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El título podría parafrasear a aquel soberbio rey de Inglaterra que se quedó sin montura en medio de la batalla. “Mi reino por un caballo” había implorado Ricardo III antes de perder su trono. La anécdota y la frase podrían también llegar a épocas más actuales y a tierras más próximas salvando, por supuesto, el tiempo y la distancia. Es que la comparación lleva tranquilamente a situaciones políticas que hoy se viven en la provincia, donde la campaña proselitista ha tomado una dimensión formidable, sin reparar en métodos ni recursos para conseguir la victoria.
La campaña se ha transformado en el centro del universo; en la madre de todas las batallas. En ella se ha centrado no sólo la actividad partidaria, sino también la agenda de Gobierno. Todo se hace en función de ella y pensar fuera de ese esquema es sacrilegio para el oficialismo.
Es en esa tarea donde muchos funcionarios pierden la brújula y entran en el dilema de lo público y lo privado, bajo la idea de que la política partidaria es lo mismo que la política de Estado. Allí confunden -aunque es difícil pensar que lo hacen inocentemente- una campaña política con la difusión de actos de Gobierno y el uso de los fondos públicos para una y otra cosa.
En esa “confusión” no sólo caben cuestionamientos sobre la conducta del funcionario en relación con la ley de ética pública, sino también a aspectos que hacen a las incompatibilidades y al uso de los fondos del Estado.
Pero, como decíamos, en esta campaña vale todo para el oficialismo, incluso a riesgo de quedarse “de a pie” en medio del tumulto. El pensamiento es unívoco: hay que pensar la gestión de 2013 en función de las elecciones. Así, sin medias tintas, a todo o nada. La campaña es lo que importa. No hay nada superior a ella ni a sus efectos. Ya Urtubey había probado esa fórmula de éxito en 2011 cuando con 4,2 millones de pesos pudo “revertir” su imagen negativa al frente de una provincia agobiada por el desempleo y la desnutrición. Esos factores fueron decantando en complicadas estrategias de marketing que, a fuerza de slogan y dinero, terminaron por cambiar las muertes infantiles por desnutrición en “ casos de deshidratación” y las viviendas sociales por “soluciones habitacionales”. Los problemas, lejos de acabar, se potenciaron a lo largo de estos años, aunque el objetivo de la campaña 2011 fue cumplido.
Ahora la campaña 2013 se repite con la misma intensidad y confianza en los resultados. Es el mismo caballo de batalla que Urtubey monta desde hace tiempo, con viejas estrategias: las obras que se vienen anunciando desde hace años hay que terminarlas ahora; hay que expropiar terrenos y entregárselos a la gente para los comicios; la urgencia habitacional puede aguardar unos meses más y las pocas casas que se construyeron hasta aquí, hay que otorgarlas más cerca de las elecciones, aun a riesgo de injustas usurpaciones como la ocurrida hace unos días en Embarcación con las 100 viviendas que comenzaron a construirse en 2010 y que recién ahora se adjudican. El aparato clientelar y la campaña van de la mano. Indefecti blemente.