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Laberintos Humanos: Falsa cita

Viernes, 07 de agosto de 2020 01:02

La moza, engañada por un joven de alcurnia, juntó una poca ropa y, ya de madrugada, dejó la casa de sus padres para acudir a la cita falsa. La emoción de sus sentimientos ciegos la hizo demorarse en reconocer la realidad: su amado no iba a aparecer porque aquel romance era el fruto de una apuesta. El padrecito me contó que dejó sus cosas en el suelo y se sentó a llorar junto a un arroyo.

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La moza, engañada por un joven de alcurnia, juntó una poca ropa y, ya de madrugada, dejó la casa de sus padres para acudir a la cita falsa. La emoción de sus sentimientos ciegos la hizo demorarse en reconocer la realidad: su amado no iba a aparecer porque aquel romance era el fruto de una apuesta. El padrecito me contó que dejó sus cosas en el suelo y se sentó a llorar junto a un arroyo.

El llanto la relajó, se quedó dormida y al alba la despertó el trino de las aves. Sonrió al escucharlas, buscando entre las ramas a los pajaritos que saltaban de una a otra con la misma gracia de sus cantos, pero pronto recordó su inocencia. Alzó la vista, vuelta a enturbiarse por las lágrimas, y descubrió las paredes de un convento, se puso de pie, resignada a que el amor fuera pura vanidad, y caminó para llamar a la puerta a la media hora de andar.

No quiso mentirle a la portera, sino que describió su amor insensato y su desengaño. La mujer la hizo pasar, pero le advirtió que no es el buen camino entregarse a Dios por haber fallado en el mundo. No puede tratarse de un acto de venganza ni de huida, debe ser una ofrenda de amor, le dijo pero la muchacha le dijo que no tenía donde regresar, que ya estaba perdida y que era el convento o el suicidio.

La superiora la admitió como criada, y la moza le besó las manos agradecida. Desde entonces, nunca faltó a su labor, limpiando con igual dedicación pisos y retretes, vajillas y vestidos, sirviendo a las monjas sin esperar ser nunca ser más de lo que era. Y así pasaron los años.

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