Durante siglos, las artes plásticas fueron un canal privilegiado para la difusión del mensaje cristiano, ya sea por la transmisión de sus contenidos como por la representación de una belleza que comparte la armonía de la Creación y la pasión humana. La Iglesia Católica sostuvo así el trabajo de pintores, escultores y arquitectos que comunicaron el mensaje evangélico, a veces con más fidelidad que las palabras.
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Durante siglos, las artes plásticas fueron un canal privilegiado para la difusión del mensaje cristiano, ya sea por la transmisión de sus contenidos como por la representación de una belleza que comparte la armonía de la Creación y la pasión humana. La Iglesia Católica sostuvo así el trabajo de pintores, escultores y arquitectos que comunicaron el mensaje evangélico, a veces con más fidelidad que las palabras.
No es de extrañar que mucho de esa obra haya cobrado autonomía. Algunas pasaron de templos a museos, en tanto que muchas veces se visitan en las iglesias por el arte de su construcción y por las obras que contienen, del mismo modo en que, para el Viernes Santo, muchos se llegan a Tilcara no ya sólo por la procesión sino para contemplar las ermitas.
La misma palabra “ermita” anduvo bastante desde representar lugares de retiro espiritual, de donde viene la palabra: ermitaño. El hombre buscaba allí la soledad para calmar su espíritu y poder recibir la palabra de Dios, de la cual la ermita como obra de arte religioso responde acaso a este mensaje recibido por el ermitaño.
El Viernes Santo en particular, cuando el altar mayor del templo se haya cubierto por paños y no se ven las imágenes, pareciera que su presencia necesita ganar la calle, además de a hombros de los promesantes, en la creación de las ermitas.
Silvia Adaro agregó “me parecen que no sólo se conjuga la fe sino la naturaleza y esa unión con la Pachamama”.
Pero en Tilcara, las ermitas no nacen como representaciones de ese mensaje sino como lugares en los que se detenía la procesión del Viernes Santo. Tres o cuatro, dicen, eran y se ubicaban en torno a la plaza Chica, que es la de la iglesia. Hasta mediados del siglo XX se trataba de pequeñas casitas adornadas con flores tejidas.
Se dice que, entre otras, fueron las manos de Medardo Pantoja las que las dotaron de formas que representaban el mensaje evangélico en un espiral que ya las emparentaba de lleno con el arte, desde donde irían adquiriendo vuelo propio. A veces incorporando elementos que brindaran una mayor plasticidad o para desprenderse de lo dicho, no ya para regresar al arreglo floral sino para buscar nuevas formas de nombrar el pecado de la injusticia o el milagro del amor.
Según la opinión del muralista Marcelo Carpita, “las ermitas tienen dos situaciones: la técnico-artística y la social, que a mi parecer es la más importante. Las ermitas son mosaicos que se realizan con materiales perecederos, diversos y livianos, siguiendo un patrón establecido por un diseñador”. Con respecto al segundo punto, Carpita nos dice que “lo más importante está en que es arte público. El mosaico brinda una experiencia colectiva de solidaridad”.
Cuando puse estas ideas en Facebook, recibí algunas respuestas que por momentos se condecían con las expresiones de Carpita. Claudia Paredes, por ejemplo, sintetizó diciendo que “esas bellezas son arte, sobre todo por el valor espiritual con que las hacen”.