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Mi pobre Tilcara

Jueves, 21 de marzo de 2019 01:03

Una abuela tilcareña que en su cuenta sumaba casi un siglo comentaba; ahora los carnavales no son como antes. Cuando era moza se comenzaba a  preparar el carnaval varios días antes de su llegada, siempre nos encontraba dispuestos a participar; “era, nuestro”,  así lo sentíamos. La familia se reunía en su totalidad a   celebrar lo tan esperado y se formaban los fortines, que no era otra cosa que concurrir dispuestos al festejo a casas de algunos amigos, siempre viejos conocidos del pueblo. Bailábamos por las calles sin pensar más que en recrear el alma tras la música que nos empujaba a sentirnos bien. Entre otras diversiones aparecían los diablos que inventaban juegos, alegraban las fiestas, y las reuniones familiares no tenían fin. Se disfrutaba con serpentinas, papel picado, las mejores comidas y bailábamos sin descanso. Había que ver lo hermoso que era. Los que realmente lo conocimos, vivimos los mejores momentos de la vida. No había espacio para la tristeza, la diversión era nuestra, el cielo, la noche, el día, las montañas, risas y cantos.

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Una abuela tilcareña que en su cuenta sumaba casi un siglo comentaba; ahora los carnavales no son como antes. Cuando era moza se comenzaba a  preparar el carnaval varios días antes de su llegada, siempre nos encontraba dispuestos a participar; “era, nuestro”,  así lo sentíamos. La familia se reunía en su totalidad a   celebrar lo tan esperado y se formaban los fortines, que no era otra cosa que concurrir dispuestos al festejo a casas de algunos amigos, siempre viejos conocidos del pueblo. Bailábamos por las calles sin pensar más que en recrear el alma tras la música que nos empujaba a sentirnos bien. Entre otras diversiones aparecían los diablos que inventaban juegos, alegraban las fiestas, y las reuniones familiares no tenían fin. Se disfrutaba con serpentinas, papel picado, las mejores comidas y bailábamos sin descanso. Había que ver lo hermoso que era. Los que realmente lo conocimos, vivimos los mejores momentos de la vida. No había espacio para la tristeza, la diversión era nuestra, el cielo, la noche, el día, las montañas, risas y cantos.

No era infrecuente el comienzo de algún romance que por lo general terminaba en matrimonio, casi se podía asegurar el nacimiento de algunos que ya maduraban en la primavera.

Esta forma de vivir, nunca pensamos podía acabarse; no sé cuándo comenzó a pasar, pero lo cierto es que dejó de ser nuestro. Nos convertimos en extraños en el propio pueblo. Ahora llega el carnaval en otra versión, a causa de eso y sin darnos cuenta lo pasamos encerrados en las casas.

Es que da pena ver a las chicas y jóvenes alcoholizados, durmiendo en cualquier lado, orinando en las veredas, entre los autos, y haciendo todo lo que no debieran hacer por vergüenza o pudor. Nada los detiene, pelean por cualquier cosa, rompen lo que se les antoja y al final, se van dejando las calles y el pueblo a la miseria. Da mucha impotencia lo que ocurre.

El pueblo queda suspirando pena, sucio, con las plazas convertidas en basural, evidencia de drogas consumidas y todo tipo de bebidas alcohólicas.

Como si eso fuera poco, funcionarios locales implementan cada cosa que no se puede creer. ¡Lo último!, “el paseo de los sabores” que imposibilita transitar por la plaza a consecuencia de la cantidad de quioscos que llamas y olores arriba inundan el ambiente, sumado al que por naturaleza genera todo humano.

La gran preocupación, está en que al haber sido designada la Quebrada de Humahuaca “Patrimonio de la Humanidad” por la Unesco, crea obligaciones y valores que se deben respetar, de otra manera de la misma forma que se otorgó tamaña distinción, puede ser retirada cuando se descuida su conservación y respeto al medio ambiente.

Puede verse con claridad que si no se toman con antelación  medidas para proteger lo nuestro, pronto habrá que lamentar lo irremediable y llorar sobre la leche derramada. En otro idioma y valorando lo que somos; en latitudes de otros continentes, esto jamás ocurriría. Porque prevén y dan todo lo que fuera necesario para conservar tamaño regalo de la naturaleza, lo cuidan y por lo general trabajan por “un agregado”, nunca destruir lo que en la escala de reconocimientos tocó.

A pensar un poco lo aquí planteado, no como una verdad absoluta, sí imaginar otra forma de festejo que sin dañar nos ayude a crecer como sociedad, como personas y sobre todo como seres que acompañan y jerarquizan el regalo de Dios.

 

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