Hay gente que decide dedicar su vida a una causa por los demás. Gente que no reniega de los obstáculos que le pone la vida. Los enfrenta. Hay gente que con la perseverancia y el esfuerzo logra grandes cosas. Y generalmente no son aquellos que presumen de lo que hacen. La humildad y la sencillez los caracterizan. Son condimentos que los llevan a ser exitosos en lo que hacen.
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Hay gente que decide dedicar su vida a una causa por los demás. Gente que no reniega de los obstáculos que le pone la vida. Los enfrenta. Hay gente que con la perseverancia y el esfuerzo logra grandes cosas. Y generalmente no son aquellos que presumen de lo que hacen. La humildad y la sencillez los caracterizan. Son condimentos que los llevan a ser exitosos en lo que hacen.
Elena Cataldi es una de esas personas. A ella, una situación personal la llevó a embarcarse en un fin duro pero que hoy es la fuente de su felicidad. Era el año 2000. Elena se levantó de la cama por instinto y corrió a la cuna de su hijo que llevaba dos meses de vida. “No sé por qué, pero sentí algo adentro mío que me llevó a correr a la cuna de mi hijo. Estaba sufriendo convulsiones y le dio un paro cardiorrespiratorio. Se trató de una muerte súbita frustrada. Mi marido lo reanimó y volamos a la clínica”.
A partir de ese momento, la vida de Elena cambió. Dio un giro de 180 grados. Era su tercer hijo y le pronosticaron daños cerebrales irreparables. Recordar lo que vivió le trae dolor pero prefiere retenerlo en ella. Con solo 22 años, había aprendido mucho de la vida, pero tal vez no sabía que tenía tantas fuerzas para luchar por la salud de su hijo.
Cuando llegó al Instituto Fleni en Buenos Aires le recomendaron la equinoterapia con su hijo, para estimularlo. No sabía de qué se trataba, pero descubrió ese mundo. Los caballos fueron su pasión desde siempre; además, se dedicaba a la cría de estos. Pero cuando ocurrió aquello, no imaginó que ese animal le traería gratificaciones semejantes al ver mejoras en su hijo luego de las sesiones de equinoterapia.
Decidió volver a Salta desde el interior de Buenos Aires, con su familia. Algo bueno la esperaba. Abrió a pulmón la Fundación Equinoterapia del Azul desde donde trabaja con niños discapacitados a través del uso del caballo. Día a día lucha con su equipo para sostener la institución.
No personaliza ningún logro. Habla de “el equipo”. La acompañan profesionales y voluntarios. Comparten un sueño: ampliar la sede para darles mejor servicio a los niños.
Elena recibió a El Tribuno en la sede, ubicada en el Salta Polo.
Elena, de un día para otro, todo cambió en tu vida porque pasaste de dedicarte al campo, para lo que habías estudiado, a buscar un fin que era ayudar a tu hijo y los que sufrieran dificultades como él.
Fue un cambio muy grande en mi vida. No me lo esperaba. Mi mundo estaba centrado en mi familia y en el campo. Nunca pensé en dedicarme a temas de la salud. Nació mi hijo Francisco con problemas cerebrales, y me metí en este mundo. Todas las semanas viajaba del campo al Instituto Fleni para que lo vean. Un grupo de médicos de esa clínica me recomendó que probara equinoterapia. Ni sabía de qué se trataba.
¿Qué sentiste cuando recibiste la noticia? Porque sos una persona muy optimista.
¿Qué hice cuando me enteré de que Francisco tenía problemas en el cerebro?... Todo. Desde el punto de vista médico hicimos todo. Y nos encomendamos al Señor y la Virgen del Milagro. Apenas nos dieron el diagnóstico, sentí que tenía que hacer lo imposible para que mi hijo mejorara. Siempre le busqué el lado optimista al problema que me tocó vivir. Por eso no me estoy fijando en lo que mi hijo no puede hacer, sino en todo lo que sí puede y eso lo haga de la mejor forma posible.
¿Ahí descubriste que los caballos a los que criabas tenían algo más para darte?
El caballo siempre fue una pasión desde chiquita, pero nunca lo tuve presente al beneficio terapéutico que producen, hasta que nació Francisco. Estudié, hice cursos y me propusieron crear allá en Buenos Aires un centro de equinoterapia. Lo hice, hasta que volví a Salta. A los tres meses mi hijo ya hacía equinoterapia.
(Nota de Redacción: la equinoterapia adquirió una importancia relevante en los últimos años cuando se descubrió que el caballo es una herramienta clave que contribuye a mejorar la calidad de vida de personas que padecen enfermedades psicomotrices. En el movimiento tridimensional del caballo está la esencia de ese tipo de tratamiento. Al caminar, el caballo reproduce un movimiento en tres planos: hacia arriba y abajo, hacia adelante y atrás, y un movimiento de rotación que es similar al que realizan las personas cuando caminan. De ese modo, un niño que no conoce los patrones de marcha que tiene el caminar, lo experimenta montando a caballo a través del movimiento tridimensional de éste).
¿Y qué resultados generó en tu hijo?
Mejoró muchísimo. Y eso gracias a la estimulación que le dimos. Vi tantos resultados en él que me emociono. A contramano de lo que los médicos nos decían, que no iba a evolucionar, lo logró. Veo cómo lo ayudaron los equinos y... cada avance es una alegría gigante. El es alegre, perseverante. Se esfuerza mucho.
¿Es costoso trabajar con los caballos en este tipo de tratamiento?
Sí. Cuesta mucho en términos económicos y de esfuerzo. Pero vale la pena. Más todavía porque nunca quisimos con el equipo que sea una actividad elitista, para un grupo selecto de personas. Lo hacemos abierto a todos. En La Merced tenemos otra cancha donde también acuden niños de la zona. Alimentar los caballos es caro. Hay que contar con equipamiento, profesionales y demás herramientas.
Además, se necesitan varios profesionales por cada niño montando. Claro, por medidas de seguridad y por la metodología de trabajo, siempre tres profesionales acompañan a los chicos cuando montan. Los acompañan, los estimulan y les hacen un seguimiento. Hay chicos que necesitan mucha asistencia.
¿Qué te genera ver a los chicos en los caballos?
Uf... de todo. Cuando llegan el primer día los filmamos en las sesiones. Así vamos viendo cómo evolucionan y estudiamos los logros que van alcanzando. Eso me hace muy feliz. Trabajan psicólogos, psicomotricistas, fonoaudiólogas, entre otros.
¿Cómo evalúas el crecimiento de la Fundación? Porque todo fue a pulmón.
Llegamos a Salta. Yo ya venía con experiencia en equinoterapia, porque arranqué en Azul, Buenos Aires. Un día fui a la Caballería del Ejército, toqué la puerta, les pedí si podíamos usar una parte del predio. Nos recibieron muy bien. Antes lo hacíamos en mi casa, en Lesser, pero era difícil para la gente llegar. No puedo negar que los comienzos fueron duros. Muchos costos para mantener los caballos, pagar los seguros, muchas horas de trabajo, luchar con las obras sociales para que nos reconozcan dentro de la nomenclatura, y así...
¿Qué destacás del equipo que trabaja en la Fundación?
Destaco la manera en que ponen el hombro todos los días. Trabajan en una actividad que a ellos no les genera una renta económica. Les pagamos honorarios mucho menores a los que cobran en un consultorio. Hoy, los profesionales que trabajan son increíbles. Siento un agradecimiento muy grande con ellos. Ya hay 60 voluntarios. Si no fuera por ellos esto no podría ser.
(N. de R: Mientras Elena habla con El Tribuno, detrás de ella hay varias madres de chicos discapacitados que los llevan a montar a la Fundación. Están atentas, con la mirada fija en la pista, viéndolos a sus hijos montar).
¿Qué le dirías a las madres que pasan por situaciones similares?
Que tengan fe en sus hijos. Que crean en ellos, porque nada está dicho. A mí me dijeron que mi hijo no iba a evolucionar y tuvo una evolución grande. Pensar que lo importante es que los chicos sean felices. Yo sé que cuando te pasa que tu hijo sufre una discapacidad es duro, y una como madre pasa por diferentes etapas. Ellos se tienen que dar cuenta de que la madre cree que ellos son capaces de mejorar. Estoy segura de que se puede. Una vez me dijo una terapeuta que no lo compare a mi hijo con los otros chicos porque él tiene una discapacidad. Comparalo con él mismo, no con los demás. Y eso hago, y noto avances que me conmueven. Hay que pensar en lo que pueden hacer, no en lo que no pueden. Hay que luchar por ellos, nunca está todo dicho, ni siquiera cuando el diagnóstico es desalentador. Por eso que no bajen los brazos.
¿Con qué soñás?...
Sueño con que los chicos vengan a ser alegres. Y sueño con que podamos lograr construir la ampliación de la sede, de eso se trata el proyecto Abriendo Tranqueras. Sé que va a ser la puerta para cumplir otros proyectos. Es de urgencia porque tenemos el objetivo de crear talleres para que los chicos reciban además otro tipos de estimulaciones. Estamos juntando peso por peso para ampliar la sede que tenemos dentro del Salta Polo. Tenemos los planos, el proyecto de obra, así que nos queda juntar fondos.
¿Quiénes son tus referentes?
El padre Chifri, y mi abuela Magulla Solá de Cataldi, por su vocación de ayudar al otro. Chifri fue un santo, y un gran honor para mí haberlo conocido. Admiro a las personas que dan su vida por los demás, la Madre Teresa, Juan Pablo II, el papa Francisco, Nelson Mandela, el Abel Albino. También a mi gran amiga Paula por lucha y fortaleza.
Si mirás lo que lograste, ¿qué pensás?
Lo feliz que soy por la familia que tengo.