La mujer del almacenero estaba en la puerta de la casa de Perla vociferando que la había visto coquetear con su marido, y Perla nos confesó que, si bien ese hombre no le atraía, le gustaba ser atractiva para los hombres, cosa que había descubierto cuando leyó que era bella y distante.
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La mujer del almacenero estaba en la puerta de la casa de Perla vociferando que la había visto coquetear con su marido, y Perla nos confesó que, si bien ese hombre no le atraía, le gustaba ser atractiva para los hombres, cosa que había descubierto cuando leyó que era bella y distante.
La situación rozaba el escándalo. Podía imaginar que más de una vecina lo atestiguaba tras las ventanas, y no faltó la que salió a la vereda para barrer, escoba en mano, con la sola intención de no perderse detalle de la pelea. Los niños, que son más descarados, ya las rodeaban, mirándolas con atención.
No le voy a permitir a usted ni a ninguna que me roben lo que es mío, dijo delatando que su intención, al no querer conversar en el interior de la cocina de Perla, era que todas lo supieran, pero a la vez me dejó otra sensación, nos dijo Perla: lo que esa mujer defendía no era tanto a su marido, que acaso le interesaba poco, sino todo lo que era para ella, sobre todo el almacén del que vivía.
Por ello, dijo Perla, una vez que me lo gritó para que todos lo supieran, se dio media vuelta y se fue ofendida, y el padrecito agregó que para muchos no interesa a quien tenemos a nuestro lado, sino aquello que aquel que tenemos a nuestro lado pueda hacer por nosotros. ¿Y no es siempre así?, quiso saber Pierro revolviendo en el pocillo de su café.
No, le dijo Blanca buscándole los ojos con una sonrisa. Hay quienes usan el amor para tener ciertos beneficios, agregó muy segura, pero hay quienes estamos realmente enamoradas.
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