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La noche de las corbatas

Lunes, 13 de julio de 2020 01:03

Siempre los 7 de julio hace mucho frío. Yo tenía dos años y medio cuando pasó esta historia que contaré otra vez. Vivíamos en Mar del Plata, con mis padres Tomás José Fresneda y María de las Mercedes Argañaraz. Ese día amanecieron sin imaginar que era el último día que verían a sus dos hijos, Pablo Ramiro de cuatro años y Juan Martín, quien suscribe. Hacía dos días que mi viejo se había guardado en el sindicato del que era representante legal junto a Carlos Bossi. Sindicato Unido de Trabajadores de la Industria de Aguas Gaseosas y afines. En esos días, mi viejo caminaba por las calles con un sobretodo negro mirando lejos, demasiado. Es que él no creyó que fueran capaces de tanto. Mi vieja se lo venía diciendo, lo veía venir, "Tomás esto se está poniendo jodido, nos rajamos". Mi viejo era peronista, abogado laboralista, herrero artístico, estudioso y corajudo. Mi vieja, autodidacta, de izquierda, de fuertes convicciones y sensibilidad por la humanidad y la cultura. Ambos militantes que creían que era posible un mundo mejor, más justo, y aunque era difícil pensar que algún día se pondrían de acuerdo en cómo saldar contradicciones y llegar a la revolución, no dejaba de ser un sueño maravilloso de ambos.

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Siempre los 7 de julio hace mucho frío. Yo tenía dos años y medio cuando pasó esta historia que contaré otra vez. Vivíamos en Mar del Plata, con mis padres Tomás José Fresneda y María de las Mercedes Argañaraz. Ese día amanecieron sin imaginar que era el último día que verían a sus dos hijos, Pablo Ramiro de cuatro años y Juan Martín, quien suscribe. Hacía dos días que mi viejo se había guardado en el sindicato del que era representante legal junto a Carlos Bossi. Sindicato Unido de Trabajadores de la Industria de Aguas Gaseosas y afines. En esos días, mi viejo caminaba por las calles con un sobretodo negro mirando lejos, demasiado. Es que él no creyó que fueran capaces de tanto. Mi vieja se lo venía diciendo, lo veía venir, "Tomás esto se está poniendo jodido, nos rajamos". Mi viejo era peronista, abogado laboralista, herrero artístico, estudioso y corajudo. Mi vieja, autodidacta, de izquierda, de fuertes convicciones y sensibilidad por la humanidad y la cultura. Ambos militantes que creían que era posible un mundo mejor, más justo, y aunque era difícil pensar que algún día se pondrían de acuerdo en cómo saldar contradicciones y llegar a la revolución, no dejaba de ser un sueño maravilloso de ambos.

Caía la tarde, mi madre nos cocinaba unos fideos, mientras acariciaba en su vientre a su tercer hijo. Y llegaron "Ellos", el grupo de tareas del Gada 601 (Grupo de Artillería de Defensa Aérea) y destruyó la puerta del departamento y a partir de ahí, el espanto se presentó ante mis ojos. Yo tampoco podía saber que ese iba ser el último día que vería a mis padres. Los llevaron junto a Carlos Bossi a La Cueva, centro clandestino de detención y exterminio.

Mar del Plata ya desde principios de los ’40 venía gestando el salto en turismo interno y la apertura del puerto consolidó la industria pesquera y comercial. Los trabajadores forjaron sus sindicatos y conquistas de derechos laborales. En los ’60 se convertiría en una ciudad pujante con una clase trabajadora consciente de la riqueza que su trabajo producía. Es por ello que en 1974 Perón encomienda al jurista Dr. Norberto Centeno, elaborar el anteproyecto de "Ley de Contrato de Trabajo", hoy Ley 20.744 que entre sus tantos derechos, instituye la "estabilidad laboral". Ley que generó una clara distribución de las riquezas y que los poderes fácticos jamás perdonarán. Hace mucho frío como ese día, como esa noche, como ese 7 de julio de 1977.

 

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