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Laberintos Humanos: Cobijo nocturno

Viernes, 29 de mayo de 2020 01:01

El padrecito tomó las manos de la bailarina y descubrió que eran tibias. Eso quería decir que probablemente no fuera un fantasma, y acaso tampoco un sueño. Entones pensó que podía tratarse de la misma fotógrafa que dijo soñarla y querer fotografiarla. Como si fuera lo que tenía que suceder, nos sentamos cobijados por la noche como si fuéramos a conversar, dijo ante la mirada atenta de Pierre, de Pierro y de Blanca, que nos servía otra vuelta de cognac. Algunos me dijeron al otro día que me vieron sentado solo, pero yo sé que no era cierto. Sé que estuvimos juntos hasta el amanecer, cuando entré para buscarle un abrigo y, al regresar para ponerlo sobre sus hombros, ella ya no estaba, nos dijo asegurando que ese era el verdadero final del cuento.

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El padrecito tomó las manos de la bailarina y descubrió que eran tibias. Eso quería decir que probablemente no fuera un fantasma, y acaso tampoco un sueño. Entones pensó que podía tratarse de la misma fotógrafa que dijo soñarla y querer fotografiarla. Como si fuera lo que tenía que suceder, nos sentamos cobijados por la noche como si fuéramos a conversar, dijo ante la mirada atenta de Pierre, de Pierro y de Blanca, que nos servía otra vuelta de cognac. Algunos me dijeron al otro día que me vieron sentado solo, pero yo sé que no era cierto. Sé que estuvimos juntos hasta el amanecer, cuando entré para buscarle un abrigo y, al regresar para ponerlo sobre sus hombros, ella ya no estaba, nos dijo asegurando que ese era el verdadero final del cuento.

Sí, sí, dijo Donadou Quispe, pero lo sabroso es lo que sucedió durante la noche, ¿o nos piensa dejar con la intriga? Blanca pidió un minuto para servir una exquisita torta de manzana, apenas si bañadita con moscatel y trenzada con una masa azucarada que horneó hasta dorarla. La trajo en platos decorados con flores azules, con cucharitas pequeñas como para que el sabor de la torta durara lo suficiente para que el padrecito pudiera terminar la historia. Ahora puede contarnos qué fue lo que sucedió, dijo la mujer del comisario al tiempo que el padrecito negaba con la cabeza. No puedo porque es secreto de confesión, le respondió. ¿La bailarina se confesó con usted?, le preguntó Pierro y el padrecito, sonriendo, nos aclaró que la confesión que debía resguardar era la suya.

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