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“¿Ustedes se parecen a Pilatos, el Cirineo o a María?”, preguntó Francisco al millón y medio de personas que asistieron a la representación teatral del vía crucis, efectuada anteayer en la playa de Copacabana. Después de hora y media de escenas que reflejaban el sufrimiento de Jesús, el Papa les advirtió a los fieles que “Cristo los está mirando y preguntándoles si podrían ayudarlo a cargar su cruz. ¿Qué le dirán ustedes?”.
De camino hacia el palco de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa se paró varias veces para saludar a los asistentes, besar a los niños y bendecir a las personas. Trece de las catorce estaciones fueron dispuestas a lo largo de 900 metros en la parte central de la avenida Atlántica. Peregrinos con diferentes perfiles: un misionero, una madre, un converso, un exadicto a las drogas, un seminarista, un representante del Movimiento por la Vida, una pareja de novios cristianos, una mujer en representación de las personas que sufren, un joven que trabaja con redes sociales, otro de la Pastoral Penal, un joven enfermo terminal y un hipoacúsico leyeron mensajes en cada estación.
El vía crucis no solo buscó la meditación sobre los terribles padecimientos de Jesucristo en su camino al calvario, sino que estuvo dirigido a aumentar en los corazones peregrinos la compasión por los desfavorecidos e incitar en ellos la fuerza interior requerida para cambiar el mundo. Así, la reflexión de la sexta estación mostró a trabajadores sin tierra, prostitutas y a los excluidos del acceso a la cultura digital y que sufren el preconcepto de la sociedad brasileña. En la octava estación, mujeres que representaban diferentes profesiones no dejaron de aludir a la fertilidad al colocar plantas en el suelo. En la novena estación, un joven en silla de ruedas expresó: “La ciencia y el conocimiento muchas veces me seducen y me llevan a pensar que no te necesito”. Esa frase constituyó una analogía entre el camino solitario de Jesús y la incomunicación propia de una sociedad regida por la demanda y oferta del mercado.
En la décima estación, un Cristo ensangrentado contrastó con los lujosos hoteles de la costa. En la última, cuando la cruz de la JMJ llegó al palco, jóvenes que representaban a Africa, América del Norte, Europa, Asia y Australia leyeron oraciones inspiradas en el último mensaje del Concilio de Roma (2012). El ánimo de la multitud que acompañó el espectáculo iba cambiando, en minutos, del fervor al silencio, de la exaltación al coro bien organizado.
Francisco habló a la multitud sobre tres temas que “me gustaría que tuvieran eco en sus corazones”. Dijo en su portugués pronunciado con fuerte acento argentino: “¿Qué habrán dejado en la cruz, queridos jóvenes brasileños, en estos dos años en que ella atravesó su inmenso país? ¿Y qué habrá dejado la Cruz de Jesús en cada uno de ustedes? Y, finalmente, ¿qué nos enseña esta Cruz para nuestra vida?”. En español dijo que la Cruz de Cristo acompaña a todos los que sufren. “Con la Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia; en ella Jesús se une a las familias que pasan por dificultades, que lloran la pérdida de sus hijos, o que sufren al verlos presos de paraísos artificiales como la droga”. Y a continuación apuntó a un mensaje inclusivo al expresar que “en ella Jesús se une a quien es perseguido por la religión, las ideas, o, simplemente por su color de piel; en ella Jesús se une a tantos jóvenes que perdieron la confianza en las instituciones políticas, por ver el egoísmo o la corrupción, o que perdieron la fe en la Iglesia o incluso en Dios por la incoherencia de los cristianos y los ministros del Evangelio”.
El auditorio prorrumpió en gritos y lágrimas cuando se acercó el momento de mayor emoción al decir el papa Francisco que el de la Cruz era “un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da la fuerza para poder llevarlo. En la Cruz está todo el amor de Dios y su inmensa misericordia. No hay cruz, grande o pequeña, que Dios no venga a compartir con nosotros”.
Francisco produjo un momento de especial recogimiento cuando rezó el Padrenuestro con los presentes. Muchos se arrodillaron, otros levantaron sus palmas para elevar esa oración primigenia a los cielos. El Padrenuestro en más de 25 lenguas.
Por último, Francisco señaló que “la Cruz nos enseña a ser como el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquella madera pesada, como María y otras mujeres, que no tuvieron miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con amor, con ternura... ¿Y vos? ¿Cómo sos? ¿Como Pilatos, como el Cireneo, como María?”. La respuesta de cada uno se perdió entre tantos gritos, entre tantas manifestaciones de fe, pero quedará sellada íntimamente en el corazón de cada uno de los que asistieron al espectáculo, y quedará bajo la responsabilidad de cada uno la duración y los alcances de tan simple mandato autorreflexivo.