inicia sesión o regístrate.
En medio de los saqueos de dudoso origen pero de naturaleza más política que social, el oficialismo y la oposición siguen encerrados en un laberinto. Muchos aliados de hace unos años están ahora enfrentados y la pelea no es tanto por un proyecto como por el poder.
El epílogo del año político muestra con diversas señales la evolución de fondo que encarnan los gobiernos kirchneristas; la concepción básica bolivariana, postsocialista o populista moderna, según quiera llamársela- se apoya en la transferencia del eje de las decisiones y del discurso desde la visión económica a la política.
El peso específico que a lo largo de nuestra historia reciente adquirieron los ministros de Economía -Juan Sorrouille, Domingo Cavallo, Jorge Remes Lenicov y Roberto Lavagna, por citar a los más notables- se diluyó a partir de 2006. El actual ministro Hernán Lorenzino es un desconocido que aparece cada tanto como figura visible de una pelea con los acreedores, en la que también es un convidado de piedra. Los nombres de un nacionalista como Guillermo Moreno o de una especie de keynesiano del siglo XXI, como Axel Kicilloff eclipsan a ese discreto economista neoliberal que llegó al cargo de la mano de Amado Boudou.
Semejante heterogeneidad económica demuestra que lo que importa no es el pensamiento teórico sino el ejercicio del poder. Y el poder está, bien amurallado, en la Casa Rosada.
No hay un “modelo” económico, sino una circunstancia política. El abordaje de temas críticos, como la inflación, la primarización de la economía y el déficit energético es coherente con la descalificación a las opiniones técnicas en la materia: no existe un modelo estable sea desarrollista, nacionalista o neoliberal. Lo que decide es si, con todos esos problemas, la gente está conforme, o no. De ahí la constante evocación al 54 por ciento de los votos de 2011.
Luchando contra fantasmas
Los últimos meses no resultaron exitosos para el Gobierno nacional, aunque también demostraron que no aparece en el horizonte figura o partido alguno capaz de disputarle el trofeo mayor. La alternativa sigue estando dentro del oficialismo. Por eso, en 2013, lo que se juega es, básicamente, la posibilidad o no de la segunda reelección de Cristina.
El fracaso del 7 D, convertido en fecha mágica durante meses, fue durísimo. En ese traspié culminó una serie de reveses como los de las movilizaciones de setiembre y noviembre en las que el kirchnerismo demostró que, a diferencia de los grandes populismos los del siglo XX y el chavismo- no logra controlar la calle. La celebración del domingo 9, planteada como vigilia para la toma del grupo Clarín fue un festival intrascendente, donde la convocatoria corrió por parte de Charly y Fito. Pero el discurso se mantuvo, tenaz, y presentaron ese acto como la celebración de la democracia y los derechos humanos. Y allí afloró la fuerza discursiva del oficialismo. El despecho de Cristina con los jueces se expresó en la propuesta de “democratización de la Justicia”. Nadie sabe con precisión qué significa, porque la transformación de ese poder es una de las grandes banderas kirchneristas. Pero el tono redentor de esa idea se potenció con el escándalo por la impunidad en el caso de Marita Verón, donde las culpas recayeron en tres jueces garantistas y la presidenta las extendió a todo el Poder Judicial. La sanción a marchas forzadas de la postergada ley de Trata no fue más que una cosmética sobre el déficit en los controles del crimen organizado.
Las grandes epopeyas del kirchnerismo
La anulación de la venta del predio de Palermo a la Sociedad Rural, realizada hace 21 años por decreto, está presentada como una epopeya contra una operación que siempre fue considerada sombría: el predio valía mucho más que treinta millones de dólares. Además, es un espacio óptimo para grandes negocios en los que el kirchnerismo muestra maestría. La organización de exposiciones reditúa muy bien y allí puede montarse una nueva Tecnópolis o, simplemente, producirse un cambio de administrador y de recaudador. Habrá un juicio, por supuesto, pero irá para largo, mucho más allá de 2015.
La épica vuelve a encubrir el fondo de los hechos. Más allá de los saqueos, tan inesperados como forzados en diversos puntos del país, el kirchnerismo como gobierno sigue mostrando capacidad de continencia social, que es su mayor fortaleza. No hay a la vista un proyecto de transformación productiva ni de organización social que haga pensar en una revolución; solo una destreza notable para consolidar el “status quo” con aceptables niveles de humor colectivo. Por eso los saqueos no fueron más que una ficción organizada con final dramático.
La acusación de Sergio Berni y Juan Manuel Abal Medina contra Hugo Moyano sonó tan endeble como la respuesta de este, quien dijo que todo había sido organizado por el Gobierno para victimizarse.
Pero es imprescindible saber quién organizó los saqueos.
Una referencia final, a un hecho que debe tenerse en cuenta. El regreso de la Fragata Libertad es presentado como una victoria, cuando lo que ocurrió es dramático. Las desinteligencias en la definición previa del itinerario de ese barco muestran fragilidad interna. Pero el hecho de que un país pequeño como Ghana se atreva a aplicar una medida arbitraria e ilegal como fue retener la fragata y humillar al país es índice de una vulnerabilidad dramática de la diplomacia argentina. Fragilidad frente a la cual el Gobierno reacciona no cambiando al canciller sino con la designación de una funcionaria sin experiencia diplomática como Cecilia Nahón en la embajada argentina en Washington. Poner a una técnica camporista en ese sitio suena más a discurso que a estrate gia.