Cuando el Día de la Madre sugirió que subieran la chapa al cerro para que espejara la luz del atardecer, beneficiando a esa abuelita que vivía al pie del huayco, los vecinos empezaron a murmurar. Lo hagamos en la semana, le dijeron pero Eustaquio Hermodoro, desde su secretaría en el Centro Vecinal, dijo que entonces habría otras cosas útiles que hacer.
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Cuando el Día de la Madre sugirió que subieran la chapa al cerro para que espejara la luz del atardecer, beneficiando a esa abuelita que vivía al pie del huayco, los vecinos empezaron a murmurar. Lo hagamos en la semana, le dijeron pero Eustaquio Hermodoro, desde su secretaría en el Centro Vecinal, dijo que entonces habría otras cosas útiles que hacer.
Supongo que ese domingo terminó por rematar su destino, nos explicó el comisario. Como hombre inteligente debía saber que no alcanza con que una obra sea útil, sino que hay que tener en cuenta la voluntad de quienes tienen que estar dispuestos para hacerla. No era el caso, dijo, y empezaron sus pesares.
Cuando en la otra reunión sugirió armar un secadero de verduras aprovechando la luz del chapón colocado sobre el cerro, ya el murmullo de los presentes fue insostenible, y como suele suceder en esos parajes y en el resto de estas tierras, no le dijeron ni que sí ni que no, pero al terminar la reunión, en vez de seguirlo hacia el trabajo todos rumbearon para el lado del almacén.
Hermodoro quedó descorazonado, pero en vez de pensar en sus propios errores, empezó a maldecir a sus vecinos asegurando que con gente así nunca se progresaría sin tener en cuenta que, con ideas que no se llevaban a la práctica porque ya nadie le hacía caso, tampoco se sucederían las mejoras.
Como supondrán, nos dijo el comisario Pierro, las sucesivas decisiones del Centro Vecinal no se resolvieron en la reunión siguiente sino en ese almacén donde terminaron el domingo los vecinos.