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Chávez, enfermo y sin nadie que lo reemplace

Sabado, 07 de abril de 2012 22:12
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Hugo Chávez libra una dura batalla contra el cáncer, pero la imposibilidad de delegar el poder le impide el reposo imprescindible para esta terapia.

Chávez, quien logró imponer una “dictadura democrática” entre los venezolanos y demostrar a sus pares latinoamericanos y al resto del mundo que sus discursos antiimperialistas marcaban una supremacía ficticia, hoy llora e implora a Dios para que “no se lo lleve todavía” y lo deje un tiempo más en la Tierra. Siente que quedan muchas tareas pendientes y, lógicamente, que a los 57 años, le queda mucho por vivir.

Sus lágrimas del jueves pasado hacen pensar que el cáncer terminal le deja una sola opción: el milagro.

Pero mientras se especulaba con que el mandatario bolivariano iba a abandonar Cuba para seguir el tratamiento en Brasil, volvió a apostar a su salud en La Habana, donde se someterá a la tercera fase del tratamiento contra el cáncer y reiteró que se presentará en las elecciones presidenciales del 7 de octubre. No se da por vencido.

La verdad es que, entre aciertos, desaciertos, especulaciones y “silencio de radio”, nadie se anima a hablar del posible sucesor, sobre todo si él se encargó, desde que tomó el poder en febrero de 1999, de no tener ninguna “sombra”.

Aunque el discurso de la “corte de aplaudidores” está unificado, cuando dicen que “Chávez seguirá en el poder hasta 2021”, hay nombres muy ligados a la confianza del presidente que podrían sucederlo en el cargo.

Diosdado Cabello, actual diputado que está en la cima del Parlamento y uno de los hombres más fuertes del chavismo, junto al vicepresidente, Elías Jaua; el canciller Nicolás Maduro; el ministro de Defensa, Henry Rangel Silva; el titular del Ministerio de Energía y Petróleo, Rafael Ramírez; y el hermano del mandatario y gobernador de su natal estado Barinas (oeste), Adán Chávez, son “los delfines” del presidente.

Cabello, de quien muchos opinan que “no tiene un pelo de zonzo”, también llegó a ocupar la vicepresidencia de la Nación y un cargo importante dentro del gabinete chavista. Si bien en varias oportunidades se barajaron esos nombres para suceder a Chávez, ninguno se atrevió a lanzar el propio como heredero al trono. El respeto o el temor los convirtieron en “cautelosos”.

En cambio, desde la oposición, hay varios escenarios posibles. El diputado Julio Montoya cree que en estos momentos “ni el mismo Chávez, ni el mismo PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) saben si habría sucesor”. Pero si Chávez no está, los candidatos podrían estar entre Maduro o Cabello, aunque Chávez demostró que no permite nuevos liderazgos. “La historia empieza con él y termina con él”, dijo el legislador.

Pero también, y desde el Comando Nacional Tricolor de la oposición, el catedrático y analista político José Gregorio Correa desea “sarcásticamente” que Chávez se recupere. “Queremos que sea derrotado en las urnas y no por la salud (...). Si Chávez no está, podría desatar pugnas por el poder en el interior del chavismo”, afirmó recientemente Correa.

De todos modos, muchos opositores coinciden en señalar a Diosdado Cabello como la réplica del pensamiento chavista, aunque insisten en que persiste un fuerte rechazo entre las filas oficiales. Eso quiere decir que “si él, que es el llamado sucesor de Chávez, no tiene la aprobación por todos, su liderazgo no es legítimo, es precario y poco duradero”, aseguran desde la “vereda de enfrente”.

El padre intelectual

Luis Manuel Miquilena Hernández es un político de raza, editor y empresario venezolano.

Hasta el plebiscito de 2002, en el que Chávez buscaba por medio de una reforma de la Constitución perpetuarse en el poder, ocupó el cargo de “padre intelectual” del actual presidente, llevándolo de la mano a unirse con un verdadero revolucionario como Fidel Castro.

Fue el jefe de campaña de su primera victoria electoral en 1998 y su todopoderoso ministro del Interior y presidente del Congreso. Los desacuerdos con las ideas chavistas terminaron en divorcio. Para Miquilena, quien se inició en la arena política como secretario general del Sindicato de Autobuseros (choferes de colectivo) en la década de los 40, Chávez “es un hombre intelectualmente limitado, impulsivo, temperamental, rodeado de obsecuentes, increíblemente desordenado en todos los aspectos de la vida, impuntual, absolutamente negado para las finanzas, amante del lujo y, por sobre todas las cosas, errático”. Muy claro.

Miquilena se fue frustrado por el hecho de que Chávez no siguiera su consejo de bajar el tono incendiario de sus discursos, que estaban volviendo en contra cada vez más a los sindicatos, a los empresarios, a la Iglesia y a los militares, y creando cada vez más enemigos del gobierno.

Hoy, nada ha cambiado y quizás, ha empeorado.

Para muchos analistas, el mandatario venezolano llegó tarde a todo y es por eso que su gobierno, irremediablemente, adquirió matices de locura. “Chávez quiere ser un nuevo Fidel, pero el mundo ya tiene un Fidel. Quiere ser un Che Guevara, pero esa vacante también ya está llena. Pero lo más dramático es que Hugo Chávez no puede ser un Juan Domingo Perón y está a mil años luz de ser un Salvador Allende”, aseguran. Los temarios y los idearios del mandatario venezolano no calzan con nada y no concuerdan con nadie. No es un problema de fondo, es un problema de forma. La falla esencial de su proyecto político es que es personal e ilusorio. Es el uso excesivo de los recursos económicos, institucionales y militares para el logro de una revolución imaginaria, o sea, una revolución por decreto.

A diferencia de la Revolución Cubana y para decepción de los creyentes del “socialismo del siglo XXI”, Chávez es un populista llamativo, de alto impacto mediático, sin un proyecto ideológico equiparable al socialismo y sin el respeto de estadista que Castro alcanzó ante los propios y, sobre todo, ante los extraños.

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