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Música, desde el oído de la emoción

Jueves, 26 de diciembre de 2019 01:01

Por Dr. Ismael Calandri, neurólogo del Centro de Memoria y Envejecimiento de Fleni

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Por Dr. Ismael Calandri, neurólogo del Centro de Memoria y Envejecimiento de Fleni

La música como el lenguaje y la risa son expresiones casi exclusivamente humanas. La música parece acompañar al hombre desde sus inicios (como el lenguaje mismo) e incluso existe evidencia que sugiere que pudo haber estado presente en la vida de los homínidos que nos precedieron, o sea que acompaña a los humanos desde antes de que estos lo hayan sido siquiera.

Existe música, canto y expresiones de la danza en todas las culturas alrededor del globo, cada sociedad ha producido instrumentos musicales adaptando los materiales de la naturaleza y del entorno. En todas las culturas la música cobra aspectos relevantes relacionado con la expresión de emociones (puede ser el factor clave en un festejo o en un ritual de guerra) e incluso en muchas de ellas tiene un papel importante relacionado con la espiritualidad. El hecho de un denominador común en sociedades incluso aisladas una de las otras sugiere un imperativo biológico, una suerte de (entre muchas cosas) estar hechos para la música. Sin duda este denominador biológico tiene que estar en el cerebro. Existen diversas teorías sobre la biología y función de la música en nuestra evolución, mientras hay científicos que sostienen que los efectos emocionales de la música y el uso de circuitos de control motores pudo haber resultado beneficioso para los primeros hombres otros sugieren que la música pudo haber surgido sobre circuitos que estaban destinados a otras funciones como el lenguaje, y el movimiento. Sea cual sea el motivo de su surgimiento la música coexiste diariamente en nuestras vidas. Veamos un poco como funciona su procesamiento a nivel cerebral y qué reflexiones podemos sacar de ello.

Hablar del procesamiento cerebral de la música es hablar primero del sonido. El sonido es percibido por los oídos, órganos especializados en detectar las vibraciones que el sonido produce a través del aire. Estos órganos pueden percibir vibraciones también del cuerpo y del entorno, es por eso que podemos (aunque con inferior calidad) percibir la música a través de las vibraciones que produce en una superficie que estamos tocando. Al llegar al cerebro el sonido (convertido en información) es dirigido a ambos hemisferios cerebrales en donde se analizan sus características, si son agudos o graves, se identifica de dónde y en qué forma provienen, se detecta el ritmo y la armonía entre otros. Ambos hemisferios cerebrales participan en descomponer esta información para reconocer la música, aunque lo hacen de forma diferenciada, el hemisferio derecho se encarga de procesar principalmente ritmo y cadencia, por ejemplo. Este procedimiento lleva al reconocimiento, desde ahí la información es utilizada para múltiples procesos cognitivos. El sistema límbico participa en asociar una emocionalidad a lo percibido y generar una respuesta a esto. Por tal motivo la música aumenta la liberación de dopamina en circuitos que están relacionados con el bienestar, el placer y la recompensa (circuitos que también utilizamos al comer o al tener relaciones). La música también utiliza circuitos de la memoria para ser comparada con otras experiencias musicales y como facilitador de la evocación de ciertos recuerdos. La implicancia de la música sobre circuitos del ánimo y sobre ciertas funciones cognitivas ha llevado en las últimas décadas a plantearla como una terapia posible en muchas enfermedades neurológicas. Si bien mucha de la eficacia de algunos tratamientos está en vías de demostrarse sabemos por ejemplo que tiene efectos beneficiosos sobre los trastornos conductuales de los pacientes con deterioro cognitivo entre otros. De esta forma la música no solo está presente en muchos aspectos de la vida, está profundamente ligada con nuestra biología y con quienes somos en la salud, y en la enfermedad.

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