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“La ausencia de nuestros niños nos hace niños otra vez. Tenemos que nacer de nuevo, de golpe”
“Nuestros niños que partieron antes tienen que esperarnos hasta que lleguemos al punto del misterio donde estánellos”
“Nuestros niños que partieron antes tienen que tenernos paciencia, tienen que esperarnos hasta que lleguemos al punto del misterio donde están ellos. Y digo misterio, no digo verdad. Los niños son del misterio, no de la verdad”. El párrafo anterior es parte de una columna que poeta y conductor de la televisión chilena Cristián Warnken, escribió en el diario El Mercurio, tras la muerte de Blanca Vicuña Ardohain.
Ayer se cumplió una semana del fallecimiento de la pequeña de 6 años, hija mayor de la modelo Pampita y de Benjamín, el actor chileno. El sábado 8, luego del mediodía, la noticia se instaló en todos los medios de comunicación, y causó conmoción en ambos países.
La niña llevaba nueve días internada en la clínica Las Condes, de Santiago de Chile, a donde había ingresado con un cuadro de neumonía que, día a día, se fue complicando. Antes de su muerte, Blanquita había pasado una agónica noche, debido a un derrame cerebral.
En Chile y Argentina hubo muestras de amor y apoyo para la modelo y el actor, quienes deberán aprender a convivir con esta lamentable pérdida, “una herida que nunca se va”, como graficó la conductora Maru Botana, quien también perdió un hijo de corta edad.
La enfermedad que provocó la muerte a la pequeña Blanca aún no fue explicada de manera oficial por los médicos que la atendieron. Sólo uno de los profesionales habló. “Blanca ingresó con un virus y una bacteria alojados en la última parte del pulmón -es decir, en el alvéolo-, que le produjeron una neumonía", explicó un médico, que prefirió reservar su identidad.
Pampita publicó en su Twitter una columna sobre la muerte de su hija, escrita por el poeta Warnken.
El 24 de diciembre de 2007, el poeta sufrió la pérdida de Clemente, su hijo de tres años, al caer en la pileta de su casa y morir ahogado. Tan sólo tres días después, decidió escribir una emotiva columna en la que despidió su hijo, palabras que sorprendieron y conmovieron a todos en Chile. Y ahora, tras el fallecimiento de Blanquita, Warnken volvió a emocionar con su pluma.
El texto de la emotiva carta
El poeta chileno escribió:
“Blanca Vicuña Ardohain: los niños vienen al mundo para hacernos preguntas que no podemos contestar. Una de las tempranas señales claras de que la primera infancia está llegando a su fin, se da cuando nuestros niños comienzan a hacernos preguntas que ya podemos responder fácilmente sin quedarnos con esa sensación tan incómoda de que nuestras respuestas son predecibles, obvias o ramplonas.
Nuestros niños que partieron antes tienen que tenernos paciencia, tienen que esperarnos hasta que lleguemos al punto del misterio donde están ellos. Y digo misterio, no digo verdad. Los niños son del misterio, no de la verdad.
Debiéramos registrar en una bitácora las primeras preguntas de nuestros hijos, esas preguntas locas, a las que uno puede constantemente volver, cuando nuestra existencia corre el riesgo de volverse opaca y banal. Esas preguntas insólitas y vivas, que nuestros niños más pequeños nos han hecho en los momentos más inesperados, muchas veces nos salvan.
Nos salvan porque nos vuelven a poner en contacto con el asombro, ese estado originario del hombre. Sin asombro, sin extrañeza empezamos a darles la espalda a los amaneceres, los atardeceres, a la novedad que está en todo lo que somos y nos rodea, pero que se nos ha vuelto rutinario y sin resplandor alguno. Los niños nos hacen ver el rostro de nuestra amada de nuevo, los niños nos hacen recordar los nombres propios de los pájaros de nuestro jardín, los niños nos hacen tirarnos de espaldas en el pasto en la noche para mirar el cielo por lo menos una vez al mes.
Hay preguntas de los niños muy difíciles de contestar, sobre todo si queremos ser honestos con nosotros mismos y con ellos, y no simplemente contestar por contestar. Son preguntas que siempre serán infinitamente superiores a nuestras respuestas. Sí, las preguntas que nos hacen nuestros niños son muchas veces difíciles o imposibles de contestar, pero constituyen un regalo porque nos desinstalan de nuestras cómodas y estériles certezas, y nos abren un cielo de dudas y perplejidades que hacen que esta vida merezca la pena de ser vivida, y no "sobrevivida'.
La ausencia de nuestros niños nos hace niños otra vez. Tenemos que nacer de nuevo, de golpe. Desde el dolor de no poder contestar. Tal vez esos niños y niñas vinieron a la tierra para que comenzáramos a llenarnos de preguntas imposibles. Preguntas que tal vez lograremos contestar cuando nuestro corazón se haga niño, pero ése es el órgano que más demora en volver a nacer. Ahí nos damos recién cuenta de lo duro que se ha vuelto nuestro corazón!.
Pero hay una pregunta que es la más difícil de todas, la más dura, la más radical de todas: y es la que a veces nos hacen ciertos niños al partir antes que nosotros de esta tierra. Esa pregunta sí que no tiene respuesta, esa pregunta es un hoyo negro en nuestro costado, un hoyo negro más vasto y vertiginoso que los hoyos negros del cosmos. Esos niños son de la raza de El Principito, que dejó solo al aviador en pleno desierto, sin haberle advertido nunca que se iría para siempre. No hubiéramos esperado eso de nuestros niños: que nos dejaran al descampado con una pregunta que quema, que duele, que clama al cielo.
Entonces miramos alrededor nuestro buscando responderla, y todos nos ofrecen respuestas hechas, y nos pasamos rápidamente al bando de los niños desilusionados de las respuestas muertas.
Y ahí comienza el milagro: que la ausencia de nuestros niños nos hace niños otra vez. Tenemos que nacer de nuevo, de golpe. Desde el dolor de no poder contestar. Tal vez esos niños y niñas vinieron a la tierra para que comenzáramos a llenarnos de preguntas imposibles. Preguntas que tal vez lograremos contestar cuando nuestro corazón se haga niño.
Nuestros niños que partieron antes tienen que tenernos paciencia, tienen que esperarnos hasta que lleguemos al punto del misterio donde están ellos. Y digo misterio, no digo verdad. Los niños son del misterio, no de la verdad. Pero, ¿podremos desaprender tanto que nos llenemos un día, sin darnos cuenta, de preguntas nuevas y limpias, como un árbol se llena súbitamente de pájaros?
Yo tengo la esperanza de que eso ocurrirá, porque hay un dolor que también es luz. Es la estela de luz que dejan tras de sí los niños que partieron, niños cometas, niños estrellas fugaces. Es la única luz que puede iluminarnos cuando las preguntas angustiosas se agolpan dentro nuestro y no nos dejan dormir. Y esa luz es una luz sin porqué, una luz sin cuándo, una luz sin cómo, una luz tan blanca...”.
La Blanca Luz. “Porque no se puede entender, sólo sentir, gracias por los abrazos, la fuerza y la Blanca luz”, es uno de los últimos mensajes que publicó en Twitter Benjamín Vicuña, el padre de la pequeña.