En un contexto global atravesado por la amenaza del cambio climático y el aumento de las tensiones geopolíticas, la balanza de prioridades presupuestarias en Europa parece inclinarse con fuerza hacia el rearme militar.
Según lo acordado hace pocas horas, los países miembros de la OTAN (30 naciones europeas más Estados Unidos y Canadá) consensuaron (con excepción de España) elevar el gasto en defensa al 5% del Producto Interno Bruto, lo que implicaría una inyección adicional de más de 510.000 millones de euros anuales.
La decisión fue adoptada en la cumbre de La Haya y se alinea con las presiones del presidente estadounidense Donald Trump, quien exige que Europa se “haga cargo” de su propia defensa. Actualmente, la mayoría de los países de la alianza destinan el 2% de su PBI al gasto militar, cifra que ahora podría más que duplicarse.
Según trascendidos, el nuevo objetivo se dividiría en dos partes: un 3,5% del PBI destinado a capacidades estrictamente militares -como armamento, tropas y tecnología de guerra- y un 1,5% para infraestructuras críticas, ciberseguridad y capacidades industriales vinculadas a la movilidad militar.
En el otro extremo del espectro presupuestario, la Unión Europea asignó en 2024 apenas 2.400 millones de euros al medio ambiente y la acción climática, lo que representa menos del 0,002% del PBI combinado de los Estados miembros. De ese total, 745 millones se destinaron al programa LIFE, que financia iniciativas de mitigación y adaptación al cambio climático, y 1.500 millones al Fondo de Transición Justa, una herramienta diseñada para acompañar a las regiones más dependientes de los combustibles fósiles.
¿Es el fin del la Europa verde?
La comparación no solo resalta una diferencia abismal de magnitud -más de 200 veces entre un rubro y otro-, sino que también pone en cuestión el relato político de una “Europa verde”. El presupuesto total de la Comisión Europea para 2024 ascendió a 189.300 millones de euros, complementados por otros 113.000 millones en pagos provenientes del fondo NextGenerationEU. Sin embargo, el apartado ambiental sigue ocupando un lugar marginal en el reparto general.
La contradicción entre discurso y acción no pasa desapercibida. En Bruselas se insiste en que la transición ecológica es prioritaria y que los recursos “se están orientando donde son más útiles”, pero el desbalance respecto del gasto militar genera cuestionamientos incluso dentro de las propias instituciones comunitarias.
“La resiliencia climática también es una forma de seguridad”, señalaron desde una ONG ambientalista con sede en Alemania, en referencia a los múltiples informes científicos que advierten sobre los efectos devastadores del calentamiento global: sequías, desplazamientos forzados, inseguridad alimentaria y aumento del nivel del mar.
Expertos advierten que el incremento desmesurado del gasto militar podría consolidar un paradigma centrado en la disuasión bélica, dejando de lado las urgencias ambientales.
Con un plazo aún indefinido para alcanzar el 5% del PBI en defensa, los Estados miembros de la OTAN se enfrentan a una disyuntiva clave: reforzar sus arsenales o acelerar su adaptación a un planeta en crisis. La historia juzgará cuál de estas dos amenazas fue tratada como la más urgente.