Más cauteloso
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Más cauteloso
En la mañana, don Nímedes Guascas escuchó que el gallo cantaba que "son todas macanas, son todas macanas", pero no le hizo caso y se aquerenció de la muchacha que fue a ofrecerle huevos. Tanto la quiso que al poco tiempo la llevó a su rancho y todo andaba más o menos bien, ni mejor ni peor que en cualquier hogar, cuando alguien le dijo que acaso esa wawa no fuera suya.
Don Nímedes la empezó a celar, y como siempre que se cela la vio con un forastero coqueteando bajo el molle, salió corriendo y nomás que llegó al pueblo se puso a beber, una cosa trajo la otra y terminó por confesar sus penas. Los parroquianos le aconsejaron lo peor, que tenía que ver con cuchillos y venganzas, y el alcohol hizo el resto.
Don Nímedes llegó como pudo a su rancho y los escuchó reír tras la puerta, gritó y salió el forastero, se armó la riña. Don Nímedes lo primereó, el forastero cayó herido y su mujer se le acercó al herido: has matado al padre de mi wawa, le recriminó y don Nímedes, ya fuera de sí, se le fue encima.
Las cosas entonces se le volvieron confusas porque estaba recostado como si hubiera caído de espaldas, y se incorporó asustado por lo que estaba haciendo. Era extraño. Aún estaba en el catre de su rancho, solo, y escuchaba al gallo que gritaba: "son todas macanas, son todas macanas". Recién entonces comprendió que todo aquello fue una pesadilla y que los perros ladraban.
Salió a la puerta y la vio con su canasto de huevos, que le ofrecía venderle. Era bella esa mujer, pero don Nímedes Guascas fue esta vez más cauteloso.
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