Con una misa oficiada en la Parroquia Santa Teresita y San Juan Bautista Scalabrini, se recordó el 94° aniversario del natalicio del padre Tarcisio Rubín, misionero scalabriniano que llegó a la Argentina el 9 de abril de 1974 Un año después, Dios guio sus pasos hacia el norte argentino, más precisamente a la provincia de Jujuy. Fue figura preponderante en el establecimiento y organización de los misioneros scalabrinianos en San Pedro de Jujuy, desde donde se canalizaron las actividades tendientes a la atención de los migrantes de la zona. Fue tan importante la obra pastoral realizada en bien de los humildes, que quedó marcada a fuego en muchos corazones. Aún hoy, a meses de cumplirse 40 años de su fallecimiento, familias recuerdan el misionero de la barba blanca, sotana y sandalias, que desandaba los caminos en busca de trabajadores golondrinas, no sólo les cocinaba, sino que atendía a sus hijos pequeños y les daba catequesis mientras transcurrían las duras jornadas de zafra en los ingenios azucareros. Desde entonces, muchos coincidieron en testimoniar la santidad que irradiaba el querido misionero, al que consideraban protector de los pobres. Por ello, años después en el 2008, Monseñor Marcelo Palentini, firmó el reconocimiento para el seguimiento de la causa de beatificación del padre Tarcisio Rubín, quien como sacerdote, tuvo la libertad de elegir una vida signada por el constante sacrificio y todas las privaciones materiales que para muchos resultan insoportables.
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Con una misa oficiada en la Parroquia Santa Teresita y San Juan Bautista Scalabrini, se recordó el 94° aniversario del natalicio del padre Tarcisio Rubín, misionero scalabriniano que llegó a la Argentina el 9 de abril de 1974 Un año después, Dios guio sus pasos hacia el norte argentino, más precisamente a la provincia de Jujuy. Fue figura preponderante en el establecimiento y organización de los misioneros scalabrinianos en San Pedro de Jujuy, desde donde se canalizaron las actividades tendientes a la atención de los migrantes de la zona. Fue tan importante la obra pastoral realizada en bien de los humildes, que quedó marcada a fuego en muchos corazones. Aún hoy, a meses de cumplirse 40 años de su fallecimiento, familias recuerdan el misionero de la barba blanca, sotana y sandalias, que desandaba los caminos en busca de trabajadores golondrinas, no sólo les cocinaba, sino que atendía a sus hijos pequeños y les daba catequesis mientras transcurrían las duras jornadas de zafra en los ingenios azucareros. Desde entonces, muchos coincidieron en testimoniar la santidad que irradiaba el querido misionero, al que consideraban protector de los pobres. Por ello, años después en el 2008, Monseñor Marcelo Palentini, firmó el reconocimiento para el seguimiento de la causa de beatificación del padre Tarcisio Rubín, quien como sacerdote, tuvo la libertad de elegir una vida signada por el constante sacrificio y todas las privaciones materiales que para muchos resultan insoportables.
Monseñor Palentini había expresado su deseo de que Tarcisio sea ejemplo y modelo de sacerdote, de misionero y de hermano que caminó en medio de tanta gente necesitada de la palabra de Dios, sobre todo de la fuerza de los sacramentos y pidió a toda la comunidad que brinde su testimonio. “Cuando hay milagros abiertamente reconocidos, la causa de beatificación es más rápida, y lo tendremos en los altares como modelo de cristiano”, había expresado hace 15 años.
La llegada del padre Tarcisio a Jujuy, fue considerada como un signo divino y en ocasión de los funerales del misionero, fallecido en la capilla de Alto Calilegua en el departamento de Valle Grande, el 03 de Octubre de l983, el obispo de Jujuy, Monseñor José Miguel Medina, vaticinó que “aquella era una señal que el Señor quería a los Scalabrinianos en Jujuy”. Cabe recordar que junto a Tarcisio, varios sacerdotes y seminaristas habían participado de la “misión éxodo”, realizada en toda la provincia.
Su vida
El padre Tarcisio Rubín, nació el 6 de mayo de 1929, en el pueblo de Loreggia, provincia de Padua, Italia. Fue ordenado sacerdote, el 21 de marzo de 1953, en la Catedral de la Piacenza. Llegó a la Argentina el 9 de abril de 1974, sin más equipaje que su devoción a los pobres y el Evangelio de amor al Cristo sufriente de la cruz que prodiga misericordia. No tuvo cargo de párroco, vivió su sacerdocio con la libertad de un niño, deambulando dondequiera que se necesite la Palabra de Dios. No había iglesia o capilla que él no conociera, puerta de casa parroquial o convento que él no abriera con la silenciosa llave de su mirada, su sonrisa y la luz inagotable de su espíritu misionero. En 1975, arribó a Jujuy, convivió con la gente pobre y conoció sus miserias como ninguno, durmiendo en el piso húmedo de los galpones, envuelto apenas en un poncho.
En la madrugada del 3 de octubre de 1983, los niños que Alto Calilegua, lo encontraron muerto en la capilla del pueblo, entregó su vida rezando frente al santísimo. Eligió los cerros y el vuelo del cóndor para preparar su partida. Sus restos descansan en la capilla del cementerio municipal Cristo Rey de la ciudad de San Pedro de Jujuy.