No se trata de realizar un ensayo filosófico acerca de la obstinación del ser humano por desafiar lo prohibido. Sería demasiada osadía. Pero si simplemente, plantear una reflexión breve, actual y local, acerca de la creciente vocación de los jujeños por caminar por las tangentes de lo ilegal, como si por ello, pudiesen recibir un premio, o al menos alimentar el ego, de una manera enfermiza y antisocial.
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No se trata de realizar un ensayo filosófico acerca de la obstinación del ser humano por desafiar lo prohibido. Sería demasiada osadía. Pero si simplemente, plantear una reflexión breve, actual y local, acerca de la creciente vocación de los jujeños por caminar por las tangentes de lo ilegal, como si por ello, pudiesen recibir un premio, o al menos alimentar el ego, de una manera enfermiza y antisocial.
Pasaron las fiestas de fin de año en un clima de relativa alegría, porque todos cargamos sobre las espaldas el dolor de las pérdidas de seres queridos, familiares, amigos, compañeros de estudio y de trabajo, vecinos y conocidos lejanos. Como sea, de alguna forma nos tocó la muerte que el Covid-19 instaló en el mundo. ¿Será por eso, que muchos jujeños, habrán creído que ignorando las medidas de seguridad recomendadas por las autoridades, desaparecía el virus? Intensidad de fiestas clandestinas, picnics multitudinarios, reuniones familiares más numerosas que lo normal, ¿Y los barbijos? ¿Qué barbijos? Copiosas libaciones que terminan en un tendal de alcoholizados cantando, abrazándose, compartiendo copas y vasos o tomando del pico de las botellas. ¿Y la ley de tolerancia cero para los audaces que salían luego a manejar en ese estado?
Tras mucho bregar, la sociedad se congratuló cuando los legisladores aprobaron la Ley de Pirotecnia Cero. Lo celebraron quienes tienen en sus casas personas con autismo, la enorme cantidad de personas (gracias a Dios cada día son más), que sienten amor y respeto por los animales, tanto domésticos como silvestres, que sufrieron, se perdieron, se enfermaron y hasta murieron, durante años por culpa de la pirotecnia. Pero estas fiestas, hubo quienes, desafiando el sentido común, y la ley, se dieron maña para hacer sentir su estupidez crónica, primero los que siguieron vendiendo la pirotécnica explosiva delante de los que debían impedirlo, y luego, los que con cada explosión ascendieron un grado más en el escalafón de los imbéciles. Evidentemente, son personalidades retorcidas, enfermos de insensibilidad y de desprecio por los demás seres vivos.
Qué complicados esos jujeños! Deben ser los mismos que desprecian los barbijos, la distancia social, el pedido de no realizar amontonamientos innecesarios; los mismos que recorren las calles en motos sin casco, los mismos que les venden combustibles a pesar de que está prohibido. Serán los mismos que fuman en lugares cerrados, sin que los responsables (restaurantes, confiterías, boliches, transportes), hagan absolutamente nada para impedirlo. Y las autoridades policiales y municipales, obligadas a hacer cumplir la legislación vigente, están ausentes en la mayoría de los casos, o no toman las denuncias que se les plantean, y terminan aplicando una suerte de "tolerancia consensuada", o simplemente se rinden al verse desbordadas a pesar de sus esfuerzos.
La vocación por lo indebido, transforma a muchos en rebeldes, en transgresores, en contraventores, y en algunos casos, simplemente en delincuentes y hasta potenciales asesinos. Recién comienza un año sobre el que cargamos todas las esperanzas de que sea mejor que el que se fue. Ojalá sea así. Pero eso no sucederá, si cada uno de los jujeños, no nos esforzamos primero, por ser un poco mejores también.