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Transcurridos meses de madrugar para llegar antes de que suene el timbre, elaborar tareas, rendir exámenes para cumplir con la agitada agenda escolar, estirar el tiempo como chicle para cumplir con las actividades extra escolares, llegan las ansiadas y esperadas vacaciones.
Puede parecer algo inoportuno, justo cuando comienza un período de descanso, plantear cómo encarar el segundo semestre, pero creo que hacernos ciertas preguntas, nos permitirá llegar a fin de año en un clima familiar más distendido.
A esta altura del año, es posible tener un panorama del desempeño académico de los hijos. Tanto las buenas como las malas notas, son una certeza. Las preguntas que cabe hacer son: ¿Qué hábitos es conveniente modificar? ¿Cuáles mantener? En el caso de que el boletín esté al rojo vivo ¿Cómo evitar que el alumno repita el año?
Entre las causas de las insuficientes calificaciones, se destacan la falta de interés, el déficit intelectual, las dificultades familiares y la ausencia de un verdadero sentido del estudio.
¿Qué podemos hacer los padres? Si de vagancia se trata, nuestro objetivo será reforzar la voluntad y la motivación. Es sabido que la cultura del esfuerzo tiene poca prensa, pero sobran en nuestra vida cotidiana circunstancias que muestran que las metas no se logran de un día para el otro, e implican esfuerzo, trabajo, compromiso.
Buscar las actitudes que se esconden detrás de una calificación, quizá nos permita descubrir que nuestro hijo no sabe estudiar. En tal caso, en vez del reproche continuo, será mucho más efectivo acudir a técnicas de estudio.
Si el caos y la desorientación lo tienen estancado, planificar en conjunto un orden de estudio le ayudará a detectar dificultades y facilidades y a priorizar aquellas materias que demandan una especial dedicación.
En el caso de que necesite un apoyo extra, dialogar con nuestro hijo nos orientará sobre el tipo de apoyo que le conviene. Una entrevista con el docente para saber por qué no rinde adecuadamente también nos mostrará si el bajo rendimiento sólo se debe a falta de responsabilidad.
Angustia y tensión son los sentimientos más comunes frente a las notas bajas. Estamos a tiempo. Los padres tenemos una visión objetiva y podemos ser un sostén a la hora de plantear una verdadera estrategia para que nuestro hijo salga adelante.
Recordar que la formación a la que apuntamos es integral, nos impulsa a no quedarnos en los resultados, e ir más allá. Los chicos sienten gratificación cuando constatan que su tiempo rinde si se organizan. De a poco, despierta en ellos una actitud responsable, de compromiso. La confianza en sí mismos los anima a superar obstáculos que parecen imposibles.
Se logran buenos resultados cuando se elogian los esfuerzos y sobretodo, se es realista con las capacidades de los hijos. También cuando se conversa con ellos sobre lo que sienten. A veces una cargada agenda de actividades extra escolares, los hace sentir sobre exigidos. Un clima familiar en el que reina la presión, la desconfianza, el regaño permanente, las comparaciones, echa por tierra toda motivación para estudiar.
Iván Pittaluga, con su experiencia de veinticinco años en el ámbito de la educación, explora en su libro “Cómo cosechar buenas notas”, el sentido del estudio: da fuerza de voluntad para encarar un proyecto; perseverancia para no darse por vencido ante situaciones difíciles.
Un buen estudiante, refiere, adquiere capacidad para organizar bien el tiempo, ingenio para encontrar soluciones a dificultades; talento para aprender de errores. El estudio nos prepara para la vida; a través de él, adquirimos madurez, o sea, aprendemos a dar a cada cosa su verdadera importancia.
Si mostramos a nuestros hijos el sentido de un examen bien rendido, experimentarán tranquilidad por el cumplimiento del deber. Tendrán alegría y paz por haber jugado limpio, que no es poca cosa.