Paseamos con Juan, como insistía que lo llamara, por lugares ocultos de esa Nueva York que apenas conocía. Fue de lo más educado, le siguió contando Aurelia a Blanca, y tras pedirme que le hablara de una de sus canciones, que yo describía de tal modo que parecía estarlas escuchando, me terminó por confesar que se había enamorado de mi.
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Paseamos con Juan, como insistía que lo llamara, por lugares ocultos de esa Nueva York que apenas conocía. Fue de lo más educado, le siguió contando Aurelia a Blanca, y tras pedirme que le hablara de una de sus canciones, que yo describía de tal modo que parecía estarlas escuchando, me terminó por confesar que se había enamorado de mi.
Supe entonces lo maravilloso que podía ser eso de poder decir la música tanto como para que, quien me escuchara, creyera que escuchaba la canción. Me tomó la mano y creo que me besó los labios. No lo puedo asegurar, porque aunque estaba muy cómoda a su lado, no dejaba de estar nerviosa.
Pensaba en las miles de muchachas que, con mayores méritos, deseaban estar en mi lugar. Sentí vértigo, miedo pero estaba viviendo lo que vivía y tenía a John Lennon a mi lado, ocultos para que las fans no se le echaran encima, con guardias escondidos tras los árboles, pero de alguna manera solos y juntos.
Al volver a la casa Luisa, que parecía haberme perdonado la suerte, me pidió que le contara cada uno de los detalles de lo que había vivido. Lo hice, ella era mi patrona. ¿Y qué vas a hacer?, me preguntó y yo sólo alcé los hombros. Como imaginará, le dijo a Blanca, esa noche no pude dormir nada, estaba confundida y feliz.
A primera hora de la mañana, la tía de Luisa me dijo que tenía una llamada. Es Lennon, aseguró guiñándome un ojo y atendí. Me pedía que fuera a verlo al aeropuerto, no debía demorarme. No pude negarme pero no sabía si sería capaz de hacerlo, dijo y agregó que fue hace mucho.