Dice también el cuaderno de doña Paulina que el Mento Gómez, su abuelo, se cruzó en el camino de un paisano que bajaba del norte, y que junto al paisano caminaba la Muerte con su guadaña afilada. El Mento, cuenta esta historia, vio como la Parca puso su mano huesuda sobre el hombro del paisano y se estremeció.
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Dice también el cuaderno de doña Paulina que el Mento Gómez, su abuelo, se cruzó en el camino de un paisano que bajaba del norte, y que junto al paisano caminaba la Muerte con su guadaña afilada. El Mento, cuenta esta historia, vio como la Parca puso su mano huesuda sobre el hombro del paisano y se estremeció.
La Paulina relata que su abuelo se apeó de su caballo, caminó hacia el paisano y su amada, la miró con resignación y bondad y le dijo que lo llevara a él nomás, no a ese hombre al que esperaba una familia. Es mi hora, le dijo el paisano, no la suya, pero el Mento alzó los hombros, como diciendo que no importa, y se arrodilló para despedirse del mundo con un rezo.
La Huesuda quedó helada ante la bondad del Mento Gómez, acostumbrada como estaba a los ruegos a que se rebajaban los mortales cuando la veían, y apoyó la guadaña en un molle para escuchar su historia. El Mento le contó lo de la Eulalia, que lo chicoteaba frente a la imagen de Santa Aclopia, de la Blanca y su sonrisa y la promesa que le hizo de ser el más bueno de los hombres.
¿Y vale la pena ser tan bueno?, le preguntó el Final con sincera curiosidad, y el Mento dijo que quien sabe, a veces me va mejor que otras veces, pero tampoco fui más feliz cuando era malo, le dijo y ella, que aún ignoraba si aquello era sabiduría o estupidez, le dijo que deje nomás, y se marchó sin llevarse a ninguno de los dos.
No sabe a nada alzarse un alma que no se rebaja a llorarme sus ruegos, les dijo y se fue, sin dejar huella, como si no hubiera estado por ahí.