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¿Cabeza de ratón o cola de león?

Martes, 16 de abril de 2024 00:00

Hacia finales de los '90, de cara a un nuevo recambio presidencial en el país, una vez más se abría el sempiterno debate sobre el papel de la Argentina en el mundo. Desde el golpe militar de 1930, y de la mano de las vicisitudes de su política interna, la política exterior del país ha sido oscilante, pendular y errática; características que se perpetuaron aún tras el retorno a la vida democrática.

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Hacia finales de los '90, de cara a un nuevo recambio presidencial en el país, una vez más se abría el sempiterno debate sobre el papel de la Argentina en el mundo. Desde el golpe militar de 1930, y de la mano de las vicisitudes de su política interna, la política exterior del país ha sido oscilante, pendular y errática; características que se perpetuaron aún tras el retorno a la vida democrática.

Recuerdo que en esos años cursaba mis últimos cursos de la Lic. en Relaciones Internacionales en la UCASAL y el Cnel. Jorge Mainoli, gran profesor de la materia Estrategia, nos preguntó, en una de las primeras clases acerca de nuestro pensamiento respecto al rumbo que debía tomar el país: "¿cabeza de ratón o cola de león?" fue su disparador. De una manera muy gráfica, nos ilustró el trasfondo de lo que se debatía. La política exterior de Carlos Menem, de alineamiento automático con EE. UU. y las potencias occidentales implicaba ser la "cola de león"; las voces críticas que buscaban una opción más latinoamericanista y de estrechar el vínculo con los pares del mundo en desarrollo optaban por ser la "cabeza de ratón". Argentina oscilaba entre dos alternativas que se planteaban como excluyentes. Como cabeza de ratón el país podría adoptar una política exterior autónoma y ganar protagonismo y visibilidad en aquellos asuntos que fueran de interés nacional. Por otra parte, como cola de león, podría codearse con las grandes potencias y obtener apoyos concretos (financieros, tecnológicos, militares, etcétera) y no meramente declamativos, lo que redunda en el interés nacional.

Luego del intercambio de opiniones, que en esta temática siempre deja un final abierto, nos quedó en claro que cualquiera sea la decisión, ésta debería adoptarse estratégicamente. La estrategia consiste en planificar y actuar para alcanzar objetivos claros y teniendo presente los recursos disponibles, proyectando acciones en el corto, mediano y largo plazo; jerarquizando lo importante; atendiendo lo urgente y distinguiendo entre lo probable y lo posible. También nos quedó muy en claro que la estrategia no puede desentenderse de la táctica, que consiste en la puesta en marcha de lo planeado y que debe adaptarse y maniobrar de acuerdo con las circunstancias que muchas veces son cambiantes.

En materia de política exterior la estrategia del actual gobierno argentino es nítida. Ya desde la campaña electoral Javier Milei anunció que la Argentina se relacionaría con los países amantes de la libertad, es decir, con los occidentales y particularmente con EEUU e Israel.

Con motivo de la visita a nuestro país de la jefa del Comando Sur de los EE. UU., Laura Richardson, el presidente ha sido más preciso aun, manifestando su esperanza en que "… estos primeros pasos sean el comienzo de una relación especial entre ambas naciones, que permitan que el árbol de la libertad se extienda a todos los rincones del planeta para que ningún ciudadano del mundo sea sometido nunca más a los arbitrios de dictadores, autocracias, fanáticos religiosos y del comunismo".

Asumiendo que la opción estratégica planteada sea la correcta, el presidente no debe ignorar que el segundo socio comercial del país –China- es un país comunista y que su primer socio comercial –Brasil- está siendo gobernado por un histórico líder del partido comunista, más allá que en los hechos haya flexibilizado su posición. Con un país necesitado de inversiones; de ampliar su superávit comercial; de engrosar sus reservas monetarias, entre tantas otras urgencias importantes, la táctica implementada no parece ser la adecuada.

Es cierto que las opciones estratégicas implican la definición de aliados, adversarios y neutrales; pero no se trazan en el vacío, sino que deben ir acompañadas de las opciones de fuerzas (recursos, organización, planificación y consensos internos) para evitar inconsistencias y vulnerabilidades. Los recientes enfrentamientos con los presidentes de Colombia y México evidencian que esto último no es tenido en cuenta. Nuevamente, las declaraciones a título personal sobre las cualidades personales de otros mandatarios – ya hubo otros episodios previos a su asunción- han generado crisis gratuitas con los países vecinos que se pasaron por alto aduciendo que no había conflictos entre los Estados. Sin embargo, dicho argumento es falaz. Los jefes de estado, cancilleres y embajadores representan a sus respectivos países y con sus opiniones comprometen al país y, como funcionaros públicos, les deben tratamiento condigno a sus pares; esa es la base de la diplomacia.

Lo declamativo y los posible

Más serio todavía resulta el enfrentamiento con Venezuela por el asilo otorgado a los opositores al régimen de Maduro en la embajada argentina en Caracas. El asilo diplomático es una práctica diplomática común entre los países latinoamericanos y tanto el accionar del gobierno venezolano en contra del edificio de la embajada –que ficcionalmente es territorio argentino-, como el intento de envío de gendarmes argentinos para su protección, son acciones reñidas con la costumbre que se ha consolidado en la región sobre cómo abordar estos asuntos y responden a impulsos y diatribas que distan de ser institucionales.

En una región convulsionada y fragmentada –la ruptura de relaciones entre Ecuador y México son una muestra de ello- añadir más leña al fuego no parece ser lo ideal, al menos tácticamente.

A riesgo de ser reiterativo, la estrategia de política exterior de un estado está por encima de los intereses y las urgencias de los gobiernos de turno. Para ser serias y para proyectarse en el tiempo requiere de ciertos consensos mínimos pero nodales de toda la clase política y los sectores involucrados. A los gobiernos les corresponde la táctica, que debe maniobrar de acuerdo con los contextos, pero siempre teniendo como norte objetivos claros y plausibles de concretar. Teñir estas acciones con juicios meramente ideológicos conduce a la inconsistencia y eventual fracaso de la estrategia.

En este punto resulta ilustrativo citar a Mario Benedetti, cuyo poema "Táctica y estrategia" cierra con estos versos: "…mi estrategia es, que un día cualquiera, no sé cómo ni sé con qué pretexto, por fin me necesites". ¿Podrá Argentina diseñar una estrategia seria y coherente para que, al fin, el mundo la necesite? ¿Tendrán sus dirigentes la sabiduría necesaria para concretarla y aplicarla tácticamente de manera efectiva?

 

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