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Es fuerte pensar en un tsunami cuando estás en una isla en medio del Pacífico

Jueves, 05 de enero de 2017 23:28
Era la medianoche cuando un violento terremoto sacudió la casa donde la salteña Carolina Faingold Winter vive junto a su novio, Bruno Díaz, y a otros jóvenes argentinos y chilenos en Nueva Zelanda. "Estaba durmiendo y el sismo me despertó, no tanto por el movimiento en sí del temblor sino por el ruido que hacía la casa, que crujía muy fuerte", recuerda Carolina.
La joven salteña vive desde hace un año y tres meses en Nueva Zelanda, adonde llegó con una visa de trabajo buscando experiencias para el baúl de sus recuerdos, perfeccionar su inglés y, por qué no, ahorrar en el proceso.
"Mi novio justo se estaba por acostar cuando ocurrió el terremoto y él, que es chileno y tiene un poco más de experiencia en estas cuestiones, me dijo que el movimiento era más como de ondas expansivas", detalla Carolina.
Tras el sacudón inicial, permanecieron despiertos un rato esperando eventuales réplicas. Un intenso viento embestía la casa de madera donde viven y no colaboraba para el regreso completo de la calma.
Hacia las tres de la madrugada, otros chicos que comparten la casa con Carolina le avisaron que había alerta de tsunami y que ellos se habían enterado porque desde sus países los estaban llamando familiares y amigos que veían la información en las noticias que revelaban que la situación "era bastante más grave de lo que nosotros habíamos percibido hasta ese momento".
"Si bien nosotros vivimos lejos del lugar del epicentro -aclara Carolina- el terremoto se sintió con mucha fuerza, porque la costa es la misma".
"Es fuerte pensar que puede venir un tsunami cuando vivís en una isla en medio del Pacífico", agrega la joven pero aclara que en Nueva Zelanda, por su ubicación geográfica, es común declarar el alerta ante cualquier movimiento sísmico y que después las autoridades definen el nivel de peligro real.
"Nos pasó en un momento que nos sentamos en la cama y dijimos: 'Bueno, ¿Y ahora qué hacemos? Porque vivimos a cinco minutos del mar'", recuerda Carolina aunque afirma que en ningún momento pensaron en una fatalidad. "Cuando ocurren estas cosas es imposible no racionalizar el lugar donde se está, y después inmediatamente pensás en avisar a la familia que estás bien", explica.
Tras los primeros momentos de angustia, los jóvenes hallaron calma en los medios oficiales que no reportaban peligros para la zona en la que estaban, y se fueron a dormir.
"También un poco el hecho de que vivimos con muchos chilenos que tienen más experiencia en estas cuestiones y por ahí saben más cómo manejarse, o reconocen si el sismo es más o menos grave, te lleva a estar más tranquilo, de cierta manera", consideró.
Más allá de la experiencia anecdótica de la joven salteña, el terremoto de 7,8 grados que afectó a Nueva Zelanda el 13 de noviembre último tuvo efectos devastadores, con enormes daños materiales y en la infraestructura de algunas de las ciudades más importantes del país y un saldo de dos víctimas fatales.
Al inicio del viaje también
El inicio del viaje de Carolina se remonta a septiembre de 2015, con punto de partida en Córdoba y escala de 10 horas en Chile. Era el 18 de septiembre y, a media tarde, la tierra se sacudió violentamente. Era un terremoto de 8,3 grados de magnitud, con epicentro a 177 kilómetros al norte de Valparaíso, que dejó un saldo de al menos 10 muertos.
Carolina recordó que "estábamos comprando algo para comer y calentando agua para el mate, cuando siento que empieza a temblar. Tenía adelante en la fila a unos chicos chilenos, les pregunté si era un sismo o solía temblar así cuando aterrizaba un avión, medio en broma... Miré a las chicas que me esperaban al costado de la cola y en ese momento empezó el pánico: los carteles y luces colgantes se balanceaban y la gente empezaba a alarmarse, todos corrían hacia la salida con los carros de valijas que se caían al piso, evacuaron el aeropuerto y nos llevaron a una zona segura".
"Momentos después se normalizó todo y entramos al aeropuerto de nuevo, aunque nuestro vuelo Auckland (Nueva Zelanda) se demoró cinco horas por ese episodio", finalizó.

"Conocer otros lugares expande tus parámetros de normalidad "

Junto a un grupo de amigas, Carolina decidió realizar este viaje una vez que completó sus estudios de grado y se recibió de Comunicadora Social en la Universidad Nacional de Córdoba. "Me vine un poco como un viaje de experiencia después de recibirme y a mejorar mi nivel de inglés", cuenta sobre las razones que la llevaron a iniciar su travesía por el otro lado del mundo.
"Sabía que venía a trabajar, sabía cuál era el tipo de trabajo, pero no me imaginé que iba a ser tan duro: estar bajo el rayo del sol durante más de 10 horas, o 12 horas en una fábrica parada empaquetando frutas es algo que no esperaba", admite.
Sin embargo rescata que "uno viene a vivir la experiencia de estar en un país totalmente distinto; acá cobramos el salario mínimo, pero con un día de trabajo cubrís los gastos de vivienda, comida y transporte de una semana completa, con lo cual es una excelente oportunidad para ahorrar, si ese es tu objetivo cuando viajás".

"Extrañás todo"

A la distancia en el tiempo y el espacio asegura que "después de un año lejos de tu país extrañás todo".
"Más allá de la personalidad de cada persona, viviendo acá es muy fácil extrañar cómo se vive en Argentina, cómo se vive en Latinoamérica y, sobre todo, cómo se vive en Salta", reafirma y agrega que "es muy fácil porque acá es una cultura completamente distinta. Acá la gente, según nuestra forma de vivir, es mucho más fría. No se reúnen en espacios públicos, no ves chicos jugando en las plazas, hay parques a montones, parques hermosos, perfectos, de revista, pero la gente no los ocupa. Acá la gente local no se reúne, hemos vivido con personas de este país y sus familiares no los visitan, son muy cerrados".
A la hora de rescatar una reflexión sobre esta experiencia, Carolina no duda: "Una de las cosas más lindas que te dejan conocer otros lugares es que tus parámetros de la normalidad se expanden, y eso nos hace más tolerantes porque uno entiende que hay un montón de cosas que funcionan distinto a como uno espera".
Empatía
"Además, el ser migrante y tener los trabajos que por ahí los migrantes tienen en tu país te pone literalmente en el lugar del otro y te vuelve mucho más respetuoso con el tema, desde cómo uno lo habla, lo piensa o lo mira, más en un lugar como Salta donde hay un montón de gente de otras nacionalidades trabajando", completó Carolina.

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Era la medianoche cuando un violento terremoto sacudió la casa donde la salteña Carolina Faingold Winter vive junto a su novio, Bruno Díaz, y a otros jóvenes argentinos y chilenos en Nueva Zelanda. "Estaba durmiendo y el sismo me despertó, no tanto por el movimiento en sí del temblor sino por el ruido que hacía la casa, que crujía muy fuerte", recuerda Carolina.
La joven salteña vive desde hace un año y tres meses en Nueva Zelanda, adonde llegó con una visa de trabajo buscando experiencias para el baúl de sus recuerdos, perfeccionar su inglés y, por qué no, ahorrar en el proceso.
"Mi novio justo se estaba por acostar cuando ocurrió el terremoto y él, que es chileno y tiene un poco más de experiencia en estas cuestiones, me dijo que el movimiento era más como de ondas expansivas", detalla Carolina.
Tras el sacudón inicial, permanecieron despiertos un rato esperando eventuales réplicas. Un intenso viento embestía la casa de madera donde viven y no colaboraba para el regreso completo de la calma.
Hacia las tres de la madrugada, otros chicos que comparten la casa con Carolina le avisaron que había alerta de tsunami y que ellos se habían enterado porque desde sus países los estaban llamando familiares y amigos que veían la información en las noticias que revelaban que la situación "era bastante más grave de lo que nosotros habíamos percibido hasta ese momento".
"Si bien nosotros vivimos lejos del lugar del epicentro -aclara Carolina- el terremoto se sintió con mucha fuerza, porque la costa es la misma".
"Es fuerte pensar que puede venir un tsunami cuando vivís en una isla en medio del Pacífico", agrega la joven pero aclara que en Nueva Zelanda, por su ubicación geográfica, es común declarar el alerta ante cualquier movimiento sísmico y que después las autoridades definen el nivel de peligro real.
"Nos pasó en un momento que nos sentamos en la cama y dijimos: 'Bueno, ¿Y ahora qué hacemos? Porque vivimos a cinco minutos del mar'", recuerda Carolina aunque afirma que en ningún momento pensaron en una fatalidad. "Cuando ocurren estas cosas es imposible no racionalizar el lugar donde se está, y después inmediatamente pensás en avisar a la familia que estás bien", explica.
Tras los primeros momentos de angustia, los jóvenes hallaron calma en los medios oficiales que no reportaban peligros para la zona en la que estaban, y se fueron a dormir.
"También un poco el hecho de que vivimos con muchos chilenos que tienen más experiencia en estas cuestiones y por ahí saben más cómo manejarse, o reconocen si el sismo es más o menos grave, te lleva a estar más tranquilo, de cierta manera", consideró.
Más allá de la experiencia anecdótica de la joven salteña, el terremoto de 7,8 grados que afectó a Nueva Zelanda el 13 de noviembre último tuvo efectos devastadores, con enormes daños materiales y en la infraestructura de algunas de las ciudades más importantes del país y un saldo de dos víctimas fatales.
Al inicio del viaje también
El inicio del viaje de Carolina se remonta a septiembre de 2015, con punto de partida en Córdoba y escala de 10 horas en Chile. Era el 18 de septiembre y, a media tarde, la tierra se sacudió violentamente. Era un terremoto de 8,3 grados de magnitud, con epicentro a 177 kilómetros al norte de Valparaíso, que dejó un saldo de al menos 10 muertos.
Carolina recordó que "estábamos comprando algo para comer y calentando agua para el mate, cuando siento que empieza a temblar. Tenía adelante en la fila a unos chicos chilenos, les pregunté si era un sismo o solía temblar así cuando aterrizaba un avión, medio en broma... Miré a las chicas que me esperaban al costado de la cola y en ese momento empezó el pánico: los carteles y luces colgantes se balanceaban y la gente empezaba a alarmarse, todos corrían hacia la salida con los carros de valijas que se caían al piso, evacuaron el aeropuerto y nos llevaron a una zona segura".
"Momentos después se normalizó todo y entramos al aeropuerto de nuevo, aunque nuestro vuelo Auckland (Nueva Zelanda) se demoró cinco horas por ese episodio", finalizó.

"Conocer otros lugares expande tus parámetros de normalidad "

Junto a un grupo de amigas, Carolina decidió realizar este viaje una vez que completó sus estudios de grado y se recibió de Comunicadora Social en la Universidad Nacional de Córdoba. "Me vine un poco como un viaje de experiencia después de recibirme y a mejorar mi nivel de inglés", cuenta sobre las razones que la llevaron a iniciar su travesía por el otro lado del mundo.
"Sabía que venía a trabajar, sabía cuál era el tipo de trabajo, pero no me imaginé que iba a ser tan duro: estar bajo el rayo del sol durante más de 10 horas, o 12 horas en una fábrica parada empaquetando frutas es algo que no esperaba", admite.
Sin embargo rescata que "uno viene a vivir la experiencia de estar en un país totalmente distinto; acá cobramos el salario mínimo, pero con un día de trabajo cubrís los gastos de vivienda, comida y transporte de una semana completa, con lo cual es una excelente oportunidad para ahorrar, si ese es tu objetivo cuando viajás".

"Extrañás todo"

A la distancia en el tiempo y el espacio asegura que "después de un año lejos de tu país extrañás todo".
"Más allá de la personalidad de cada persona, viviendo acá es muy fácil extrañar cómo se vive en Argentina, cómo se vive en Latinoamérica y, sobre todo, cómo se vive en Salta", reafirma y agrega que "es muy fácil porque acá es una cultura completamente distinta. Acá la gente, según nuestra forma de vivir, es mucho más fría. No se reúnen en espacios públicos, no ves chicos jugando en las plazas, hay parques a montones, parques hermosos, perfectos, de revista, pero la gente no los ocupa. Acá la gente local no se reúne, hemos vivido con personas de este país y sus familiares no los visitan, son muy cerrados".
A la hora de rescatar una reflexión sobre esta experiencia, Carolina no duda: "Una de las cosas más lindas que te dejan conocer otros lugares es que tus parámetros de la normalidad se expanden, y eso nos hace más tolerantes porque uno entiende que hay un montón de cosas que funcionan distinto a como uno espera".
Empatía
"Además, el ser migrante y tener los trabajos que por ahí los migrantes tienen en tu país te pone literalmente en el lugar del otro y te vuelve mucho más respetuoso con el tema, desde cómo uno lo habla, lo piensa o lo mira, más en un lugar como Salta donde hay un montón de gente de otras nacionalidades trabajando", completó Carolina.

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