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La histórica visita del general Perón a Tartagal

Sabado, 25 de febrero de 2012 22:28
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En diciembre de 1993 el periodista y maestro de ceremonias Eduardo Arroyo le realizaba una entrevista por LW2 Radio emisora Tartagal al suboficial mayor Horacio Medina, uno de los músicos que el 15 de diciembre de 1943, año de creación del entonces Tercer Batallón de Monte Escuela, había arribado a Tartagal junto al contingente de quienes conformarían la primera banda de música. Medina recordaba aquellos años en los que le tocó ser organizador de la llegada del presidente Juan Domingo Perón y de su esposa Eva Duarte.
“En diciembre de 1945, la superioridad me otorgó el pase al Tercer Batallón de Monte Escuela con asiento en el pueblo de Tartagal y dos años más tarde, en 1947, se producía la visita del presidente de la Nación, general Juan Domingo Perón, con su esposa María Eva Duarte.
Cuando ya se aproximaba la fecha de la llegada del presidente Perón, arribaron los taquígrafos, dactilógrafos y quienes realizaban la planificación del protocolo. Se alojaron en otra de las casas que el Regimiento había dispuesto para todo ellos. El presidente Herzog, de Bolivia, se alojó en la tercera casa y la primera reunión entre los dos presidentes se concretó justamente cuando se inauguró la Compañía Comando. Allí se hizo una gran recepción de estas altas autoridades que se reunían en el norte argentino”.
Horacio Medina recordaba en esa misma entrevista que “aquellos eran momentos muy difíciles de nuestra nación y había muchos cuestionamientos de algunos sectores hacia la Sra. de Perón, a quien muchos de la época la conocíamos por su rol de artista. Pero esa visita a la unidad militar me dio la posibilidad de conocer a la mujer dedicada íntegramente a la actividad política”.


Llegada de la comitiva
“Cachito” Medina, en esos años un apuesto suboficial de la unidad militar, instructor de equitación además de músico, recordaba que “para la llegada de la comitiva yo estaba ‘de órdenes’ entre la Casa Histórica y las otras viviendas. Cuando las comitivas arribaron, la Sra. Evita se sentó a la derecha, a la izquierda lo hizo Perón, al otro lado el ministro Miranda, junto a su esposa, y a uno pocos metros el coronel Rosales con su esposa Leonor. Yo quedé parado a unos 12 metros”.
De pronto -recordaba Medina-, y cuando se disponían a dirigirse al salón para la elegante recepción que había sido preparada, casi al lado de la señora Evita y parados en la puerta aparecieron dos niños, uno de unos 5 años y el otro un poquito mayor. El más grande era más entrador, pero el menor estaba tembloroso y no decía una palabra.
El más grande, que era el único que hablaba porque al otro se lo notaba que estaba muy asustado, cuando Evita les preguntó qué hacían en ese lugar, le respondió, con toda inocencia y con una ternura que a todos nos conmovió profundamente: Nada, solo queríamos conocerla. Evita, asombrada, comenzó a preguntarles cómo habían logrado entrar, dónde vivían, quiénes eran sus padres. “Mire ese arbolito, por ahí pasamos, desfilando como los soldados y ellos no se dieron ni cuenta”, respondió esa criatura, lo que arrancó una sonrisa a todos los presentes. Los chiquitos le contaron a la señora Eva que eran varios hermanos y que vivían solo con su madre porque el padre los había abandonado hacía varios años.

Dónde duermen, cómo viven, todo quería saber Eva Duarte, y los chiquitos le contaban que vivían en un ranchito frente al cementerio, que dormían en el suelo porque no tenían camas y que ponían unas colchas para acostarse. Evita estaba totalmente enternecida con los chicos, le pidió a su asistente que le acercara su cartera, tomó un puñado de billetes y se lo puso en la mano de uno de los niños. “Tomá dale a tu mamá, compren comida, lo que necesiten”, les dijo, apretando la manito sucia del niño y en sus ojos se veía el ansia que tenía por hacer algo por esos chiquitos que estaban tan pobremente vestidos. Pero en ese momento intervino el teniente coronel Rosales y con firmeza le dijo: “No, señora, no les dé esa cantidad de dinero. Cualquiera que los vea se los quitará y hasta les pueden pegar”. Evita se quedó mirando a mi teniente coronel y reaccionó inmediatamente. “Tiene razón Rosales. Pero le pido un favor: ¿podría conseguir un vehículo y alguien que vaya hasta la casa de estos niños y me traiga a la madre, por favor?”, pidió la primera dama con una amabilidad y sencillez y en esa expresión se notaba que era su forma habitual de dirigirse a la gente.

A bordo de un jeep

Rosales en forma inmediata llamó al conductor de un jeep, le ordenó que cargara a los dos chiquitos en el vehículo y que, como había pedido la señora Eva, trajera a la madre. “Que venga como está porque tenemos muy poco tiempo”, le ordenó Eva el chofer, quien cargó a los niños y regresó antes que pasaran 15 minutos. Cuando el chofer regresó venía, como la había pedido la señora Eva, con la madre de los niños. Era una mujer muy humilde, pobremente vestida. Cuando entró a la sala Eva la saludó, se sentó con ella y comenzó a preguntarle sobre su vida, su familia. “Tengo 5 hijos, mi marido me dejó con los niños y yo trabajo en lo que puedo para darles de comer”, le decía la mujer. La señora de Perón la llamó a su secretaria personal y le ordenó que tome papel y lápiz y que comience a hacer anotaciones. A la humilde mujer se dirigió con todo cariño y respeto y Eva le dijo: “Señora, no puedo estar más con usted porque tengo otras obligaciones, pero le pido que me dé una semana y recibirá todo lo que usted y sus hijos necesitan para vivir como seres humanos dignos”, luego de lo cual la saludó y se retiró del lugar. Antes que la humilde señora se fuera volvió a meter la mano a la cartera y le dio “para que vaya arreglándose un poco mejor hasta que le llegue todo lo que le vamos a mandar”.

Dirigiéndose al teniente coronel le dijo: “Rosales, le pido un favor, yo le voy a mandar todo para que esta señora viva con sus hijos en una linda casa y usted ocúpese de todo, ¿cree que podrá hacerlo?”, a lo que Rosales no hizo más que responder con toda firmeza ese pedido que la esposa del presidente le hacía con tanta humildad.

Al día siguiente se hizo la reunión social y Perón y Eva se presentaron en los balcones del hotel Espinillo, de propiedad de la familia Amat, en un acontecimiento que todos los norteños ya conocen.

El suboficial Medina, uno de los pocos hombres que pudo dar testimonio de ese momento y que falleció siendo muy anciano, recordaba en ese histórico reportaje concedido al periodista Arroyo que “a los 10 días exactos, en dos vagones llegó todo lo que la señora Eva le había prometido a esta humilde mujer. Maderas, tirantes, chapas, colchones, muebles, cocina, ropa, y hasta una hermosa máquina de coser. El coronel Rosales dispuso que un suboficial principal de nombre Antonio se ocupara de levantar la vivienda, en el mismo terreno donde vivía esta familia, es decir, frente al cementerio de Tartagal. A mí me dio la tarea de supervisar el trabajo, por lo que en dos meses la casa con todo lo necesario para esa humilde familia estuvo terminada. Recuerdo como si fuera hoy ese momento, y cada detalle de aquella visita, pero más recuerdo la sensibilidad de la primera dama que despojada de toda pompa mostró en ese acto toda su sensibilidad”, expresó Medina en el emotivo reportaje. El teniente Rosales los vio y, sorprendido, llamó a la guardia para ordenarles que retiren a esos niños. El asombro era porque se habían dispuesto para guardia un soldado cada 20 metros, 700 hombres en total garantizando la seguridad del lugar. “Saquen a esos chicos inmediatamente”, ordenó el teniente coronel Rosales, a lo que Evita le respondió: “No por favor Rosales, déjelos. Ustedes vengan para acá”, les indicó a los niños.

 

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