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La guerra cambió las reglas de juego para todos los países

Domingo, 13 de marzo de 2022 02:07

La invasión rusa en Ucrania es un episodio trágico que muestra a través de los celulares y las redes sociales, el verdadero rostro de la guerra: la muerte, el dolor, la prepotencia de las armas que no se pueden disfrazar con relatos épicos.

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La invasión rusa en Ucrania es un episodio trágico que muestra a través de los celulares y las redes sociales, el verdadero rostro de la guerra: la muerte, el dolor, la prepotencia de las armas que no se pueden disfrazar con relatos épicos.

Las argumentaciones del presidente Vladimir Putin invocando razones históricas o étnicas ponen de manifiesto la certeza y la decisión de su gobierno acerca de que la nación rusa debe restaurar el antiguo imperio de Pedro el Grande. Esa posición, sostenida ahora con la ocupación de Ucrania se proyecta también a Bielorrusia, Georgia, Moldavia, Polonia, los países bálticos y Finlandia. Nada asegura que la actual ocupación vaya a terminar en una anexión de Ucrania. Sin embargo, basta para hacer saber al mundo que la Unión Europea y Estados Unidos son un enemigo, según el gobierno ruso.

Esta "guerra preventiva" se produce en el corazón de Europa, los cual le asigna un riesgo de conflagración global que no se había visto desde 1945. La violencia estuvo presente en estos 77 años, con invasiones, terrorismo y dictaduras. El ataque de los Estados Unidos a Irak, en 2003, fue también un acto de prepotencia, cuyo resultado fue nefasto para todo Medio Oriente.

Pero la invasión a Ucrania cobra otra dimensión porque, por primera vez desde la crisis entre EEUU y la Unión Soviética, en 1962, cuando Nikita Kruschev instaló misiles en Cuba, el peligro de un apocalipsis nuclear se hizo presente en el mundo. Es probable que tampoco ahora las potencias bélicas apuesten a una guerra que solo dejará desolación.

Sin embargo, hay que evaluar las consecuencias de otra guerra, la que en octubre de 1973 enfrentó a árabes e israelíes. La reacción de la OPEP, como represalia contra los Estados Unidos, consistió en limitar la producción y aumentar los precios de los hidrocarburos.

Esa "crisis del petróleo" cambió al mundo, porque alteró todo el sistema productivo, que dependía del abastecimiento árabe.

Para la Argentina, la crisis puso fin al modelo de industrialización por sustitución de importaciones. En 1975, un pico inflacionario recordado como "el rodrigazo" puso en marcha un proceso de deterioro económico y social que hoy se traduce en inflación, pobreza y desempleo. Desde entonces, ninguna fórmula funcionó para frenar la decadencia. Ahora también el mundo se prepara para un nuevo orden en la relación de poder. La democracia en Occidente está debilitada, y por eso en muchos países proliferan líderes autoritarios y mesiánicos, o surgen figuras sin partido ni proyecto, que avanzan hacia el poder alimentando el desencanto de la ciudadanía. Un caso paradigmático es el de Donald Trump como presidente de los EEUU.

Por su parte, China crece meteóricamente como superpotencia, con una economía dirigida por el Estado pero conocedora de las reglas de la economía y del mercado. Rusia pretende terciar, con poderío bélico pero con una economía ineficiente. Ambos son regímenes autoritarios, no democráticos y antioccidentales.

El realineamiento encuentra muy vulnerable a la Argentina, que carece de objetivos nacionales de largo plazo, desarrollo tecnológico, competitividad de la economía y sufre una profunda crisis de empleo.

Esta debilidad será letal en un mundo al que la guerra dejará conmocionado por el desabastecimiento energético, la recesión económica, el encarecimiento de los alimentos y la inflación generalizada.

La nueva crisis de los hidrocarburos generará aumento de los combustibles, los fertilizantes, el transporte y los insumos esenciales de la economía. La Argentina no podrá recostarse en el aumento del precio de los cereales, porque el gas licuado multiplicará varias veces su valor, lo que potenciará el déficit energético originado en la dependencia del país de las importaciones de ese producto. Como nunca, necesitamos un programa de gobierno y un gabinete concentrado en los problemas esenciales. La fortaleza no debemos buscarla en el auxilio de una nueva potencia sino en la defensa de nuestros intereses estratégicos.

Necesitamos conocer la realidad del mundo en que vivimos y avanzar hacia objetivos nacionales, dejar de lado las veleidades personales e ideológicas y pensar más en el gobierno que en la seducción del poder.

 

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