Blanca nos mandó ese audio en el que nos contaba del tapado del fondo de la casa de doña Elvira, del que el Guabirto desenterraba quintos de plata un par de veces por semana. Cuando terminaba de hacerlo, le servía una buena cena, ya sea esas napolitanas que se contaban entre sus especialidades, ya fuera un buen guiso o un picante.
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Blanca nos mandó ese audio en el que nos contaba del tapado del fondo de la casa de doña Elvira, del que el Guabirto desenterraba quintos de plata un par de veces por semana. Cuando terminaba de hacerlo, le servía una buena cena, ya sea esas napolitanas que se contaban entre sus especialidades, ya fuera un buen guiso o un picante.
Luego levantaba el plato con los cubiertos, el vaso sucio con la borra del vino tinto, y dejaba en su lugar una taza de café, un platito con hojas de coca y un cigarrillo. Y cuando lo despedía, le daba como al descuido una bolsita con algunos de los quintos que desenterrara, y le agradecía con su buena sonrisa de viuda.
Los cuentos de tapados suelen ser de espantos. El cavador debe decapitar a las fieras, roedores y reptiles que salen del pozo para que se conviertan en el metal precioso, pero si teme, si titubea, sus huesos se le nutren de enfermedad y el sitio se puebla de malos presagios. Dicen, nos dijo Blanca como si no lo supiéramos, que en ellos encarna la riqueza.
La ambición vuelve la plata en espantos, dijo, y cuando se la desentierra con avaricia, aflora de una manera peligrosa. Pero no solía suceder que eso se repita como en el fondo de la casa de doña Elvira, y eso acaso tenga su explicación, porque hasta los mismos diablos ven con buenos ojos a las personas compasivas.
Por eso es que les cuento este cuento, dijo, porque tiene su moraleja. A mí me gustan las historias que guardan una enseñanza, dijo como recriminándoselo a Pierro, cuyos cuentos no parecían tenerla.
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