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Eco de ansiedad festival

Sabado, 09 de febrero de 2013 20:29

TILCARA (Corresponsal). Ya en la noche del viernes, cuando el diablito latía bajo los mojones esperando que llegue su hora de despertar a la fiesta, la ruta 9 era un largo rosario de luces de automóviles que buscaban su destino. El principal, a juzgar por esas caravanas de alegres que subían hacia el norte quebradeño, parecía ser Humahuaca, cosa que hacía pensar en esas angostas veredas desde las que se verían, el sábado, los bellos disfraces de sus comparsas.
 

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TILCARA (Corresponsal). Ya en la noche del viernes, cuando el diablito latía bajo los mojones esperando que llegue su hora de despertar a la fiesta, la ruta 9 era un largo rosario de luces de automóviles que buscaban su destino. El principal, a juzgar por esas caravanas de alegres que subían hacia el norte quebradeño, parecía ser Humahuaca, cosa que hacía pensar en esas angostas veredas desde las que se verían, el sábado, los bellos disfraces de sus comparsas.
 

La rotonda de Tilcara, a mitad del camino que recorre la Quebrada de Humahuaca y su Carnaval, dejaba pasar más vehículos, pero aún así sus calles rebosaban de gente que, con sus coreografías turísticas, a modo de coro que espera las comparsas, hacían sobrevolar talco mientras se improvisaban hileras de jovencitas que al ritmo de quien batiera un parche o acariciara un encordado se movían.
 

El agua, el talco y la espuma ya reinaba en el aire cuando, al cerrar la noche de la víspera carnestolenda, las voces de los locutores de los bailes se sobreponían a la música que movía los cuerpos. Luego, ya en la mañana del sábado de Carnaval, el silencio que precede a la tormenta. Lidiando con el mediodía, los estruendos anunciaban el lugar de los mojones que llamaban a la última comida previa a la cadena de las invitaciones durante las nueve noches.
 

Otros se asesoraban sobre los rituales del mojón para decidir en cual ofrendarían su permiso y pedirían la protección para que el Carnaval pase sin más que buenos momentos, y las autoridades de cada comparsa, con sus respectivos padrinos de bebidas, de música y de banderas, ultimaban los preparativos para que nada falle.
 

El diablito, en tanto, se removía en las entrañas de la Pacha como una ansiosa semilla de maíz que ya quiere ser chacra. ¿Qué vendría luego? Los disfrazados cumpliendo su promesa de felicidad desbordante, el color verde de la chala que es bandera, las trompetas bramando topamientos y esa sensualidad que es propia de esta ofrenda que nace cada año al pie de la Cuaresma.
 

Un ritual que, en la Quebrada, es eco de las tantas ansiedades festivas que recorren el continente cuando aún quedan en el aire los vientos de la ofrenda que, una semana atrás, celebraban al pie de la imagen de la Mamita de la Candelaria. Lo que viene después del sábado del desentierro, se irá con las millares de memorias que se entraman para guardar lo que haya sido este Carnaval que se inicia.