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En medio de noticias económicas que le liman parte del capital político justo en el último tramo de la campaña, Cristina Fernández de Kirchner no realizó últimamente ningún anuncio destinado directamente a fortalecer los bolsillos del electorado como se suponía inicialmente. Eso, a menos de un mes de las primarias, le pone un complejo techo a las aspiraciones de los candidatos oficialistas, muy dependientes de lo que la Presidenta vaya a hacer para potenciar sus posibilidades en todo el país.
No se eliminó el impuesto a las ganancias en el medio aguinaldo como sí se hizo el año pasado, no se lanzaron líneas de crédito para seguir fomentando el consumo y no se comunicó aún ninguna nueva medida para impulsar el voto de los sectores más postergados.
Hasta ahora, el oficialismo está basando su campaña en una enumeración de los logros de la última década, que no fueron pocos, pero no en situaciones de neta actualidad para la ciudadanía. ¿Eso quiere decir que el Gobierno no tiene ningún as en la manga para los comicios de agosto? Solo alguien muy ingenuo podría pensar eso, pero si no se apura corre el riesgo de realizar anuncios muy cerca de las elecciones y que estos terminen siendo tildados de electoralistas.
La economía definitivamente se instaló como un eje central de la campaña, dejando los discursos de los candidatos en un evidente y vacío segundo plano. Esa nueva reformulación de la actividad proselitista no termina de serle favorable al Gobierno, ya que el pan está a 20 pesos el kilo, el tomate va camino a lo mismo y el congelamiento de precios no logra contener una inflación que volvería a superar el 25 por ciento anual. Lo que hasta hace poco era el principal caballito de campaña del kirchnerismo, hoy puede transformarse en una de sus peores amenazas.
El mínimo no imponible
Hasta que el Gobierno no le dé una solución definitiva al mínimo no imponible de Ganancias difícilmente podrá mantener cautivo el respaldo de la clase media, un sector que en otras elecciones acompañó irrestrictamente al oficialismo. En los últimos años, nunca se había producido una bronca generalizada como la que sucedió con el pago del último aguinaldo, donde los descuentos llegaron a límites insospechados.
Obreros, recolectores de residuos, empleados públicos, docentes y hasta jubilados le dejan al Estado parte de sus ingresos, mientras la renta financiera y el juego siguen estando en el polo opuesto. Esa dualidad representa una contradicción difícil de explicar para el Gobierno, ya que derrumba el argumento de que los poderosos son los grandes perjudicados de este modelo. El asunto es tan evidente que hasta salió un ministro de Cristina, el de Agricultura, a decir que hay que resolverlo. No parece ser esa la misma intención de la Presidenta, quien se ufana de los récords de recaudación como si fuesen un logro del Gobierno por sí mismo. Hugo Moyano sabe bien que la bandera del impuesto a las Ganancias es acompañada hasta por sectores kirchneristas, y por eso instaló el tema con un paro nacional de indisimulable tinte electoral. El camionero sigue siendo uno de los dirigentes con peor imagen a nivel nacional, pero aún mantiene la capacidad de meter el dedo en la llaga que más le duele a Cristina.
Moyano llamó sin medias tintas a votar contra el Gobierno nacional, admitiendo que su huelga no era un simple reclamo contra un impuesto sino un evidente acto de campaña.
No es ninguna novedad que Cristina no confía en el sindicalismo argentino y que considera que sus líderes sufren de un importante desprestigio ante los ojos de la sociedad. En eso no está errada, ya que la mayoría de los popes sindicales son ricos y eternos en sus lugares de influencia política. Sin embargo, el destrato que le viene dando a los gremios cercanos a la Casa Rosada está poniendo en riesgo la normal gobernabilidad para los próximos dos años de gestión.
Cada vez parece más inminente la ruptura de la CGT Balcarce, lo que puede llegar a incrementar indirectamente el poder de fuego de Moyano, hoy convertido en el opositor más radicalizado del Gobierno nacional.
La campaña
En medio de todo esto, los políticos continúan buscando el voto de la gente con actos públicos y apariciones mediáticas. Pese a que oficialmente la campaña recién empezó, algunas conclusiones ya pueden sacarse. Una de ellas es que el intendente de Tigre, Sergio Massa, dejó rápidamente su ambivalencia discursiva y se pasó definitivamente al espectro opositor. ¿Por qué hizo eso si no era lo que tenía planeado? Simple: los que ven bien al Gobierno votarán a su candidato, Martín Insaurralde, y los que lo ven mal buscarán alguien que los represente sin medias tintas. Massa se dio cuenta que quedarse en el medio no era una buena decisión y salió a pelear el voto que más fácil podrá conseguir: el opositor.
En ese contexto, el gobernador bonaerense Daniel Scioli también pareció dejar de lado las especulaciones. Como pocas veces antes, el exmotonauta se volcó de lleno a la campaña del kirchnerismo y se muestra cotidianamente con sus candidatos. ¿Se hizo ultra K de pronto? Nada de eso, pero una victoria holgada de Massa podría derrumbar definitivamente su deseo de suceder a Cristina en 2015.