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16 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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El país y la democracia,en un punto de inflexión

Domingo, 06 de agosto de 2023 02:46

A tan pocos días de las PASO, cuando se develará quiénes serán los que participarán en la teoría de los tercios y quién será el que lleve las banderas de Juntos por el Cambio para competir en las verdaderas elecciones de octubre, la opacidad de las propuestas y la ambigüedad inusual de los encuestadores hace que los argentinos naveguemos entre la expectativa, el desinterés y el escepticismo.

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A tan pocos días de las PASO, cuando se develará quiénes serán los que participarán en la teoría de los tercios y quién será el que lleve las banderas de Juntos por el Cambio para competir en las verdaderas elecciones de octubre, la opacidad de las propuestas y la ambigüedad inusual de los encuestadores hace que los argentinos naveguemos entre la expectativa, el desinterés y el escepticismo.

El oficialismo llega sin ninguna duda en peores condiciones de las que imaginaba el precandidato y ministro Sergio Massa con un dólar subiendo y con una devaluación encubierta exigida por el FMI que solo le dará los dólares necesarios para cancelar las deudas pendientes, y sin darnos los dólares necesarios para evitar que el dólar financiero siga subiendo, tal como pretendía el "superministro" y candidato.

Esta semana, al reconocer que la inflación es el principal problema de la Argentina, Massa echó por tierra la teoría de Alberto Fernández y Axel Kicillof de que el aumento de los precios es imaginario; una mera confusión psicológica. Eso sí, como el presidente en retirada, también recurrió al "ah… pero Macri".

El viernes, el dólar blue cerró a $574 y acumula $249 en los cuatro primeros días del mes. El MEP, en tanto, llega a los $550. Es decir, la brecha cambiaria entre el dólar oficial ($$ 291) y el paralelo es de 96%. El blue sumó un incremento de $228 desde que comenzó el año.

Esta devaluación en cuotas, que no es más que otra medida con que Massa busca amigarse con el FMI, es mucho más dura de lo que parecía inicialmente y lo vemos en los hechos, subió la cotización del dólar libre, que casi llega a los $600, y los precios también lo hicieron no solo acompañando a la inflación, sino además por los nuevos gravámenes a las importaciones. El cepo a la importación es otro factor inflacionario.

Para cumplir con otra exigencia, la de bajar el gasto público, Massa optó por reducir los subsidios a la luz, gas, agua y transporte entre otros, lo veremos reflejados en las nuevas tarifas que nos llegarán en las boletas. Por este camino, Massa hace campaña marchando cada vez más rápidamente hacia la tan temida fórmula de "recesión y mayor inflación". Es decir, el ministro candidato camina por la estrecha cornisa que le deja una economía en terapia intensiva y un gobierno que, en ningún momento, desde 2019, ofreció soluciones de fondo. Si Massa las tuviera, quedarían para el próximo gobierno.

Con las reservas al rojo, para evitar el vencimiento de los intereses con el FMI, el gobierno recurrió al auxilio de Qatar, un nuevo socio entre las economías emergentes. Esta "amistad" (con Estado que será inolvidable para nuestra cultura futbolera) y con China fue definida por el ministro como "estrategia geopolítica". Traducible como "estamos raspando la olla".

¿Cómo llegamos a esto?

Es justamente en este período preelectoral conde vale preguntarnos: ¿Qué nos pasó, Argentina?

Los índices de pobreza, desocupación, economía informal, inflación incontrolable, problemas en educación, salud, etcétera, nos generan la sensación de estar en un "fin de ciclo", después del modelo agro-exportador que tuvimos hasta los años 1930 y el de sustitución de importaciones que se extendió hasta 1975, y luego, medio siglo de ambivalencias, de marchas y contramarchas, que nos llevaron al actual estancamiento político que se transforma en una nueva crisis económica, política y social.

En estos últimos 40 años, el ciclo esperanzador de la democracia que se restableció en 1983, observamos que, lamentablemente, nuestro país no ha logrado redefinir una matriz productiva y distributiva sustentable con políticas de estado que trasciendan los gobiernos, sean del signo político que sean, como lo hicieron sin ir más lejos varios de nuestros vecinos.

Al analizar este prolongado fin de ciclo, observamos el deterioro de aquella transformación social, de la que estábamos orgullosos por nuestra pujante clase media, mientras vemos que en los últimos 50 años la pobreza trepó desde el 5% al 42%, y la de los niños y adolescentes, al 60%. Una realidad de marginalidad que cambió el modelo de país pensado para el siglo XXI. La crisis educativa, la disgregación cultural, el estancamiento productivo y la pérdida del poder adquisitivo ofrecen un escenario inimaginable en 1983.

Hoy la población argentina es otra; cambió su composición, su distribución y hasta su carácter.

A esta realidad le podemos agregar el progresivo deterioro de los esquemas tradicionales de representación que se ponen en evidencia con la intolerancia reinantes y la ausencia de un diálogo, que es componente imprescindible del sistema democrático y republicano

La situación que hoy atraviesa Argentina como consecuencia de su prolongado estancamiento económico acompañada de una profunda transformación social que estamos caminando, nos han llevado a generar una sensación de extravío, pérdida y una declinación progresiva de sentido como nación con la expectante situación de crisis que, esperamos, no estalle.

La encrucijada en vísperas de las elecciones puede determinar si buscaremos un punto de inflexión o de no retorno. Es una coyuntura histórica, por la acumulación de déficits estructurales en casi todos los planos de la vida argentina.

La gran decisión

El desafío es: será o no el momento de cambiar. La respuesta la dará cada ciudadano, en las urnas.

Está en juego la posibilidad de volver al país pujante y en construcción, con la ilusión de progreso que acompañó a varias generaciones. Ciertamente, si nos equivocamos, corremos el riesgo de no poder enderezar el rumbo en la construcción de una nueva nación, nos iremos disolviendo como país, empujados por la decadencia que se profundiza en toda la estructura social.

Tenemos la ventaja comparativa de tener un país con los recursos naturales que el mundo va a necesitar en el futuro: agua, minería, alimentos y. energía sustentable. Contamos con recursos humanos, aunque amenazados por la destrucción de la educación pública y el atraso tecnológico, esclavos ambos de vicios ideologizantes.

¿Qué nos pasó, Argentina?

¿Por qué estamos tan desahuciados cuando tenemos todas las herramientas para vivir mejor?

Cada uno de nosotros puede intentar encontrar la respuesta a todo esto que nos pasa.

La deuda y el ajuste

En una reciente encuesta que mide las preocupaciones de los argentinos, los primeros lugares los ocupan, en ese orden, la inflación, la inseguridad, la corrupción y la deuda externa.

La deuda, externa e interna, son temas comienzan a entrar en la agenda. Somos un país sometido a un endeudamiento del Estado, a través de Letras, bonos y préstamos, que acumulan más de US$ $500.000 millones. Pagamos, por día, $44.000 millones solamente de intereses.

La deuda con el Fondo Monetario Internacional representa menos del 10% de la deuda pública. Sin embargo, somos el mayor deudor de ese organismo, la principal entidad financiera, integrada por el aporte de la mayoría de los países del mundo.

Ante los incumplimientos de la Argentina, le ha exigido medidas que deberá implementar para que siga aportando el dinero necesario para cumplir nuestros compromisos, que no es nada más y nada menos que los vencimientos ya pagados y a pagar hasta fines de septiembre de este año.

El compromiso del Gobierno (en especial, de Massa) es llegar al 31 de diciembre del 2023 con un déficit fiscal del 1,9% del PBI (que la diferencia entre gastos y recursos no exceda el 1,9% del producto bruto interno en este año), contener el incremento de la masa salarial, actualizar tarifas de energía, control de planes sociales y racionalizar tanto transferencias a provincias como a empresas estatales.

Más leña al fuego

El ministro y precandidato Sergio Massa ya empezó a aplicar parte de las medidas a través de una devaluación encubierta con la suba de impuestos a las importaciones y un dólar diferencial para el agro.

Con las escasas importaciones que se realizan por la falta de dólares, agravadas por este nuevo impuesto y por las restricciones que impone el secretario de Comercio, será muy difícil llegar a importar todos los insumos necesarios para lograr mantener o incrementar la producción; casi todos los productos necesitan insumos importados. El resultado será la disminución de la oferta de bienes y servicios, y a lo que se produzca se le adicionará la carga impositiva. Es decir, este nuevo impuesto ira a los precios e implicará mayor inflación. Que claramente no es fruto de la imaginación ni de la deuda que tomó Macri. El nuevo dólar diferencial para el agro será por un corto plazo, incrementándose el valor del dólar oficial para que ingresen los tan buscados y escasos dólares. Entre los productos beneficiados está el maíz, que sirve de base de alimentación de pollos, cerdos y vacunos y su costo incide en derivados como productos lácteos, huevos, etc. Otra vez: un factor inflacionario creado en la coyuntura.

Necesariamente, estas medidas son recesivas porque disminuirán las ventas con pérdidas de empresas, fuentes de trabajo y aumento de la pobreza, además inflacionarias. Sobre llovido, mojado. Una receta nada agradable, y sin un plan económico -no lo hubo desde 2020- que muestre la luz al final del túnel.

 

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