Por Daniel Salas.
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Por Daniel Salas.
A través de las letras, tener la osadía de querer relatar o por lo menos intentar querer hacer saber lo que es la algarabía popular de la Chaya de los Mojones en Maimará, sería una falta de respeto.
No hay nada que se pueda comparar en el país a lo que sucede un 1 de enero en ese pequeño poblado que hoy volverá a su silencio diario hasta que el Momo sea liberado el 26 de febrero.
Uno quisiera tener dos, tres, cuatro y hasta cinco vidas para estar en cada uno de los mojones de las comparsas y agrupaciones del poblado, para realmente vivenciar lo que es la Chaya. Imposible comparar si una estuvo mejor que otra, en todas hay que estar.
Si alguien se atreve a calificar que la manifestación cultural que se observa en ese hermoso poblado es antojadiza o una simple ocurrencia, se equivoca. Y mucho. Hay que estar ahí, en Maimará y observar lo que sucede después del mediodía hasta el anochecer.
Parecería como si fuera el único día en la vida que se tendría esa felicidad para vivir. Todos llegan dispuestos a sentirse bien, a reencontrarse, a festejar, a gritar de felicidad, no hay control para expresar lo bien que uno se siente. Y es bueno.
Más allá de las rivalidades que pueda haber entre Los Ácidos y Casastchok, por ejemplo, si es que la hay, porque una convoca más gente que la otra, no interesa. Y sí, la tradición de chayar el mojón con la esperanza de que el año nuevo sea mejor al pasado y que el carnaval que viene, mucho más.
Estar en la chaya de la Cerro Negro uno se pierde la felicidad de estar en la chaya de la Avenida de Mayo; si se opta por la chaya de Los Runkankos no se vivencia la felicidad de Casastchok, y menos aún la de Los Ácidos. No alcanza el día para estar en todas, lo bueno es que uno donde decida estar, se divierte y muy bien.
Este año, la mayoría de los precarnavaleros optaron por trasladarse desde Maimará a Tilcara, donde los festejos comenzaron cuando terminaban en la vecina localidad, en la plaza Álvarez Prado.