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Fervor y colorido, en una plaza totalmente colmada

Miércoles, 20 de marzo de 2013 12:21
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Una mañana apacible, soleada y fría, como anunciando la primavera cercana, acompañó ayer la asunción de Jorge Mario Bergoglio como el papa Francisco en la Plaza de San Pedro, en Roma, que lució colmada por una multitud calculada en más de 150.000 personas.

Desde muy temprano en la mañana los peregrinos comenzaron a llegar a la enorme plaza, puerta principal de entrada a la ciudad del Vaticano, el minúsculo Estado independiente desde el que el Sumo Pontífice gobernará el destino de la Iglesia Católica y sus más de 1.200 millones de fieles esparcidos por todo el planeta.

Cuando asomó el sol, el colorido de miles de banderas de decenas de países le ganó al gris predominante en San Pedro, cuya columnata, arcadas y plaza están totalmente adoquinadas con piedras de ese color.

Estallido de fervor

El fervor de miles y miles de cristianos y delegaciones de otras religiones, como una de judíos con una bandera que decía “Shalom”, estalló apenas pasadas las 8.30 de Roma, cuando Francisco apareció montado en el papamóvil y comenzó a recorrer las calles de la plaza saludando a todos los presentes.

Fiel a su estilo descontracturado, Francisco tuvo tiempo para ordenar al chofer que detenga el móvil un par de veces, para saludar y bendecir a un joven discapacitado y besar a pequeños cuyos padres los alzaban hasta donde estaba el Papa.

Luego ingresó a la Basílica, para descender hasta la tumba de Pedro, ubicada justo debajo del altar mayor, donde estaba el palio, símbolo de su misión pastoral.

Luego, ya una vez en el altar, le fue entregado el anillo del Pastor, símbolo de su poder como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica Universal.

Finalmente, comenzó la misa y consecuente homilía.

Representaciones de más de 130 países del mundo escucharon las palabras del Sumo Pontífice y una vez terminada la misa ingresaron al palacio vaticano para ser recibidas por Francisco.

Así, pudo verse al Papa saludando y besando a dignatarios, presidentes, primeros ministros, príncipes y princesas durante unas dos horas, en las que permaneció de pie y siempre sonriente.

Marea humana

La marea humana cubrió no solo la gigantesca y hermosa plaza, sino también la amplia vía de la Conciliación, que une Roma con el Vaticano.

Terminada la misa, la gente permaneció en la Plaza San Pedro, como si no quisiera que terminara una ceremonia que con seguridad no olvidará en su vida.

A pesar de que se trata de un viaje largo y caro, fueron numerosos los argentinos que desoyendo al Pontífice, que los invitó a no venir y de dar el dinero a los pobres, corrieron a tomar el primer avión que los trajo a Italia.

Ana María Carvallo, de 39 años, se vino de Fiumicino al Vaticano porque “no podía perderme esta ceremonia porque yo trabajo en Buenos Aires, en Cáritas, y estuve mucho tiempo muy cerca del Papa”.

“Es una alegría muy grande para Argentina, para América Latina y para una que compartió muchas cosas cotidianas con él, así que valió la pena este sacrificio económico y lo decidí de un día para otro”, contó.

“El nos pidió que no viniéramos, que le diéramos la plata a los pobres, pero esta vez no le hice caso y me di este regalo de estar aquí en Europa, donde nunca había estado, y porque sé que no lo podré ver de nuevo por mucho tiempo”, dijo.

 

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