La presencia de Perla se volvió más enigmática tras una conversación que tuve con Pierre Donadou Quispe. Caminábamos por la plaza cuando salió a colación el tema de su belleza, que no era clásica. Pese a mi natural deficiencia para retener detalles de una mujer, traté de describirla y cuando me desmintió que sus ojos fueran del color que yo mencionaba, lo acepté con naturalidad.
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La presencia de Perla se volvió más enigmática tras una conversación que tuve con Pierre Donadou Quispe. Caminábamos por la plaza cuando salió a colación el tema de su belleza, que no era clásica. Pese a mi natural deficiencia para retener detalles de una mujer, traté de describirla y cuando me desmintió que sus ojos fueran del color que yo mencionaba, lo acepté con naturalidad.
Puedo estar años con alguien y no tener la certeza del color de sus ojos tanto como el de sus cabellos, pero el tema empezó a intrigarme al escuchar que también fallaba en ese punto. Pierre dijo entonces cómo la veía, y era exactamente de la forma en la que a él le parecía bella una mujer.
No concordábamos en los gustos, así que la diferencia fue evidente y le escribimos a Solón y al comisario Pierro para que nos dijeran cómo era Perla, así que pronto tuvimos cuatro descripciones distintas. Pierre Donadou me tomó del brazo y me dijo que estábamos ante un misterio: cada cual la ve del modo en que más le gusta.
Es como si hubiera una falla en la realidad, dijo apresurando su exageración. Es como si en ella la realidad perdiera esa coherencia que nos hace a todos verla del mismo modo. Dudé que la realidad fuera así. Le dije que los años me enseñaron que cada uno veía el mundo de un modo diferente, y era por eso que había certezas políticas, poéticas y deportivas distintas y hasta opuestas.
Pierre acaso sospechara menos, estaba más apegado a creer que lo que veía era tal cual como lo vería yo o lo podría ver usted, querido lector.