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La Odisea y la constante búsqueda del paraíso perdido

Sabado, 22 de octubre de 2011 20:45

LORENA CRUZ El Tribuno de Jujuy

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LORENA CRUZ El Tribuno de Jujuy

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El arte recupera aquello que a simple vista no parece trascendental, cuando una antigua era se manifiesta en nuestro presente y, desde una profunda reflexión, lleva a escena un cuestionamiento que lejos de Europa, abraza a Latinoamérica.

Entonces el teatro rescata la historia de Ulises y la ofrece como aquél que separado de su tierra y siempre aferrado al recuerdo de su familia, vive una cadena de aventuras para regresar a su hogar por años perdido.

Así es como el héroe de los caminos, protagoniza una obra que fue adaptación de la pieza clásica creada por Homero, para trasladarla a nuestra realidad y ver cómo las casualidades no son tales por que se reflejan en increíbles similitudes, entre el personaje del mundo mitológico y la esencia misma del ser latinoamericano.

En busca de su Itaca añorada, el Ulises de literatura después de la guerra, embarca sus ilusiones y deseos de volver, sin importar cómo, junto a su familia. En la escena, otro Ulises más teatral vive también tiempos difíciles, pero él en tierras del norte con los mismos deseos de volver. En la realidad, luego de una complicada llegada y una permanencia sin mucho viento a favor, el ser latino vive unas veces con sufrimiento y otras con discriminación en tierras extrañas. Con este panorama, Ulises más se abrazaba al anhelo del encuentro con su paraíso familiar que al futuro en otro lugar.

No había que pensar demasiado, Ulises de todas formas quería volver. El protagonista seguiría sería consciente de las consecuencias pero también de la motivación que crecía en su mente con el pasar de los días. No importaba si 1000 veces tropezara con amores furtivos o si las piezas se colocaran de tal manera que los encuentros clandestinos con diosas en la Tierra sean reales.

Muchos personajes y un sinfín de enredos se apoderaban de su vida o de ese paso por rumbos desconocidos que sólo el controlaba a medias, desde su lugar. Entonces no había cómo detener el tiempo, el reloj parecía correr más rápido que los momentos y Ulises se sumergía más en historias que absorbían su atención.

Luchas y virtudes no faltaron. Y la fuerza de los dioses también entraba en juego. Ulises ávido de inconsciente odisea, luchaba contra sí mismo por el pacto que hizo con el destino que tal vez ya había sido escrito. Sólo había que esperar que, desde el Olimpo, se desatara la lluvia de obstáculos que pondrían a prueba lo único que entendía como posible: llegar a su patria, con su familia.

El arribo a nuevas tierras era motivo para seguir descubriendo lo inesperado. Por eso, inminentes desafíos lo acechaban, como puertas cerradas que el viajero debía revelar y luego, con ese objetivo personal, resurgir como el ave fénix de las complicaciones.

Siempre con cañas de bambú que bailaban al son de una música escondida en la oscuridad, Ulises se afirmaba más en una actitud reflexiva, mientras las féminas que sobresalían en su travesía, quedaban prendidas ese sugerente efecto que proyectaba de sí y que envolvía la historia en una estética original.

El tiempo seguía su rumbo. Y Ulises seguía perdido en tierras en las que no se encontraba. Era un hombre varios años mayor, con notables cambios físicos pero con el convencimiento inicial que nunca había anulado su vigencia.

Luego de décadas de silencio, el hombre parecía tan pequeño en el universo de las memorias para Penélope y Telémaco, que las esperanzas se desvanecían sin dudar.

Ella seguía tejiendo las ilusiones de nuevos pretendientes durante el día, aunque su corazón lloraba sangre en la noche y sus manos sólo desataban ese amor que en ellos nacía. Es que Penélope seguía creyendo en el regreso de su amado, aún a pesar de que los separara esa existencia que no compartieron juntos.

El pequeño Telémaco ya era hombre y los cuestionamientos brotaban de él sin descanso, como una máquina de hacer preguntas que los dioses debían responder sobre el destino de su padre, algo que para él siempre fue incierto.

Entonces las aguas volvían a agitarse en su vida y, colmado hasta el hartazgo de acontecimientos, seguía dispuesto a apostar su felicidad a los dioses para entregarse por completo a ese encuentro, tan esperado.
Así, sus recuerdos e ideales que nunca desaparecieron, lo llevaron a ganar el desafío y después de años en soledad, llegó a su tierra querida, aquella que lo vio nacer, formar un hogar y que era su origen.

Cuando vio a Penélope, las palabras parecían sobrar, lo que fue suficiente para entender que el amor en Ulises seguía intacto. Sin embargo, en ella crecía la suspicacia de demasiados años para descubrirlo en los andrajos de un desconocido.

Tal vez el prejuicio de una sociedad que juzga al exiliado, tal vez lo que hoy sucede en el ser latinoamericano a su regreso de otras tierras con las exclusiones, los enfrentamientos y las revoluciones. No obstante, cuando Ulises confesó sus temores y volvió a construir con palabras aquel lecho que con sus manos había realizado, los dos se unieron en un sincero sentimiento que Telémaco celebró en su corazón, un momento que fue coronado por los aplausos de todos los espectadores.