenía frío en invierno, calor en verano, que las plantas podían salir con solo arrojar una semilla al suelo en una época y recoger sus frutos en otras.
Ayer también recorrió el mundo la noticia de que el lago Poopo en Bolivia, uno de los mayores del continente, desapareció para siempre. Son para llorar las fotos de los ibis rosados puro huesos, los peces secos en el inmenso desierto que dejó el extinto espejo de agua. La gente abandonó su vera y se largó, claro, a mendigar para darle de comer a sus hijos. A pesar de las advertencias de los ambientalistas, el gobierno socialista de Bolivia lo dejó secar, dejando ver también que no se trata de cuestiones de ideologías.
En medio, la nube de pirpintos nos devolvió algo parecido a la esperanza. ¿A dónde se habían ido? ¿Dónde estaban? ¿En el mismo lugar donde se ocultan ahora las aguas del lago Poopo? ¿Reaparecerá él también alguna vez?
Este mundo que vivimos, lo siento circular debajo de mis pies, también será un recuerdo algún día, como esta mano que escribe y esos ojos que leen. Disfrutémoslo, que ya no será como lo conocimos.

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Mi abuela, que era dada a la metáfora, los nombraba como "nieve de verano". Su presencia múltiple -siempre en el calor, después de las grandes lluvias- hacía explotar la imaginación de nuestra infancia. Aparecían solamente, venidos de vaya a saber dónde, y en un momento cubrían los cielos, los patios, los árboles, sorprendiéndonos en nuestros actos íntimos y dejándonos las primeras ideas que teníamos del infinito. Nunca llegué a saber con certeza si la gente los llamaba "pilpintos" o "pirpintos", a esas tenues mariposas blancas que lo cubrían todo, como una verdadera nieve de verano que la lengua de mi abuela fijó para siempre en mi memoria.
Ayer, después de ¿20? ¿30? años, los volví a ver en el norte de la ciudad de Salta. Ya no son tan multitudinarios, pero estaban ahí, flotando como copos albinos sobre el día ardiente. Y los recibí con el mismo grito de júbilo con el que se recibe la visita inesperada de un ser querido al que no se ve desde hace tiempo.
A decir verdad, los creí perdidos para siempre, como a las ranas y los sapos cantores, los maravillosos tucu-tucu, las perdices que asustaban con su grito repentino, los grillos marrones, los zorritos de colas señoriales, en fin, toda esa fauna de fábula que hasta no hace mucho rodeaba la ciudad.
La mano humana y los ciclos del planeta, de pronto, se los llevaron a todos. Y cuando les cuento nuestra antigua convivencia con otros seres vivos a mis hijos y a mis sobrinos, siento que me miran como si narrara hechos de un planeta lejano y tan diferente al de todos los días que hasta a mí me suena a leyenda.
Hace unos días se firmaron acuerdos en París para, como objetivo a largo plazo, garantizar que el calentamiento global se mantenga "muy por debajo" de los 2° Celsius y "emprender acciones" que limiten el aumento de la temperatura a 1,5° Celsius. Como se lee, sin especificar nada las definiciones se vuelven vagas. Lo que sí se especificó es que no habrá sanciones contra los países industrializados que no cumplan el compromiso firmado y que las naciones ricas deben mantener su asistencia financiera a las pobres para que éstas reduzcan sus emisiones, "alentándolas" a que se adapten al cambio climático. La idea es "frenar cuanto antes" el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero que retienen el calor. Y que en alguna fecha después de 2050, las emisiones causadas por el hombre se reduzcan a niveles que los bosques y océanos puedan absorber.
Pocos saben que el océano Pacífico subió dos grados el calor de sus aguas, provocando modificaciones del clima global que podemos ver en los cambios intempestivos de temperatura de este extraño verano.
Un amigo reflexionaba sobre que alguna vez, así como les contamos de los pirpintos a nuestros hijos, a nuestros nietos los sorprenderemos narrándoles de un mundo que tenía frío en invierno, calor en verano, que las plantas podían salir con solo arrojar una semilla al suelo en una época y recoger sus frutos en otras.
Ayer también recorrió el mundo la noticia de que el lago Poopo en Bolivia, uno de los mayores del continente, desapareció para siempre. Son para llorar las fotos de los ibis rosados puro huesos, los peces secos en el inmenso desierto que dejó el extinto espejo de agua. La gente abandonó su vera y se largó, claro, a mendigar para darle de comer a sus hijos. A pesar de las advertencias de los ambientalistas, el gobierno socialista de Bolivia lo dejó secar, dejando ver también que no se trata de cuestiones de ideologías.
En medio, la nube de pirpintos nos devolvió algo parecido a la esperanza. ¿A dónde se habían ido? ¿Dónde estaban? ¿En el mismo lugar donde se ocultan ahora las aguas del lago Poopo? ¿Reaparecerá él también alguna vez?
Este mundo que vivimos, lo siento circular debajo de mis pies, también será un recuerdo algún día, como esta mano que escribe y esos ojos que leen. Disfrutémoslo, que ya no será como lo conocimos.

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