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Pesar por la partida del veterano de guerra Adolfo Mamaní

Era un hombre muy respetado por sus calidades y cualidades humanas. Fue tripulante del ARA Monsunen.
Sabado, 03 de julio de 2021 01:00

Gran consternación generó ayer la triste noticia de la partida del veterano de guerra jujeño Adolfo Mamaní. Sus restos serán velados desde las 8 de hoy en una sala de calle Independencia y a las 12 inhumados en el cementerio El Salvador.

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Gran consternación generó ayer la triste noticia de la partida del veterano de guerra jujeño Adolfo Mamaní. Sus restos serán velados desde las 8 de hoy en una sala de calle Independencia y a las 12 inhumados en el cementerio El Salvador.

Respetuoso y respetado, Mamaní era todo un caballero, amable, de muy buen humor y sencillez. Junto a Reina, su compañera inseparable, concurría a todo acto que estuviera vinculado con la causa de Malvinas y la argentinidad.

Durante la guerra por la recuperación de las islas fue tripulante del ARA Monsunen, buque confiscado a la Falkland Islands Company que cumplió 19 misiones en el marco del conflicto bélico de 1982.

Nacido el 27 de noviembre de 1949 en San Salvador de Jujuy, estudió en el Hogar Escuela, la escuela "San Francisco" y la exUniversidad Popular.

De niño amaba los aviones y quería ser ingeniero. A los trece años falleció su padre y debió empezar a trabajar. Por la mañana vendía diarios y por la tarde lustraba zapatos. A los 16 años se incorporó a las filas de la Armada, estudiando en la Escuela de Marinería que funcionaba en la Isla Martín García. Tras egresar con el grado de marinero segundo, se trasladó a Puerto Belgrano para hacer la especialidad de motorista naval.

A los 32 años, con el grado de cabo principal, fue a Malvinas, y el 12 de abril de 1982 pisó por primera vez las islas.

Tras un incidente en que el ARA Monsunen fue hundido, lo dieron por muerto. También combatió en Darwin y fue tomado como prisionero.

Al finalizar el conflicto con Gran Bretaña, volvió a sus funciones en la Armada y tras cumplir 35 años de servicios se retiró con el grado de suboficial principal.

Solía señalar, como muchos veteranos, que la guerra le había dejado secuelas imborrables. Cuando regresó al continente dejó de ser el "Adolfo bromista, al que le gustaba hacer chistes, el que siempre tenía un cuento para contar", para convertirse en un hombre retraído que buscaba estar solo en la oscuridad. Con el paso del tiempo recuperó las ganas y comenzó a tener una activa participación en las protestas que se realizaban en la Capital Federal, en demanda de un reconocimiento a quienes lucharon en defensa de la soberanía nacional. Estuvo en el emblemático campamento que se hizo en los 90 en la plaza de Mayo y en La Plata.