La presidenta Cristina Fernández pareció no captar en su plenitud el mensaje del 8N, cuando la clase media despreciada periódicamente por sectores del Poder Ejecutivo reclamó correcciones en materia económica y política. Si bien dijo estar poniendo “todo lo que tenía”, la jefa de Estado pareció no mensurar el daño que el cepo cambiario, la presión impositiva y el avasallamiento de libertades individuales con un Estado cada vez más parecido a un “Gran Hermano”, le están causando a vastos sectores.
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La presidenta Cristina Fernández pareció no captar en su plenitud el mensaje del 8N, cuando la clase media despreciada periódicamente por sectores del Poder Ejecutivo reclamó correcciones en materia económica y política. Si bien dijo estar poniendo “todo lo que tenía”, la jefa de Estado pareció no mensurar el daño que el cepo cambiario, la presión impositiva y el avasallamiento de libertades individuales con un Estado cada vez más parecido a un “Gran Hermano”, le están causando a vastos sectores.
Lejos de escuchar algo de lo que se reclamó el jueves del 8N, Cristina apeló a la ironía, ese lugar donde se siente cómoda cuando las cosas le salen mal: “Ayer ocurrió algo muy importante, el congreso del Partido Comunista chino”, ironizó. La Presidenta pareció dejar claro así que hay sectores que no entran en el universo político kirchnerista .
Cristina sintetizó en una frase su problema para entender lo que está ocurriendo con la economía argentina: “Tanto lío con el turismo y los viajes!”, dijo la mandataria. La megamovilización del jueves, estimada en más de un millón de personas en todo el país, no está preocupada solo por el turismo y los viajes. El principal reclamo de quienes protestaron se llama “inseguridad”. Ese fenómeno se agudizó con fiereza durante nueve años y medio de kirchnerismo, a pesar del crecimiento a tasas chinas, en un agudo proceso de marginalidad que el Estado se muestra incapaz de orientar y mucho menos de reprimir, y que organizaciones filokirchneristas como Vatayón Militante hasta parecen terminar reinvindicando.
El segundo gran reclamo de los manifestantes del 8N estuvo vinculado con la inflación, cuya negación sistemática por parte de la presidenta terminó de alterar los ánimos de millones de argentinos. “Lo peor ya no es que lo niegue, sino que sea impotente para combatirla”, decía una pareja de jóvenes que marchaba rumbo al Obelisco. La presidenta no parece comprender que por más asignación por hijo que aplique, si la plata se licúa cada vez más rápido en la caja del supermercado como consecuencia de la inflación que ni siquiera reconoce, el drama social se acentuará.
Lo que también duele a muchos es que encima del daño provocado la Presidenta niegue la existencia de un cepo cambiario, una medida de intervencionismo sobre la propiedad privada nunca vista en la Argentina en procesos democráticos. La prohibición de la compra de dólares se debió tomar por la desconfianza que la gestión cristinista provoca entre los inversores con sus permanentes cambios de reglas de juego, y porque en un año y medio más el Banco Central se hubiese quedado sin reservas, cuyo verdadero nivel es de 32.000 millones de dólares, y no los 45.000 millones que Mercedes Marcó del Pont manda a informar todos los días.
Otro manifestantes contaban historias sobre cómo la decisión presidencial de cambiar de un día para el otro las reglas de juego los dejaron sin su primera vivienda, ya que se habían comprometido a abonar cuotas en dólares y la devaluación real del 35 por ciento -lo que hay que pagar en el mercado paralelo- los dejó fuera de juego.
Algunos jubilados, con sus carteles, se preguntaban también por qué la ANSeS no puede pagar el 82 por ciento móvil pero sí le puede transferir al Tesoro 80.000 millones de pesos para hacer frente a gastos corrientes.
Tal vez demasiado confundida por las adulaciones que le habían hecho minutos antes un grupo de intendentes, Cristina minimizó ayer el movimiento popular espontáneo más importante de la historia reciente. Aquí radica otro problema del sistema de gobierno implementado por la mandataria: los funcionarios se dirigen únicamente para elogiarla o aplaudirla, incapaces de marcarle la necesidad de corregir una medida.
La impactante movilización del jueves tal vez no cambie la relación de fuerzas políticas, pero es valiosa como expresión de vastos sectores sociales que no solo no se sienten representados, sino que se consideran perjudicados por las medidas del gobierno. Tal vez, como rezaba uno de los carteles más originales de la movida noche del jueves, a Cristina le haya llegado la hora de dejar a un lado el micrófono de la cadena nacional y ponerse auriculares para escuchar la voz de todos y todas.