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Por Flavio Gerez*
El pasado jueves 21 de noviembre, el Teatro Provincial de Salta acogió una presentación que bien puede ser recordada como el acontecimiento del año: un magnífico concierto que unió al formidable pianista argentino Antonio Formaro y al maestro Eduardo Alonso Crespo al frente de la Orquesta Sinfónica de Salta.
Este evento, realizado a beneficio del Hospital San Bernardo de la Ciudad de Salta, destacó no sólo por su altísimo nivel artístico, sino también por las circunstancias de su realización. Fue producto del esfuerzo de instituciones y personalidades como el Instituto de Música y Danza, la Fundación San Bernardo, la familia Wilde y el propio Formaro, más que de la gestión regular de la Comisión Artística de la Orquesta. Este detalle merece especial atención, pues invita a reflexionar sobre las dinámicas internas que deberían priorizar iniciativas que revisten tal magnitud y trascendencia cultural.
El programa se inició con una hermosísima obra que posee un profundo arraigo en el imaginario del norte argentino: el poema sinfónico "El Valle de los Menhires" Op. 10, del maestro Eduardo Alonso Crespo (1956).
Obra originalmente concebida para cuarteto de cuerdas y luego reescrita para gran orquesta, evoca con poderosa precisión los contrastes de la región tucumana de Tafí del Valle, donde los paisajes cambian radicalmente desde una densa vegetación subtropical a una luminosa aridez. La música, organizada en tres movimientos ("En la noche", "Canto de la mañana" y "Al mediodía"), traza un recorrido sonoro que alterna entre la zozobra y la esperanza, la oscuridad y la luz. La interpretación de la Orquesta Sinfónica de Salta, que ya había estrenado esta obra en 2005, fue sencillamente majestuosa, logrando captar con notable expresividad los matices que el compositor plasmó en su creación. El gesto de Alonso Crespo fue decisivo, subrayando las ricas texturas orquestales y llevando a los músicos a alcanzar un nivel que pocas veces se había evidenciado con tanta claridad con este director en el podio.
La velada alcanzó su pináculo con la entrada en escena de Antonio Formaro, quien debutaba con la Orquesta Sinfónica de Salta en el rol de solista del Concierto para piano N° 1 en sol menor, Op. 25 de Félix Mendelssohn Bartholdy (1809–1847). Desde el primer compás, Formaro desplegó un dominio técnico impecable y una sensibilidad artística capaz de hipnotizar al auditorio. Su interpretación del Molto allegro con fuoco fue un torbellino de virtuosismo y controlada energía, tarea difícil si las hay en este concierto pleno de líneas melódicas exquisitas propias del compositor, mientras que el Andante reveló una profundidad emocional que cautivó por su delicadeza dinámica y extraordinario lirismo. En el movimiento final, Presto - Molto allegro e vivace, el pianista deslumbró con un fraseo ágil, claro, sin excesos de velocidad y lleno de carácter, cerrando una actuación que seguramente será recordada como el momento más destacado de la temporada musical salteña de este 2024.
Un fenómeno conocido como el "efecto del solista" ampliamente estudiado por la neurociencia actualmente se evidenció durante toda la interpretación del concierto para piano e incluso antes y después. Este término, que describe la capacidad de un solista fuera de serie para elevar el nivel de una orquesta, se manifestó en una energía renovada y una precisión que los músicos de la Sinfónica de Salta exhibieron bajo la influencia del carisma y la entrega honesta y amable de Formaro. La ovación fue tan ensordecedora, aunque el teatro no estaba con aforo completo, que como regalo adicional, el pianista ofreció una interpretación del Rondó Caprichoso, Op. 14 de Mendelssohn, que no hizo más que prolongar la magia de su actuación. Es verdaderamente estimulante escuchar y de paso aprender de un especialista y referente en Mendelssohn como es Formaro.
El concierto culminó con la Sinfonía N° 8 en fa mayor, Op. 93 de Ludwig van Beethoven (1770-1827), una obra que, aunque menos monumental que otras sinfonías del compositor, es un ejemplo magistral de síntesis formal y humor musical. Bajo la batuta del maestro Alonso Crespo, los músicos abordaron la pieza con un enfoque solemne que permitió redescubrir sus intrincadas sutilezas. Desde el inicio enérgico del primer movimiento hasta el jocoso y rítmico Allegretto scherzando, la orquesta mostró una cohesión notable producto de la inercia de ese efecto impreso eficazmente por Formaro, culminando en un Finale que resonó con vibrante intensidad.
Más allá de la belleza de un programa perfecto en su equilibrio y del virtuosismo desplegado, este concierto dejó en evidencia dos lecciones fundamentales. La primera es la importancia de facilitar la presencia de artistas como Antonio Formaro, cuyo talento y entrega no solo enriquecen la vida cultural local, sino que inspiran a los músicos y al público a explorar nuevas alturas de la apreciación artística. La segunda es la necesidad de reflexionar sobre las decisiones estratégicas de nuestras instituciones culturales. ¿Cómo es posible que un evento de tal envergadura y trascendencia artística dependa de esfuerzos externos más que del propio motor institucional?
La música tiene un inmenso poder transmutador, y ese poder fue palpable en el Teatro Provincial de Salta aquella noche. La conjunción de una interpretación sublime, una dirección comprometida y una obra benéfica noble convirtió este concierto en una experiencia que va más allá de lo artístico para inscribirse en el terreno de lo inolvidable. Espero que este hito marque el inicio de una etapa más ambiciosa y visionaria para la Orquesta Sinfónica de Salta, que posee el potencial de continuar siendo el indiscutible faro cultural de nuestra región.
* Doctor en Física y músico. Miembro de la Asociación de Críticos Musicales de la Argentina