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16 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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La batalla cultural en el devenir mileísta

Martes, 30 de abril de 2024 02:29

Pocos saben, a ciencia cierta, qué quiere decir el minoritario partido La Libertad Avanza cuando habla de dar una "batalla cultural" en la presunta nueva era inaugurada el 10 de diciembre pasado. Sin embargo, el tema no debe despreciarse pues contiene un alto grado de peligrosidad.

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Pocos saben, a ciencia cierta, qué quiere decir el minoritario partido La Libertad Avanza cuando habla de dar una "batalla cultural" en la presunta nueva era inaugurada el 10 de diciembre pasado. Sin embargo, el tema no debe despreciarse pues contiene un alto grado de peligrosidad.

Si, como dijo el mismo presidente Javier Milei, es verdad que cuando ataca a la cantante Lali Espósito, a la oposición radical y "zurda", y a los periodistas que no se someten, "está dando" su batalla cultural, los argentinos estamos perdidos. No veo allí a Don Quijote luchando contra los molinos de viento con una lanza afilada, sino a un Sancho Panza con un escarbadientes en su mano. Sepa disculpar, don Sancho.

Un cambio cultural en el país es más que necesario, pero resultaría aventurado adjudicarle desde ya el carácter de guerra, batalla o lucha a ese proceso que, como bien saben los estudiosos de la historia, la política y la sociología, requiere de años y hasta décadas para perfilarse. Véase en ese sentido la lastimosa lucha cultural librada desde 2003 hasta el 2023 por la vengativa izquierda montonera, que ha dejado un sello de dudosa veracidad.

La nueva guerra cultural impulsada por el actual gobierno no es novedosa ni inaugura un paradigma, sí contiene un grado de peligrosidad atendible porque - como todo partido recién estrenado, con ambiciones de crecimiento - lleva consigo lo de siempre: la ambición de construir otro poder hegemónico que reemplace la cultura construida durante los últimos cien años (¿?).

Ilusión anarco capitalista

Este intento no es una idea propia de Milei, está desde hace unos pocos años en la cabeza de un personaje controversial estadounidense, Steve Bannon (ex asesor de Donald Trump), dedicado a trasmitir las máximas de su suprematismo blanco y la inclinación a favorecer más a los grandes poderes económicos que a las clases medias o empobrecidas.

Esta referencia es apenas una repetición de diferentes estrategias de polarización para dividir a la sociedad y mantenerse en el poder el mayor tiempo posible, esta vez desde un liberalismo exagerado por la visión anarcocapitalista y un progresismo de ultraderecha. Bannon no es precisamente un seguidor del pensador italiano Antonio Gramsci, quien ya desarrolló el pensamiento sobre la hegemonía ideológica varias décadas atrás, tanto como Alain de Benoist y la Nouvelle Droite.

Cuando se habla de peligrosidad nos referimos justamente a la insistente polarización ideológica que el actual presidente argentino quiere imponer contra lo que él considera un "zurdaje" dominante hasta su llegada, con el bagaje de conceptos económicos liberales ortodoxos, ya exhibidos por el conservadurismo nacional, las dictaduras militares, el neoliberalismo menemista, todos sin éxito en cuanto a su permanencia en el tiempo.

Se coincide con otros intelectuales en el sentido de que la guerra o la batalla cultural implica el conflicto entre grupos sociales y la lucha por el dominio de los valores, las creencias y sus prácticas.

Este conflicto está en la sociedad argentina, sobre todo a partir de la cultura de rasgos centro izquierdistas establecida con persistencia y atropellos en nombre de los tergiversados derechos humanos a lo largo de cuatro mandatos kirchneristas, un tiempo histórico con connotaciones de abuso de poder y propaganda para instalar la versión vengativa de los derrotados en la década del 70.

Estos no dieron una guerra ni una batalla cultural, sino solo una lucha en aspectos puntuales como el aborto, la homosexualidad, el multiculturalismo a medias, el feminismo, el fomento de los movimientos sociales y piqueteros, y la aniquilación de los derechos de los "no iguales". Todo en el marco del pensamiento único. Un poco más serio fue la alineación del país detrás de potencias no occidentales como Rusia y China por afinidad ideológica de los gobernantes, no así del pueblo.

La huella de Alsogaray

Milei arrancó con su "lucha" cultural desde la economía, su fuerza intelectual. El ingeniero Alvaro Alsogaray, protagonista de varias dictaduras militares y asesor principal de Carlos Menem, se desgañitó desde la década del 60 para hacerles entender a los argentinos que el problema económico del país era el déficit fiscal y el gasto excesivo del Estado. No tuvo éxito.

Milei, en cambio, está logrando un cambio en la mentalidad nacional en el sentido de no gastar más de lo que entra, de entender que la inflación es empobrecedora, que el mercado existe, el superávit fiscal equilibra las cuentas (a costa del sacrificio general), y sobre todo que el Estado -otrora "Presente"- le roba a los argentinos.

Su concepto sobre el Estado -de achicamiento o desaparición- sí forma parte de una incipiente batalla cultural. No está mal persuadir a la sociedad de abandonar la dependencia del Estado y trabajar incansablemente para reducir al mínimo la asistencia

mediante subsidios, un mecanismo que la cultura kirchnerista utilizó en exceso, con el exclusivo afán de sostenerse en el poder y apropiarse de los caudales de la Nación.

Esa batalla respecto del Estado tiene límites. Por los acontecimientos de los cuatro últimos meses, la lucha cultural en el terreno de las ideas económicas choca cada dos por tres con resistencias que reponen a la figura presidencial en la realidad, especialmente cuando quiere recortar gastos sin verificaciones previas y privatizar a mansalva (no pudo ni podrá privatizar el Banco Nación), no homologar paritarias salariales escuálidas, eliminar los medios de comunicación del Estado y avanzar contra las universidades públicas ignorando los convencimientos tradicionales de la sociedad.

La elección de instalar a la Argentina ideológicamente en Occidente, especialmente tras los Estados Unidos e Israel, en principio en forma excluyente, puso en tela de juicio la necesidad de abrirse a los mercados para consagrar el crecimiento del país. La canciller Diana Mondino hace malabares para sostener los vínculos comerciales con la República Popular China, después de los improperios infantiles del presidente. La balanza comercial argentina es más sólida con China que con Estados Unidos, según los números duros.

El mito y la dura realidad

La desregulación de la economía interna -otra bandera esencial del liberalismo- presentó de forma temprana sus dificultades. El Decreto 70/23 fue firmado con entusiasmo bajo la creencia de que con esa decisión se establecería como por arte de magia la libertad de mercado, y la libre competencia regiría naturalmente, sin apremios ni salvajadas. La reacción inmediata de la medicina prepaga arruinó la vida de millones de argentinos con los aumentos desmedidos y desconsiderados a los asociados o usuarios. Milei tuvo que bajar el estandarte y apelar al pecado de la "cartelización", no tolerada ni en la cuna del capitalismo.

Milei se concentra en los libros, tiene buena memoria, sabe leer y memorizar a los grandes autores de las lides económicas, pero de política no conoce lo elemental. Los argentinos no están acostumbrados a competir ni a negociar, están aprendiendo a defenderse con gran esfuerzo, costos y celeridad frente a la "cartelización" nacionalista.

El problema de los precios que nunca bajan forma parte de la herencia cultural argentina. Las grandes cadenas de supermercados devuelven el favor a la libre competencia con publicidades carísimas que anuncian los "mejores precios", pero no baja ninguno. Hay aquí otra barrera a la batalla cultural económica. Los más perjudicados son los de la clase media, baja y recontra baja que arriesgaron el pellejo votando a un liberal.

El liberalismo que hoy triunfa en varias naciones, pero no tantas, es elitista, como lo fue siempre. Solo la realidad dirá hasta donde Argentina admite la implementación de esa ideología. En este punto conviene aclarar que Milei no es un liberal puro, es un anarcocapitalista, una rama del ultraliberalismo mucho más duro que el neoliberalismo de Margaret Thatcher en los años 90.

El anarcocapitalismo de Javier Milei aspira a un choque de cosmovisiones, por eso despliega una estrategia típica de confrontación y no de persuasión ni buenos modales. Un joven analista surgido durante la última contienda electoral en nuestro país, suele decir que la premisa del presidente es la siguiente: "si alguien hace o dice algo, yo tengo que hacer lo contrario". Esta búsqueda de diferenciación tampoco es novedosa, es una elección política habitual, genera nuevas grietas, y la nominación de nuevos enemigos, sin importar el daño que se cause una vez más al pueblo argentino.

De eso, ya hubo bastante con el kirchnerismo, inspirado en las elucubraciones de Ernesto Laclau y su mujer Chantal Mouffe, dos postmarxistas que nada tuvieron que ver con el peronismo, cuya versión original dictaba: "ni yanquis, ni marxistas".

Los peligros de la batalla cultural emergen día a día con las medidas económicas y el relato presidencial plagado de insultos y graves descalificaciones a los opositores con las que cree que está construyendo su hegemonía ideológica. Las primeras dejan huellas evidentes, los agravios suben de tono a medida que avanza el mandato presidencial.

Habrá que preocuparse cuando la "guerra cultural" incursione en la moral.

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