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Un gesto histórico de sensatez en la clase política

Domingo, 22 de marzo de 2020 01:02

Con una conducción racional y alejada de los extremos ideológicos, Alberto Fernández se transformó en el verdadero líder político de la Argentina, desechando todas las dudas que había sobre su poder real de conducción y sobre la eventual intromisión de Cristina en la toma de decisiones. Esto ocurre, ni más ni menos, justo en medio de la peor pandemia que se recuerde en tiempos modernos en el planeta. El jefe de Estado logró un apoyo casi incondicional por parte de la sociedad a sus severas medidas preventivas y también consiguió algo que parecía impensado pocos meses atrás: el respaldo absoluto de los principales dirigentes de la oposición. Por primera vez en años, los políticos argentinos antepusieron la sensatez por sobre sus propias ambiciones electorales. 
El anuncio de la cuarentena total realizado el jueves en la quinta de Olivos contó con una foto muy contundente. Acompañaban al Presidente Fernández, Axel Kicillof, en representación del cristinismo duro, Horacio Rodríguez Larreta por el Pro, Gerardo Morales por la UCR y Omar Perotti por el peronismo no kirchnerista. Todos los sectores -a excepción de la izquierda, como de costumbre- le están dando sustento político a las antipáticas restricciones aplicadas para frenar la propagación del coronavirus. Es paradójico, pero en el peor momento del país está saliendo lo mejor de la clase dirigente. “En las encuestas que nosotros manejamos vemos una consolidación de la imagen positiva del Presidente pero sobre todo de sus medidas para combatir la pandemia. La gente quiere parar todo y la Argentina lo está haciendo”, aseguró ayer a El Tribuno un importante encuestador que pidió reserva de su identidad. El Gobierno debe afrontar una situación de extrema vulnerabilidad: los sistemas de salud se encuentran deteriorados, faltan elementos clave para combatir la enfermedad, escasean algunos alimentos, los sobreprecios están a la orden del día y hay mucha inconciencia social para cumplir con el aislamiento. Por eso, Fernández se vio obligado a endurecer día a día las medidas hasta llegar a una especie de estado de sitio, en donde las fuerzas de seguridad persiguen a las personas para que hagan lo que deberían hacer por motus propio. La mano dura, tantas veces cuestionada en el país, hoy está siendo la única manera de afrontar la pandemia y ni siquiera los grupos más progresistas las están cuestionando. Por dar un ejemplo, Jorge Capitanich es uno de los gobernadores más cercanos a Cristina y fue el primero en cerrar siete pueblos de su provincia, que luego amplió a todo el territorio tras la confirmación de decenas de casos. En ese extremo también se ubicó el gobernador de Jujuy Gerardo Morales, quien fue el primero de todo el país en anunciar la suspensión de clases y también el cierre de las fronteras provinciales. En la lucha en contra del coronavirus no parece haber grandes diferencias ideológicas, cosa que no ocurre para enfrentar una crisis económica, una política de seguridad ni tampoco una verdadera reforma del Poder Judicial. Las decisiones tomadas por Fernández para mitigar los efectos de la pandemia en muchos casos fueron posteriores a medidas tomadas por los mandatarios provinciales, pero también fueron anteriores a las aplicadas por países más desarrollados como Italia, España y Brasil. En el último caso, el presidente Jair Bolsonaro -un referente mundial de la mano dura- recién ahora cerró el país y eliminó el turismo; lo hizo cuando los casos confirmados en su país ya superan los 900. Brasil, al igual que la Argentina, cuenta con la ventaja de haber observado la evolución de la pandemia en Europa, y ni así parece haber tomado nota. En Argentina al principio se vivió un proceso similar, cuando el ministro de Salud Ginés González García había dicho que era casi imposible que llegue el coronavirus y cuando el ministro de Educación Nicolás Trotta cuestionaba a Morales por haber cerrado las clases. Luego de eso, la conducción total de la comunicación quedó en manos del Presidente, quien en todo momento transmitió que la enfermedad era cosa seria y no había que minimizarla. El cambio de timón en el manejo de la crisis fue clave para llegar a la parálisis casi total que hoy vive la Argentina. Es evidente que cuando esta pandemia haya pasado, dure lo que dure, habrá muchas lecciones que aprender, sobre todo para la clase política. 
Aún es imposible de calcular cuánto perderá la economía argentina por este parate total, en donde no hay negocios abiertos, ni gimnasios, ni turismo, ni restaurantes ni clubes, ni oficinas públicas, ni taxis. Lo que sí se puede ir adelantando es que habrá una caída en el empleo y también un fuerte perjuicio en los trabajadores informales. Si bien es cierto que el Gobierno prepara medidas inminentes para esos sectores, la realidad marca que ninguna política oficial podrá reemplazar la debacle de no vender nada y tener que pagar todo. Una de las cosas que más preocupan al Gobierno nacional y a las provincias es cómo garantizar el abastecimiento de mercaderías en este contexto. Una alta fuente de la Casa Rosada señaló a El Tribuno que “se trabaja en cuatro escenarios, dos intermedios y dos extremos: en todos los casos el desabastecimiento está entre los problemas a superar. 
 

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Con una conducción racional y alejada de los extremos ideológicos, Alberto Fernández se transformó en el verdadero líder político de la Argentina, desechando todas las dudas que había sobre su poder real de conducción y sobre la eventual intromisión de Cristina en la toma de decisiones. Esto ocurre, ni más ni menos, justo en medio de la peor pandemia que se recuerde en tiempos modernos en el planeta. El jefe de Estado logró un apoyo casi incondicional por parte de la sociedad a sus severas medidas preventivas y también consiguió algo que parecía impensado pocos meses atrás: el respaldo absoluto de los principales dirigentes de la oposición. Por primera vez en años, los políticos argentinos antepusieron la sensatez por sobre sus propias ambiciones electorales. 
El anuncio de la cuarentena total realizado el jueves en la quinta de Olivos contó con una foto muy contundente. Acompañaban al Presidente Fernández, Axel Kicillof, en representación del cristinismo duro, Horacio Rodríguez Larreta por el Pro, Gerardo Morales por la UCR y Omar Perotti por el peronismo no kirchnerista. Todos los sectores -a excepción de la izquierda, como de costumbre- le están dando sustento político a las antipáticas restricciones aplicadas para frenar la propagación del coronavirus. Es paradójico, pero en el peor momento del país está saliendo lo mejor de la clase dirigente. “En las encuestas que nosotros manejamos vemos una consolidación de la imagen positiva del Presidente pero sobre todo de sus medidas para combatir la pandemia. La gente quiere parar todo y la Argentina lo está haciendo”, aseguró ayer a El Tribuno un importante encuestador que pidió reserva de su identidad. El Gobierno debe afrontar una situación de extrema vulnerabilidad: los sistemas de salud se encuentran deteriorados, faltan elementos clave para combatir la enfermedad, escasean algunos alimentos, los sobreprecios están a la orden del día y hay mucha inconciencia social para cumplir con el aislamiento. Por eso, Fernández se vio obligado a endurecer día a día las medidas hasta llegar a una especie de estado de sitio, en donde las fuerzas de seguridad persiguen a las personas para que hagan lo que deberían hacer por motus propio. La mano dura, tantas veces cuestionada en el país, hoy está siendo la única manera de afrontar la pandemia y ni siquiera los grupos más progresistas las están cuestionando. Por dar un ejemplo, Jorge Capitanich es uno de los gobernadores más cercanos a Cristina y fue el primero en cerrar siete pueblos de su provincia, que luego amplió a todo el territorio tras la confirmación de decenas de casos. En ese extremo también se ubicó el gobernador de Jujuy Gerardo Morales, quien fue el primero de todo el país en anunciar la suspensión de clases y también el cierre de las fronteras provinciales. En la lucha en contra del coronavirus no parece haber grandes diferencias ideológicas, cosa que no ocurre para enfrentar una crisis económica, una política de seguridad ni tampoco una verdadera reforma del Poder Judicial. Las decisiones tomadas por Fernández para mitigar los efectos de la pandemia en muchos casos fueron posteriores a medidas tomadas por los mandatarios provinciales, pero también fueron anteriores a las aplicadas por países más desarrollados como Italia, España y Brasil. En el último caso, el presidente Jair Bolsonaro -un referente mundial de la mano dura- recién ahora cerró el país y eliminó el turismo; lo hizo cuando los casos confirmados en su país ya superan los 900. Brasil, al igual que la Argentina, cuenta con la ventaja de haber observado la evolución de la pandemia en Europa, y ni así parece haber tomado nota. En Argentina al principio se vivió un proceso similar, cuando el ministro de Salud Ginés González García había dicho que era casi imposible que llegue el coronavirus y cuando el ministro de Educación Nicolás Trotta cuestionaba a Morales por haber cerrado las clases. Luego de eso, la conducción total de la comunicación quedó en manos del Presidente, quien en todo momento transmitió que la enfermedad era cosa seria y no había que minimizarla. El cambio de timón en el manejo de la crisis fue clave para llegar a la parálisis casi total que hoy vive la Argentina. Es evidente que cuando esta pandemia haya pasado, dure lo que dure, habrá muchas lecciones que aprender, sobre todo para la clase política. 
Aún es imposible de calcular cuánto perderá la economía argentina por este parate total, en donde no hay negocios abiertos, ni gimnasios, ni turismo, ni restaurantes ni clubes, ni oficinas públicas, ni taxis. Lo que sí se puede ir adelantando es que habrá una caída en el empleo y también un fuerte perjuicio en los trabajadores informales. Si bien es cierto que el Gobierno prepara medidas inminentes para esos sectores, la realidad marca que ninguna política oficial podrá reemplazar la debacle de no vender nada y tener que pagar todo. Una de las cosas que más preocupan al Gobierno nacional y a las provincias es cómo garantizar el abastecimiento de mercaderías en este contexto. Una alta fuente de la Casa Rosada señaló a El Tribuno que “se trabaja en cuatro escenarios, dos intermedios y dos extremos: en todos los casos el desabastecimiento está entre los problemas a superar.