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Miguel San Martín recuerda bien el momento en el que supo que quería ser un ingeniero espacial: “Fue en una fría noche de invierno, en 1976, mirando el cielo en la chacra de mi familia en Río Negro, mientras escuchaba por la onda corta de la BBC cómo la nave Viking llegaba a Marte”.
San Martín tenía 17 años. Un año después dejaría su Argentina natal y viajaría a Estados Unidos para hacer realidad su sueño. Primero estudió electrónica y luego hizo una maestría en aeronáutica y astronáutica en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Apenas concluyó sus estudios pudo cumplir con una fantasía que tienen millones de niños en todo el mundo: ingresar a la agencia espacial estadounidense, la NASA, meca de la investigación cósmica.
Difícilmente habría podido imaginar este argentino que casi tres décadas más tarde seguiría trabajando para la NASA y sería uno de los máximos responsables del que hoy es el programa más ambicioso de la agencia: la misión Curiosity a Marte.
El Curiosity es el vehículo explorador más grande y más sofisticado que ha construido la NASA. Pesa cerca de una tonelada y tiene el tamaño de un auto (el doble que sus antecesores, los rovers Spirit y Opportunity, enviados a la superficie marciana en 2004). La misión de San Martín fue garantizar que este enorme vehículo espacial llegue, como lo hizo finalmente, hasta la superficie de Marte sin un solo rasguño.
No es un videojuego
“Cuando se enteran de que soy responsable del guiado, navegación y control de esta misión muchos imaginan que manejo el Curiosity de forma remota, como si tuviera un joysticky jugara a un videojuego”, se ríe el experto.
La realidad es mucho más compleja: debido a la distancia entre la Tierra y Marte (570 millones de kilómetros) las comunicaciones tienen un retraso de 14 minutos, por lo que controlar el amartizaje en vivo es imposible. Por eso, San Martín diseñó un software que permite que todo el proceso sea automático.
El desafío será supremo: el Curiosity llegó a la parte más externa de la atmósfera de Marte a 20 mil kilómetros por hora, dentro de una cápsula de protección que es la más grande que ha usado la NASA y frenó con la ayuda de un enorme paracaídas, también de proporciones récord. Diez minutos antes de llegar a la superficie, el rover se desprendió de su cápsula y seguió el resto del camino dentro de una grúa espacial que se encargó de depositarlo, utilizando retropropulsores y un sistema de cables, sobre el planeta rojo.
“Los llamamos los siete minutos de terror: es el tiempo que tardó el descenso. La nave tuvo que accionar 76 dispositivos distintos en ese tiempo para que todo sea un éxito”, explicó San Martín. Se trata de una tecnología nueva. Hasta ahora los rovers descendían con ayuda de bolsas de aire que servían como amortiguadores. Pero debido al peso del Curiosity ese sistema debió descartarse.
San Martín y su equipo crearon un nuevo sistema de navegación que permitió al Curiosity llegue con un autopiloto hasta el lugar preciso donde debió llevar a cabo su labor: el cráter de Gale, uno de los lugares más profundos de Marte.
“Hemos calculado todos los riesgos posibles, incluyendo los factores que ya sabemos que no vamos a conocer, como el viento”, explicó San Martín. “Lo que me quita el sueño de noche son aquellas cosas que no sabemos que no sabemos: esos imprevistos que podrían arruinar la misión”, finalizó.