Como si no fuera parte de la conversación sino de sus propios pensamientos compasivos, Blanca miró hacia la ventana que daba al patio trasero y dijo que pobres aquellos que viven así como Bautisto Solón. No crea, trató a refutarla Pierre Donadou Quispe, que también supo ser viajero y ella buscó con sus ojos tiernos los del argelino para agregar que se refería a los tiempos que corren.
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Como si no fuera parte de la conversación sino de sus propios pensamientos compasivos, Blanca miró hacia la ventana que daba al patio trasero y dijo que pobres aquellos que viven así como Bautisto Solón. No crea, trató a refutarla Pierre Donadou Quispe, que también supo ser viajero y ella buscó con sus ojos tiernos los del argelino para agregar que se refería a los tiempos que corren.
Antes de la cuarentena tenía su encanto eso de recalar en algún almacén, en algún bar y empezar a conocer un pueblo por sus parroquianos. Me lo imagino a Solón bajando de un tren o de un ómnibus, y sentándose solo en una mesa o ante la barra a la espera de los primeros diálogos que nacen al azar, tras alguna mirada cómplice de estudio.
En esos sitios conocí a los mejores pensadores y a los mejores poetas, dijo Pierre Donadou. Sí, dijo el comisario, uno aprende y disfruta de la gente sola que recala en esos puertos, y Blanca entonces, volviendo a mirar el jardín tras el cristal, dijo que ahora ya es distinto. Un bar puede ser un lugar de riesgo.
La gente como Solón está obligada a quedarse en el sitio en que lo pilló la cuarentena, un lugar que, al fin de cuentas y como todos los lugares, termina siempre por serle ajeno. Yo creo que la melancolía del viajero se cura con seguir viajando, aceptó Pierre Donadou Quispe, y es cierto que en este momento ya no podrán sacársela de encima.
¿Dónde habrá quedado?, se preguntó la mujer del comisario y guardó uno de esos silencios de los que brota la imaginación como en jardín de las yungas.