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Gregorio recorre los pueblos afilando cuchillos y tijeras hace 35 años

Deambula por Rosario de Lerma, El Carril y Cerrillos en su bicicleta adaptada con una piedra esmeril. La gente grande reconoce su armónica de plástico y sale a su encuentro.
Domingo, 15 de diciembre de 2019 00:07

Gregorio González vive en Salta capital y hace 35 años recorre las localidades del Valle de Lerma con su bicicleta vieja pero fiel, que también es su herramienta de trabajo. 

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Gregorio González vive en Salta capital y hace 35 años recorre las localidades del Valle de Lerma con su bicicleta vieja pero fiel, que también es su herramienta de trabajo. 

Lleva una vida viajando en dos ruedas por los barrios de diferentes localidades de esta región en una bicicleta adaptada para afilar cuchillos, tijeras y otros utensillos de corte. 

Sigue llamando con su flauta de plástico a los vecinos interesados en sacarle filo a los utensilios. Y escucharlo es como volver el tiempo atrás. 

Gregorio González tiene dos oficios que sustentan su vida. Albañil y afilador de cuchillos. Este último oficio callejero ha disminuido la demanda en estos últimos años.

La razón es simple: cuchillos baratos a bajo costo y maquinas domésticas que realizan la misma labor que Gregorio. Claro está, que no tienen el ojo de la experiencia del afilador callejero. 

Sale algunos días a la semana. No está para trajines largos. Aunque no quiere delatar la edad, dice que comenzó muy chango en los barrios periféricos de Salta capital y con el tiempo se animó a llegar por el Valle de Lerma.

“Recorro Cerrillos, El Carril y Rosario de Lerma. Unos pocos días al mes. La gente no afila sus cuchillos como antes. Además, vienen unas maquinitas que te quitan la changa. Así que lo estoy haciendo por gusto nomás, algunos pesos recaudo, pero no mucho”, cuenta el hombre.

Pasó por Bolivia y Buenos Aires con este trabajo. Siempre con la armónica de plástico y su llamado tradicional, conocido en todo el mundo, cuando un afilador sale a ofrecer sus servicios. Señala que el oficio se va perdiendo. “Conozco cinco colegas que realizan la misma tarea en los barrios de Salta y localidades vecinas. Pero se va perdiendo este oficio. Ya se perdió el colchonero, seguro que el afilador, seguirá por este mismo camino”, cuenta.

Su bicicleta es de las entradas en años, con duro armazón de su cuadro y frenos rígidos. Entre el manubrio y el asiento, está adaptada la piedra esmeril, que gira gracias a una ingeniosa ingeniería de resortes y poleas que permiten a Gregorio pedalear con mayor o menor resistencia. El zumbido del contacto del cuchillo y el esmeril se escuchan como antes.

Gregorio aprovecha mientras le da ritmo al afilador, y hace sonar una y otra vez su armónica de plástico. Los vecinos reconocen el llamado del instrumento de viento. “La gente grande reconoce al afilador, la gente joven piensa que se me ocurrió hace poco y diseñé el esmeril. Y no es así, la bicicleta nomás tiene 50 años. Los nuevos desconocen este oficio”, dice.

Por los costos el afilador tiene una oferta accesible y al alcance de todos. En media hora puede dejar una docena de cuchillos en óptimas condiciones. Algunas veces, cuenta, depende del tipo de cuchillo o navaja. “Antes había mejor material, ahora todo es barato y de mala calidad. Una afilada puede por terminar de dejar sin uso al cuchillo. Queda como una hoja de papel el filo”, sonríe.

En pleno centro de Rosario de Lerma, el afilador fue requerido por algunos vecinos. Montado en su bicicleta, sobre la vereda del domicilio del cliente, media docena de buenos cuchillos salvan la jornada laboral del afilador. “Hoy fue un día bueno dentro de todo. Cuesta mucho. La gente ahora se queja mucho para pagar. Por eso salgo de vez en cuando y en algunos pueblos. No siempre se saca el día. Se debe andar horas y horas para rebuscarse”

El oficio callejero del afilador de cuchillos se va perdiendo. Por estos días es una reliquia encontrar a estos artesanos de un trabajo ambulante que se va tragando el tiempo. Gregorio sigue su camino y resalta que dejará de tocar su flauta plástica cuando Dios le diga basta. 

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