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Sobre el amor y la amistad en el ingreso al Paraíso

Viernes, 19 de noviembre de 2021 01:01

Por: Antonio Las Heras, Doctor en Psicología Social

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Por: Antonio Las Heras, Doctor en Psicología Social

La amistad es una de las manifestaciones posibles del afecto. El afecto es la trama constituida por emociones y sentimientos sinceros, que son reales siempre y cuando se hayan mantenido después de atravesar difíciles vicisitudes. El amor es la manifestación máxima del afecto. Se trata de un sentimiento de eternidad tal, que hay quienes sostienen que la palabra "amor" es el resultado de unir el prefijo griego "a" – que significa "no" – con una contracción de la palabra "muerte" que sería "mor". Entendiéndose así que ese sentimiento especial que es el amor que está constituido por indescriptibles y perennes emociones tiene un momento de nacimiento, pero no de muerte.

Un antiguo relato anónimo, procedente del Oriente Medio, expresa de manera acabada no sólo esta entrañable y singular fortaleza del amor, sino también cómo su presencia conduce inevitablemente a situaciones sanas y armoniosas. "Un hombre, su caballo y su perro, caminaban por una calle. Después de mucho caminar, el hombre se dio cuenta de que tanto él como sus dos animales habían muerto, en un accidente. Hay veces -afirma esta historia milenaria" que lleva un tiempo para que los muertos se den cuenta de su nueva condición. La caminata era muy larga, cuesta arriba, el sol brillaba intenso y los tres estaban empapados por la transpiración y con mucha sed. Precisaban desesperadamente agua. En una curva del camino avistaron un portón magnífico, todo de mármol, que conducía a una plaza, conformada por relucientes bloques de oro, en el centro de la cual había una fuente de donde brotaba fresca agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que desde una garita cuidaba de la entrada; tras los saludos tuvo lugar este diálogo:

- íQué lugar tan lindo y, al parecer, placentero es este! ¿Podría indicarme dónde es que estamos? -inquirió el caminante.

- Esto es el cielo y lo que usted está viendo es la entrada al Paraíso -fue la respuesta.

- Cuán bueno que nos haya sido posible llegar al cielo, porque ocurre que estamos con mucha sed.

- Puede usted entrará a beber agua a voluntad -dijo el guardián, indicándole con un gesto la fuente cercana.

- Mi caballo y mi perro también están con sed.

- íííAh!!!, pero lo lamento mucho. Aquí no permitimos la entrada de animales "expresó con acongojada apariencia el guardia.

El hombre se sintió muy decepcionado porque su sed era grande. Pero estaba seguro de que él no bebería si a sus animales les estaba vedado hacerlo. De manera tal que decidió perderse la entrada al Paraíso y proseguir su camino antes que dejar sedientos al caballo y al perro que lo acompañaban y sólo saciarse él mismo.

Después de mucho caminar cuesta arriba, con la sed y el cansancio multiplicados, llegaron a un sitio, cuya entrada estaba marcada por un portón viejo, semiabierto. El portón daba a un camino de tierra, con árboles a ambos lados que daban reparadora sombra. Debajo de uno de los árboles advirtieron la presencia de un hombre. Estaba recostado con la cabeza cubierta por un sombrero. Parecía estar durmiendo. Tras los saludos, el hombre expresó su necesidad de agua, recibiendo como respuesta:

- Hay una fuente, muy cerca, en aquellas piedras. Pueden beber de ella a voluntad.

El hombre, el caballo y el perro fueron hasta la fuente y saciaron su sed.

Tras agradecer y recibir de aquella persona semidormida la invitación a regresar cuando quisieran, el hombre se interesó por saber cuál era el nombre del lugar.

- Esto es el Cielo.

- ¿Cielo? íMas si el guardia de al lado del portón de mármol me dijo que allá era el Cielo!

- Aquello no es el Cielo. Es el Infierno.

El caminante quedó perplejo.

- Mas entonces -dijo el caminante- esa información falsa debe causar grandes confusiones.

- De ninguna manera. En verdad ellos nos hacen un gran favor. Porque allá quedan aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos, a las personas que aman, a quienes, en vida terrena, les ofrecieron su afecto y confianza.

Como bien afirmara el sabio Carl Gustav Jung: "Tú no eres lo que dices, lo que en verdad te constituye es lo que, en verdad, haces".

(*) Antonio Las Heras es filósofo y escritor.

 

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