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Retrospectiva de Molina y retratos de Kunan en Tilcara

Miércoles, 25 de enero de 2017 01:30
<div>OBRAS DE MARIANO KUNAN/ LAS BELLAS PIEZAS PUEDEN APRECIARSE EN EL MUSEO TERRY.&nbsp;</div><div>
El Museo de Artes Plásticas "José Antonio Terry" habilitó dos muestras de alta calidad para acompañar al Enero Tilcareño. Comenzaremos por hablar de aquella que, por la trayectoria del artista, es sin duda la protagónica: la retrospectiva en homenaje a Pedro Molina, un extenso paseo por la obra de un hombre singular cuyas anécdotas permanecen vivas en la memoria tilcareña.
Su trabajo giró en torno a las distintas técnicas del grabado, del que fue maestro, pero no es menor su legado en la pintura, sin embargo una y otra se enriquecen tanto con la vida del artista, que atravesó una mitad de siglo plena de romanticismo, y por su perspectiva estética e ideológica. Es que Pedro Molina, un riojano que gozó con soltura de la vida que le tocó vivir, fue el creador a la vez de una obra generosa y de un personaje que encarnó con pasión. Devolver, en este caso a Tilcara, una muestra de sus cuadros es una labor digna de agradecerles a su hija Victoria y a los programadores del museo Terry. Allí, entiendo, el surrealismo que marcó hondamente el siglo pasado de las artes, alcanza una de sus tantas cúspides abonada en una cultura popular y una historia patria que tampoco se comprenden desde la mera racionalidad.
Pedro Molina, cuyas piezas exponen visiones que comienzan en la década del cincuenta y sólo se cierran, con sus días, en las dos primeras décadas del siglo en que vivimos, miran con su particular didáctica hacia relatos de una América en cuyo barro supo hundir sus pies, y en el devenir de la construcción de una nación, la Argentina, que pese a buscar, a veces de modo sangriento, su lugar dentro de la civilización occidental, se resistió a olvidar aquellas raíces que avergonzaban a Sarmiento.
Y a una obra que, en palabras de Francisco Tinte, director de la sala, es patrimonio perenne, quienes tuvimos el privilegio de escucharlo en anécdotas de su propia voz podemos yaparle una dimensión inabarcable, comprendiendo que el surrealismo, esa gesta parricida del mandato racional, no fue para Molina sólo una perspectiva estética y un modo de comprenderse comprendiendo el país, sino un modo de vida.
En otra de las salas, las perspectivas de Mariano Kunan, cuya muestra es también valiosa, aunque le haya tocado este fin de semana ser el telonero del particular Pedro Molina. Kunan presenta rostros y personajes que expresan un mundo del que es testigo, pero del que acaso no se pueda hablar sólo en el mero retrato tanto como en su descomposición.
¿Cómo decir plásticamente lo que vive y siente el hombre de nuestro tiempo? Una respuesta nos la da Mariano Kunan, para quien muchas veces el marco de la obra es el contorno del retrato, con seres que lloran sangre desde alguno de sus seis ojos, con corazones que salen para ser un prendedor en la camisa, con palabras manuscritas con que necesita completar la visión y con una composición postpicasiana con que busca transmitir ese complejo contexto de personas solas.
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El Museo de Artes Plásticas "José Antonio Terry" habilitó dos muestras de alta calidad para acompañar al Enero Tilcareño. Comenzaremos por hablar de aquella que, por la trayectoria del artista, es sin duda la protagónica: la retrospectiva en homenaje a Pedro Molina, un extenso paseo por la obra de un hombre singular cuyas anécdotas permanecen vivas en la memoria tilcareña.
Su trabajo giró en torno a las distintas técnicas del grabado, del que fue maestro, pero no es menor su legado en la pintura, sin embargo una y otra se enriquecen tanto con la vida del artista, que atravesó una mitad de siglo plena de romanticismo, y por su perspectiva estética e ideológica. Es que Pedro Molina, un riojano que gozó con soltura de la vida que le tocó vivir, fue el creador a la vez de una obra generosa y de un personaje que encarnó con pasión. Devolver, en este caso a Tilcara, una muestra de sus cuadros es una labor digna de agradecerles a su hija Victoria y a los programadores del museo Terry. Allí, entiendo, el surrealismo que marcó hondamente el siglo pasado de las artes, alcanza una de sus tantas cúspides abonada en una cultura popular y una historia patria que tampoco se comprenden desde la mera racionalidad.
Pedro Molina, cuyas piezas exponen visiones que comienzan en la década del cincuenta y sólo se cierran, con sus días, en las dos primeras décadas del siglo en que vivimos, miran con su particular didáctica hacia relatos de una América en cuyo barro supo hundir sus pies, y en el devenir de la construcción de una nación, la Argentina, que pese a buscar, a veces de modo sangriento, su lugar dentro de la civilización occidental, se resistió a olvidar aquellas raíces que avergonzaban a Sarmiento.
Y a una obra que, en palabras de Francisco Tinte, director de la sala, es patrimonio perenne, quienes tuvimos el privilegio de escucharlo en anécdotas de su propia voz podemos yaparle una dimensión inabarcable, comprendiendo que el surrealismo, esa gesta parricida del mandato racional, no fue para Molina sólo una perspectiva estética y un modo de comprenderse comprendiendo el país, sino un modo de vida.
En otra de las salas, las perspectivas de Mariano Kunan, cuya muestra es también valiosa, aunque le haya tocado este fin de semana ser el telonero del particular Pedro Molina. Kunan presenta rostros y personajes que expresan un mundo del que es testigo, pero del que acaso no se pueda hablar sólo en el mero retrato tanto como en su descomposición.
¿Cómo decir plásticamente lo que vive y siente el hombre de nuestro tiempo? Una respuesta nos la da Mariano Kunan, para quien muchas veces el marco de la obra es el contorno del retrato, con seres que lloran sangre desde alguno de sus seis ojos, con corazones que salen para ser un prendedor en la camisa, con palabras manuscritas con que necesita completar la visión y con una composición postpicasiana con que busca transmitir ese complejo contexto de personas solas.