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Los altares al Gauchito Gil en el suelo quebradeño

Miércoles, 06 de marzo de 2013 20:21

 El último paso de un tren por estas tierras altas motivó algunas de las mejores páginas de Héctor Tizón, una bellísima melodía de Ricardo Vilca y, con el reemplazo de los vagones por los acoplados de los camiones, también los altares dedicados al Gauchito Gil, una de las veneraciones ruteras más extendidas en nuestro país. Y así como alguna vez llegó la imaginería española para adquirir nuevos tonos e interpretaciones en manos de nuestros artistas populares, esta advocación correntina también adquiere nuevos modos en tanto que asciende por la ruta 9.

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 El último paso de un tren por estas tierras altas motivó algunas de las mejores páginas de Héctor Tizón, una bellísima melodía de Ricardo Vilca y, con el reemplazo de los vagones por los acoplados de los camiones, también los altares dedicados al Gauchito Gil, una de las veneraciones ruteras más extendidas en nuestro país. Y así como alguna vez llegó la imaginería española para adquirir nuevos tonos e interpretaciones en manos de nuestros artistas populares, esta advocación correntina también adquiere nuevos modos en tanto que asciende por la ruta 9.

 

Habrá que verlo con los ojos de una tradición que tiene sus propios significados sobre el gaucho, imagen que va más allá de aquella que, con igual derecho, reproducen nuestras asociaciones gauchas. Enumeremos algunas. En las comparsas humahuaqueñas, por ejemplo, el disfraz de gaucho lo vestía aquel que marcaba el orden de todos los disfrazados y de los alegres, aquel que ocupaba el sitio que antes había tenido el bastonero.

Acaso ese poner orden en los carnavales y su tono mandón le viniera de la imagen del patrón, y así aparece en numerosos relatos orales que hablan de la aparición del otro Diablo, no el del Carnaval, y que nos lo pinta como un gaucho vestido de negro, alto, de sombrero grande, lujoso. Esa imagen en poco se acerca al humilde gauchito correntino de bota de potro, chiripá y bolas en mano. Este, si se quiere, se acerca al de las veneraciones.

 

En muchas veneraciones de santitos y de vírgenes se sigue celebrando con el baile del torito. Allí, uno de los participantes calza un casco en forma de toro y otros dos tienen al cinto la figura del caballo. De la cintura para arriba, con una banderita blanca de marcada en una mano y un cuchillo de madera en la otra, visten como gauchos con su sombrero y su pañuelo al cuello.

 

La misión de estos gauchos, en el marco de la celebración, es arrear el paso del torito impidiéndole embestir contra los fieles de la procesión. De alguna manera, ocupan el mismo lugar ordenador que el gaucho de las comparsas, cuando aquí no siguen el accionar de los diablitos sino el de la bestia, que representa la misma naturaleza de los instintos. En estas celebraciones, también hacen la mímica de la capada y de la marcada del animal.

 

La tradición oral también señala otra presencia familiar: la de los Varela. Hacia fines del siglo XIX, aún hoy recordados por sus ponchos rojos que semejan las banderas del Gauchito, pasaron por la Quebrada, perseguidos por el ejército mitrista y rumbo al exilio, las últimas montoneras federales. De su paso perseguido y en derrota, se recuerdan saqueo de animales, alzada en tropa y desmanes que, si fueron ciertos, sin duda fueron aumentados por las noticias y la historia que ya escribían sus enemigos.

 

Los hombres de Felipe Varela, que no se trata de otros, se acercan más a la estampa y a la historia del gauchito correntino, a lo que se suma la conciencia de que el almita de los muertos regresa, además de a los hogares, a los sitios donde falleciera el difunto. De ahí las numerosos pirhuas o altarcitos que mentan a difuntos a la vera de la ruta. Los altares del Gauchito Gil, almita también, difunto protector a su vez, es uno entre ellos.

 

No es de extrañar que su culto, cada vez más numeroso a lo largo de nuestras rutas, vaya adquiriendo formas que tienen que ver con los cultos de nuestra gente. Ha pasado con los del santoral católico, más sucederá con los del popular. Habrá que agregarle la imagen de ese santo hebreo, aunque para nosotros de tradición española, que tan hondo ha calado en la fe de nuestro pueblo: la de San Santiago.

 

Suele llamar la atención de quien lo mire, y así como los pesebres navideños adquirieron vestimentas y tipos locales, el Santiago tantas veces representado y venerado en nuestros campos, también se fue agauchando. En alguna de las encrucijadas del imaginario popular, sus estampas se van pareciendo, ya sea achicando la espada en cuchillo, volviendo poncho la capa roja y regionalizando el sombrero.

 

El tiempo y la cultura van modelando las tradiciones, y ya que la imaginería no crea objetos de culto sino símbolos que señalan un orden mayor, que es el que se venera, podemos pensar que la religiosidad popular también va modelando símbolos que le son accesibles. Es posible decir que lo que el pueblo expresa sea un arte y una religiosidad que, dentro de su cultura, da cuenta de esas respuestas últimas sobre el sentido de la vida, un sentido que sólo puede ser expresado por el modo de la vida que se ha vivido.