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Héroes de un nuevo Olimpo

Miércoles, 01 de mayo de 2024 21:35

Los seres humanos tenemos una fascinación -una necesidad - por contarnos historias; narraciones que integramos en ficciones más amplias que le dan al contexto existente un significado específico. Nuestras historias crean realidad.

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Los seres humanos tenemos una fascinación -una necesidad - por contarnos historias; narraciones que integramos en ficciones más amplias que le dan al contexto existente un significado específico. Nuestras historias crean realidad.

Dice el filósofo argentino Maximiliano Zeller: "Las historias son esenciales porque proporcionan un marco de referencia y un lenguaje común con los que interpretar la realidad. Desde la Antigüedad, la mayoría de las culturas han entendido que los relatos que una sociedad se cuenta a sí misma moldean activamente su imaginario colectivo y el paisaje mental en el que sus miembros afrontan los desafíos. Al igual que planteaba Platón, las narraciones que circulan en una comunidad configuran el terreno conceptual en el que sus integrantes abordan los problemas y piensan soluciones. Necesitamos crear historias para procesar el mundo que nos rodea de un modo significativo".

Es esclarecedor pensar que las soluciones se imaginan dentro del contexto del cual surgen las narraciones y en el cual se forman estas narrativas. Los relatos no sólo moldean nuestra forma de interpretar al mundo sino también nuestra forma de actuar y de interactuar con él. Nosotros creamos nuestros mitos y luego quedamos atrapados en ellos; en esa red por nosotros tejida. Los mitos devienen "criaturas míticas".

Para Alessando Baricco, "las criaturas míticas son productos artificiales con los que los seres humanos se dicen a sí mismos algo urgente y vital. Son figuras en las que una comunidad de seres vivos organiza el material caótico de sus miedos, creencias, recuerdos o sueños". Y, aunque "construcciones artificiales" creadas por nosotros; no deben ser imaginados como fábulas irreales. Nada más equivocado; "El mito es la criatura más real que existe", afirma Baricco. Una criatura mítica evoca "lo que hemos diseñado"; "lo que invocamos a los gritos".

La última elección mostró un campo de batalla en el cual se enfrentaron dos criaturas míticas -cada una conservadora a su manera-; ambas clamando por su derecho a cambiar el modelo de país. El enfrentamiento fue el choque postergado e inevitable entre un orden político imperante que apelaba a la continuidad de su mito decadente; y otro que buscaba destronarlo e imponer uno nuevo. No puede haber interregno; muerto el rey debe ungirse un nuevo rey. Muerto el mito; viva el mito.

Así, desde una de las trincheras de la infinita grieta, unos claman por un cambio que lo rompa todo; que deje una tierra arrasada sobre la cual se construirá algo mejor. ¿Se puede construir sobre la base de la destrucción? ¿Es sostenible combatir la anunciada disolución propiciada por el mito anterior, bajo la amenaza de otra nueva disolución que propone el mito actual? Además, las formas; ¿son en realidad, tan distintos? Todas paradojas sin respuestas, símbolo de esta modernidad irracional.

"Yo no quiero ir por cosas chiquitas, yo me quiero parecer a Irlanda. Quiero ir por un PBI per cápita que es 50% más grande que el de Estados Unidos: esa es la revolución que estamos proponiendo, una verdadera revolución de la libertad". Ese es el nuevo mito; la nueva "Tierra Prometida". "Cuando a la gente no le interesa más la política, ¡le ofrecemos una mitología!", clama un personaje de Giuliano da Empoli; en "El mago del Kremlin".

Nueva mitología que se instala frente a una elite lejana a la realidad argentina; elite a la que se les hace la promesa casi explícita de convertirla en los dueños del país. "Yo les voy a allanar el camino; en la medida que la Argentina empiece a crecer, le voy a poner un pie encima al gasto público, tal que lo licúe en términos de PBI para empezar a devolverles la plata de los impuestos"; dijo el presidente. Discurso en el que el presidente definió como "héroes" a los delincuentes que fugaron capitales "porque lograron escapar de las pérfidas garras del Estado". El auditorio -cómplice y amoral-, aplaude. El presidente de la Nación no puede ungir en héroes a delincuentes; no es Jesucristo perdonando al ladrón "bueno" compañero de crucifixión.

El mayor peligro de este nuevo mito es que todo quede justificado bajo el imperativo de la salvación nacional. Ningún costo es alto si el destino es la salvación. La motosierra; la licuadora; las contradicciones; las improvisaciones; las marchas y contramarchas; las fracturas ideológicas; las diatribas; los insultos y la violencia institucional; todo queda justificado y supeditado a ese irrenunciable imperativo moral mayor. Se convalida un "todo vale" que barre con cualquier obstáculo que entorpezca el avance en la dirección -por ellos- planteada. Se abolen el escrutinio y la justificación. Se anula la racionalidad y la reflexión, tanto sobre el camino a seguir como sobre la evaluación de sus costos. Cualquier preocupación es considerada herética e injuriosa. Muerta la disonancia sólo es una cuestión de tiempo hasta que aparezcan los gulags.

Bien dijo Karl Popper: "Aquellos que nos prometen paraísos en la tierra nunca produjeron más que el infierno". Veamos cómo lograr que esta nueva criatura mítica que se está creando e invocando a los gritos no sea la que nos termine de devorar; por fin.

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