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¿Cuál es la diferencia entre Salta y el resto del país?
Hay muchas. La primera, es que es la provincia más linda.
Otra, que es la única donde, luego de un triunfo electoral, el gobernador y todos sus ministros, menos uno -que cuida su flequillo de la época de The Beatles- lo celebraron rapándose en la misma peluquería. (Sí, aunque nadie lo crea, el 11 de abril de 2011 ese coiffeur solo atendió ministros y secretarios. Y dos días después, al inefable Juan).
Salta es tan linda que los turistas siguen viniendo, aunque lo único nuevo que les están ofreciendo en los últimos tiempos es publicidad, que cuesta un dineral y que la manejan -sin rendición de cuentas- los jóvenes fashion de las promisorias familias Posadas y Urtubey. Manejan, seamos precisos, la plata.
Tenemos un gobernador tan jovial que no se resigna a dejar de ser adolescente, lo que se nota también en esa vocación por andar en motos de alta cilindrada violando todos los límites de velocidad.
Bueno, no son los únicos límites que pasa por alto.
Nuestros autóctonos jóvenes fashion creen que los turistas vienen por ellos. Toman como ejemplo el éxito del doctor Ponce de León, aunque no sea por ahora de la banda; pero no, Florencia Peña hay una sola.
A los que vienen de afuera les encanta nuestra tierra. Por eso, mientras al turismo lo administraron expertos como Jorge Vidal Casas o Bernardo Racedo Aragón, es decir, cuando había un proyecto turístico, se construyó el Delmi, que permitió la realización en Salta de espectáculos deportivos internacionales, como la pelea por la corona mundial de Rubén Osvaldo Condorí y Gilberto Román, o el torneo mundial de básquet; aparecieron el Teleférico, el Tren a las Nubes, la Ruta del Vino, los museos de Arte Contemporáneo y de Alta Montaña; se multiplicaron los medios de transporte, se reconstruyó el centro urbano de la Capital -¿se acuerdan lo linda que estaba?-, se potenció el Cabra Corral, se impulsó la construcción de hoteles de alta gama y se inventó La Balcarce.
Y el estadio Martearena, que introdujo a Salta en el circuito del deporte televisado.
También pusieron un Centro de Convenciones que el inefable Juan creyó que podía convertirse en un gran alojamiento para los pobres que generaría su gobierno.
Pero intervino la hermanita Soledad y le dijo: estás loco, dejámelo a mí. Y él se lo dio.
Los jóvenes fashion son “la banda de la alta cilindrada”; ellos lucen pero no trabajan.
Su mayor vínculo con el turismo lo constituyen esas alocadas salidas de piratas cuarentones a 250 kilómetros por hora. Por eso pusieron todo en manos de Federico Posadas, que no anda en moto pero es de la banda. Hasta le encomendaron el Hotel Termas, hoy en vía de derrumbe.
En lugar de seguir construyendo hoteles para que vengan más turistas, optaron por alentar el hospedaje en casas de familia.
“Nada de ricachones, que para eso nos bastamos y sobramos. Turismo gasolero para Salta, porque de ese modo hacemos realidad la esperanza de tanta gente que se puede arreglar con un choripán o unas empanadas al paso”, explican, al pie de la BMW.
La banda de alta cilindrada maneja mucho presupuesto turístico, pero lo usa para otra cosa.
Los empresarios del rubro dicen en voz baja que todo es un desastre pero declaran a los cuatro vientos que es una maravilla.
Salta, ¡tan linda y con tanta capacidad de aguante!
¡Si hasta lograron que a la provincia se la asocie con la violencia de género, la homofobia o el espíritu cavernícola!
Es que los chicos fashion, empezando por el jefe de la banda de alta cilindrada, son sinceros: sus cabecitas bien cuidadas -como se dijo, por el mismo peluquero- no están en Salta sino en la gran ciudad, de Miami.